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OPINIÓN - SÁBADO, 25 DE NOVIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Las centrales nucleares
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Qué si estoy a favor o en contra de la energía nuclear? Bueno, estoy a favor de “nuestra” energía nuclear y por ello voy a contarles una historia que me aconteció hace algún tiempo, trabajando yo en otro periódico. Me encontraba leyendo el ABC y me sorprendió en la sección de cartas al director el título “Petición de ayuda”. Se trataba de la madre sor María Guadalupe, priora de las de las Carmelitas Descalzas de Baeza en Jaén que solicitaba donativos para parchear su convento que se les estaba viniendo abajo, pese a ser monumento.

Me pilló escasísima de fondos, lo que en mí es endémico, pero al menos tenía seiscientas líneas en la página tres de un diario y eso ya era tener algo, así que me trajiné a un compañero y conseguí que me llevara a Baeza para ver y sentir en vivo y en directo, como vive una comunidad de esas monjas de clausura que son las auténticas centrales nucleares de nuestra fe. Era mi mísera respuesta a una petición de ayuda que me impactó y me hizo desear ser una de esas fortunas que aparecen, remilgadas y atildadas en el Hola, para poder llegar y decir “Tomen, hermanitas”. Pero no pude llevarles más que unos llaveros con la imagen del Sagrado Corazón, diez exactamente, porque diez eran las santas mujeres, todas ancianas, que vivían pasando fatigas y en la más absoluta pobreza en el maravilloso convento de la Encarnación, en pleno corazón de Baeza y ocupando unos metros que hubieran echo las delicias de cualquier promotor.

Hoy no recuerdo una jornada visitando aquella maravilla de ascetismo con la superiora, recuerdo un sueño con huerto y cementerio, hermanas bordadoras tratando de levantar unos céntimos con bordados artesanales donde, los ángeles del buen Dios dan a los pedales de la máquina de coser. Pero los ajuares primorosos de antaño ya no se llevan y ganarse el pan dibujando arabescos sobre tela es, más que dificultoso, imposible. Hablé y me hablaron, como, de lo poco que poseen se apañan, cuando llega la temporada de la oliva, para darles bolsas de comida a los inmigrantes que acuden al torno.

Bueno, vale, no son “exactamente” bolsas, como mucho un bocadillo de atún, un cartón de leche y una fruta, pero quitándoselos ellas de comer y alimentándose de oraciones susurradas en su bella iglesia barroca, esa que los rojos quisieron quemar durante la República y que tuvo como salvador a un capitán republicano amante del arte que se plantó pistola en mano ante los incendiarios. La hermosura del templo del Convento impresionaba, pero aún más bella era la imagen que se publicó en mi periódico donde, las hermanas formaban corro en el patio central, sentadas en sillas de enea bajo los frutales centenarios, cosiendo y cantando, riendo y rezando. Como regalo me habían preparado una bandeja de merengues para la vuelta, pero yo no me quería ir sino quedarme con ellas y enamorarme de esa vida pequeña y sublime.

He puesto una denuncia a unos tipos en Ceuta, pero Dios escribe derecho con renglones torcidos y estoy dispuesta a retirarla y perdonarles, como condición un donativo que empiece con una cifra al menos y que acabe con tres ceros para nuestras centrales nucleares, es decir, nuestras carmelitas.

Que vayan a Baeza a llevarles el donativo y que vivan unas horas la vida de esos ángeles. Yo retiro la denuncia. No pido nada más.
 

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