Son las que tengo permitidas por
las alturas y en ellas he de condensar quereres, sentires y
pareceres, como si se tratara, en lugar de un artículo, de
un chotis, que se tiene que bailar sobre una baldosa. ¿Qué
como me sienta el tope creativo? Pues mal. Me siento como
una indigente moral mutilada en mi creatividad, 55 líneas,
cuando se trata de historias reales, con calado, son como
tratar de meter el océano en una taza de té, aunque la culpa
de que no quepa no es de la taza, sino del océano.
En verdad me siento dolida y además aquejada por un virus
catarral de cuya existencia participé a unas mujeres, no
diré clientas, porque suena mercantilista, ni defendidas,
porque suena pretencioso, diré mejor, personas que confían
en mí y a las que yo trato de ser leal. Se interesaron por
mi resfriado y me hicieron una propuesta “Nuria, véngase
usté pa Archidona y nos alargamos a la ermita, que allí, con
el aire, se cura tó”. ¿Por qué no?. Una hora más tarde
estaba en lo alto del monte de Archidona, frente a la ermita
de la Santísima Virgen de Gracia, moqueando y rezando ante
la pintura gótica que encierra a la virgencita. Las dos
mujeres a mi lado y yo acharada de estar pidiendo la
sanación de un ataque vírico cuando tenía a mi vera a una
pareja que se conoció en Alhaurín, donde llegaron por culpa
de malos maridos, majadas a palos y con las vidas rotas. De
allí a Botafuegos, donde me decía una “Un jefe de servicios
me metió una capujana que me reventó, allí pegan, es una
cárcel mala” y de Algeciras, por una pelea con otra reclusa
a “la chapa amarilla” que es el primer grado en Brieva,
Ávila, veintitrés horas chapadas y una hora de patio.
Eso es sin duda lo que, nuestro Sistema llama “reinserción y
rehabilitación”. Pero Brieva, comparada con Botafuegos dicen
que es el paraíso, la comida, que hacen las propias presas,
magnífica, el director un hombre de Dios y los funcionarios
educados y humanos. Y de Brieva a Córdoba. ¿Qué dicen? ¿Qué
si habían matado a un ministro? No. Una estaba por un robo y
la otra por drogas, ambas maltratadas, ambas con hijos que
cuidaban sus familias y las dos dándose un poco de afecto y
un poco de calor. Ahora viven juntas, sin mearse del susto
cada vez que oyen la llave en la cerradura de su casita.
¿Qué si son pareja? ¿Y a mí que me importa? Son dos seres
humanos doloridos ,que han comido juntos años de bandeja.
¿Cómo iba a pedirle a Mi Señora que me hicieran efecto los
paracetamoles? Les pedí por ellas, por la pareja, porque el
próximo juicio, el de la pelea de Botafuegos, salga bien y
porque sus familias las entiendan y las acepten y porque les
toque la lotería ya que llevan participaciones… En unas
míseras 55 líneas no puedo condensar la inmensidad del
océano de afecto y de entrega que viven estas mujeres, como
han blanqueado una casita y hacen cursos de maltratadas para
poder encontrar trabajo y ganarse la vida.
Y, en el vecindario, nadie las hace de menos porque todos
saben que han salido de muchos años de condena y que, pese a
tener el alma agotada, suben tres veces a la semana andando
hasta la Virgen de Gracia, dejándose los pulmones en la
empinada carretera que parece un camino de cabras, es una
promesa. ¿Cómo les atrapo en 55 cochambrosas líneas la
ilusión de la pareja invitándome en su hogar a un café?
Sencillamente no puedo.
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