Considero que, para que una ley
sea eficaz y alcance sus objetivos, tiene que tener, antes
que nada, un efecto disuasorio. Y la Ley del Menor, que
nació fallida y pamplinera, bucólica y pastoril, sigue sin
tener el suficiente rigor como para poner firmes a los
delincuentes juveniles. Todos sabemos lo que los
legisladores parecen ignorar y no digamos los Poderosos, que
viven directamente en otra dimensión atiborrada de escoltas,
seguratas, coches blindados y medidas de seguridad,
corriendo escaso riesgo de que un berraco de una mara les
apuñale en una esquina, un rumano le abra el coche en mitad
de la Castellana y les robe a golpes hasta la dentadura
postiza o unos chorizos majen a palos a sus hijos en un
centro comercial para sustraerles las zapatillas de
deportes. La inseguridad y el miedo los padece, en primera
persona, el pueblo soberano, el mismo que costea el que,
veinte policías, velen las compras de una pareja de
privilegiados o que se flete un avión para ir a Londres a
comprar en Zara. Oigan ¡Que amargamiento!.
Pero no hoy no voy de agravios, eso se lo dejo como modus
vivendi a las minorías, que viven de capitalizar y
rentabilizar sus listas de agravios. Aunque no puedo negar
que, el que no se tomen medidas resolutivas ante problemas
que nos agobian me angustia, como a todos. Y llegará un
momento en que, en las alturas, comprendan, que la única
solución para la criminalidad juvenil está en rebajar la
edad penal de nuevo a los dieciséis años, de modo que los
delincuentes, a partir de esa edad, pasen a ser competencia
de los Jueces de Instrucción, servidora tiene mucha fe en
los Instructores, mucho más que en los Jueces de menores y
eso que tengo como madre de mi ahijada Paula a María Luisa
Roldán que es la mejor y más sagaz Jueza de Menores de
España y lo digo sin ánimos de señalar y mejorando lo
presente. Pero los zagalones que delincan en el arco de los
dieciséis a dieciocho años a módulos de menores de las
cárceles, donde cuentan con la magnífica atención de las
Juntas de Tratamiento y de la de Régimen, con todas las
posibilidades de reinserción y reeducación de manos de
educadores, psicólogos, criminólogos, asistentes sociales y
antes que nada con una disciplina carcelaria y con unas
normas de comportamiento y de convivencia rígidamente
mantenidas por los funcionarios.
La cárcel impresiona, los reformatorios no. Reformar con
pamplinas puede ser eficaz e incluso dar resultado desde los
doce años, donde el chaval difícil aún es recuperable, hasta
los quince. A partir de los dieciséis y teniendo en cuenta
la nueva delincuencia dura de las maras sudamericanas que
estamos importando y más dura aún de los países del Este con
sus mafias que obligan a los niños a robar desde que
comienzan a andar y teniendo en cuenta también la caída en
picado de los valores, que no es que estén en retroceso sino
que no existen y vemos a chicos de catorce años o menos
apaleando a un maestro y grabándolo con el móvil, ante la
dura realidad es necesaria una respuesta.
Por el bien de los jóvenes y para frenar en seco el que
estén opositando para ser futuros inquilinos de los Centros
Penitenciarios. A partir de los dieciséis que breguen con
ellos los Jueces Instructores y que les reinserten desde las
cárceles. Y tendrá que ser así.
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