Estoy en contra de cualquier
sentencia de muerte, por muchos crímenes que una persona
haya realizado. Ejecutarle me parece una idea absurda y
torpe. Creo que es posible corregir el comportamiento del
ser humano y compensar el desorden introducido, con otro
tipo de sanciones. Considero que nadie puede autorizar la
muerte de ningún ser humano. En mi opinión, pienso que hemos
de buscar otras soluciones para defender a la sociedad de
las agresiones de ciudadanos que han perdido todo juicio, lo
que no significa que nosotros hagamos lo mismo. Pasarle al
reo la factura del odio y la venganza, sin pensar en su
dignidad, es colocarnos a su misma altura y convertirlo en
un mártir. Además, para en justicia reparar el daño, se
precisa que el criminal viva. En consecuencia, la pena
capital dista mucho de ser una sanción ejemplarizante.
La medida y la calidad de la condena impuesta, estimo que
deben ser valoradas y decididas objetivamente, para huir de
irracionales exterminios. Servidor, no ve la necesidad, por
muy criminal que sea la persona, de eliminarlo.
Deben apuntalarse otros caminos, distintos a su destrucción,
para neutralizar las hazañas del malhechor. Desde luego, el
recurso a la pena de muerte, para empezar nos encamina a una
pérdida de sensibilidad moral, cuestión que agrava los
valores de la convivencia. Juzgo, pues, que debe ser lo
último de lo último a tener en cuenta. Quitar al penado de
la faz de la tierra, es una acción absolutamente innecesaria
y una reacción mezquina, porque a nada conduce. Más bien nos
desautoriza, puesto que el distintivo de la barbarie no
cesa, continua; en vez de reflejarnos que es posible la paz
sin el ojo por ojo y diente por diente. Sería un buen
testimonio para que los asesinos también abolieran la pena
de muerte de su agenda diaria.
Observo que las sanciones han de ser más reparadoras que
vengativas. Si detesto cuando se aplica la máxima pena
capital a la persona, también censuro cuando directa o
indirectamente se castiga a individuos próximos, a
poblaciones enteras.
Por ejemplo, no me parece equitativo aplicar sanciones
económicas o embargos, sin antes haberlo ponderado y
sometido a criterios éticos, los efectos injustos que estas
medidas pueden ocasionar. Cuando se oprime a los pueblos y
se les sentencia con la horca, resulta bastante difícil
poner justicia después en el camino. Así, el reclutamiento
de los criminales, es más fácil en los contextos sociales
donde los derechos son conculcados y las injusticias se
toleran. No debemos perder de vista el principio de
humanidad, algo que todos llevamos en el alma, y que hemos
de regenerar. Estimo necesario lograr la abolición total de
la pena de muerte en el mundo, creo que es fundamental para
avivar el compromiso de un nuevo consenso basado en los
principios humanitarios, reforzando el lenguaje de la
verdad; única lengua que puede impedir nuevos crímenes
contra la humanidad.
Vivimos una época de desprecio total a la vida, lo que
engendra violencia, desconfianza y exclusión. A diario se
producen demasiados crímenes contra la humanidad; conductas
tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o
desplazamiento obligado, encarcelación, tortura, violación,
prostitución impuesta, esterilización impulsada, persecución
por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales,
étnicos u otros definidos expresamente, desaparición forzada
y tantos otros actos inhumanos que causan graves
sufrimientos o atentan contra la salud mental o física de
quién los sufre.
Qué hacemos, ¿le aplicamos a todos la horca? ¿O será mejor
buscar las causas y sus motivos? La búsqueda de soluciones a
estos conflictos pasa por analizar las motivaciones que
originan estos comportamientos. Sería una incorrecta
resolución al problema aplicar la pena capital, porque no
eliminaría estas perturbadas conductas. Habría que ver la
manera de que cada cual reconozca, los derechos que le son
propios y los deberes que tiene para con los demás.
Nadie en el mundo se merece la horca como castigo. Lo
entenderíamos mejor si nos moviera el amor de sentir como
nuestras las necesidades de los demás. Mucho más todavía, si
aspiramos a vivir unidos, a convivir en una misma dirección,
al bien de todos en un mundo globalizado en el que para
hacer familia hay que dialogar antes. Un diálogo que no
significa hacer la vista gorda ante el diluvio de crímenes
contra la humanidad, sino que implica un compromiso de
respeto por la dignidad de cada persona, incluida la de los
criminales. Nos faltan expertos en humanidad capaces de
reeducar a los violadores de los derechos humanos y nos
sobran charlatanes de plazuela. Esta plaga no es un asunto
interno de una nación. Todos tenemos el deber y el derecho
de poner orden, porque en el desorden todo el planetario
pierde.
Que nadie se haga ilusiones de que con la pena de muerte se
da un escarmiento para acrecentar la paz. La verdadera
armonía no se consigue con la horca. La concordia se
desmorona con las injusticias, con la falta de libertades y
solidaridad, con las desigualdades excesivas de carácter
económico o social que existen entre los seres humanos y las
naciones. Se ha perdido la gramática del espíritu humano y
así no es posible dar asistencia humanitaria al que lo pide,
vivir la vocación a ser una sola familia, cambiar el modo de
actuar de los escandalizadores del mundo, reorientar la
economía en la solidaridad… Esto pasa por derogar la ley
natural y dejar que se promulgue, ratifique e implante la
maldad humana, como ley de vida.
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