¿Han leído ya la autobiografía del
General Rodríguez Galindo? Les aseguro que es un libro
correcto e interesante para quienes estén interesados en
escarbar un poco en aquellos años duros del terrorismo, en
los que, los niños andaluces, jugaban a las adivinanzas
“¿Cuál es el río más largo de España? El de la Guardia
Civil, que nace en Andalucía y muere es en el País Vasco”.
Es la vida del último gran héroe de nuestra España, el más
condecorado por su valor y el que fue capaz de desarticular
con un puñado de hombres valientes de Intxaurrondo, más de
cien comandos de ETA.
El texto me impresionó, pero no fue hasta el último párrafo
de la última hoja de esta primera parte de las memorias del
General, cuando se me saltaron las lágrimas, porque, mi
amigo entrañable de tantas tardes de domingo, cuando
hacíamos tertulia epistolar yo, desde esta Málaga marinera y
él, los primeros años desde la cárcel de Alcalá de Henares y
más tarde desde el infierno helado de Ocaña al que pensaron
que jamás sobreviviría porque estaba enfermo del corazón y
aquello era durísimo y le tenían aislado, como a un animal.
El maestro que me enseñó con su ejemplo tantos valores: la
lealtad, el patriotismo, la integridad, la honestidad, el
valor, la paciencia y la fe en Dios sin fisuras, a lo
bestia, ese maestro, no ha querido acabar su libro sin
hacernos llegar un guiño de amistad a mi marido Erik, el
viejo pintor y a esta escribidora, Nuria, que le enviaba
crónicas de sentires y pareceres.
Entre los miles de personas que le escribieron en algún
momento solo aparecen reflejados nuestros nombres : Nuria y
Erik. Y eso me ha hecho recordar las aventura de hacer
llegar un cuadro grande de una Virgen niña a un penal
militar por medio de Seur, para que hiciera compaña a mi
General, como me contestó informándome de que ya nunca jamás
“entraría en combate” sin dirigirle una oración. Me contaba
el júbilo de los militares presos y la devoción inmensa
cuando, el capellán, bendijo el cuadro con nuestro bello
ritual cristiano y la celda se llenó de la luz de Dios.
“Cronista” me llamaba con su letra menuda y picuda, de esas
que se aprendían haciendo planas de ortografía mojando el
plumín en el tintero. Y nuestra charla de años nunca se
interrumpió, ni en la tristeza inmensa de Ocaña. Fue
entonces cuando, el pintor, le robó a Granada un buen
fragmento del Albayzín y de la Alhambra, lugares tan amados
y paseados por el General y le entregamos el cuadro que casi
debía ocupar la pared a la mujer del preso, a la magnífica
María Fernanda, en el barecito que hay enfrente de la
cárcel, haciendo esquina, donde se come francamente bien.
El guiño de mi General habla de esa ventana a la belleza de
su Andalucía por donde, ni la venganza feroz del Gobierno
del PP podía impedir que se evadiera. Hay, señores, mucho
indigno en España que no recuperará el honor hasta que pida
perdón a Enrique Rodríguez Galindo, a su familia y a quienes
vivimos con repugnancia, escándalo e incredulidad la
expulsión de la Guardia Civil del mayor héroe que han dado
sus filas. Una de las dos Españas nos heló el corazón a
todos, pero el héroe me enseñó con su ejemplo de hombría el
valor de la paciencia que, en Cádiz se dice “Ya pagará el
inglés el vino que se bebió”. Y si la Providencia Divina es
justa el hijoputa del inglés pagará el vino con creces. Yo,
he recibido el guiño con emoción.
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