A buenas horas mangas verdes llega
el análisis, por parte de Juan Luis Aróstegui, de lo que
decía El País, con titular en primera y sumarios adecuados,
acerca de que Ceuta y Melilla están en el ojo del huracán de
los atentados terroristas, al estilo que marca Bin Laden.
Pues desde que leímos esa información, total y absolutamente
carente de acierto, todo hay que decirlo, han transcurrido
muchos días y hasta le ha permitido escribir, la semana
pasada, al hombre de El Dardo de los Jueves, el artículo de
Manos limpias en un lodozal.
La dignidad perdida, que así se titula el último
dardo, es lo peor que se le puede decir a una persona y
sobre todo a un presidente de esta ciudad. Cobarde,
materialista, indigno, egoísta... Y que por su causa, mejor
dicho, por la capacidad de liderazgo social que ejerce el
presidente, Juan Vivas, está arrastrando a toda la
ciudad por derroteros de ignominia y sumisión.
El ataque tan directo y tan deseoso de ser malévolo, a fin
de poner al presidente como ceutí despreocupado en toda
regla por el futuro español de su tierra, es prueba evidente
de que JLA trata, por todos los medios, de demostrar que no
trabaja para algunos empresarios y, de paso, le hace el
trabajo sucio al Partido Popular. Y, desde luego, pensará
que, con critica tan feroz y susceptible de herir la
sensibilidad caballa, en cuanto se refiere a las
reivindicaciones marroquíes, conseguirá hacerse notar cual
patriota sin otra ambición que la de conducir a Ceuta por
caminos de esplendor jamás conocidos.
Mala senda, pues, ha elegido quien, por más que lo intente,
carece de tirón electoral, sigue siendo casi un desconocido
para su pueblo, y encima, ¡qué horror!, juega al fútbol sala
como si fuera un tipo de la prehistoria.
En fin, qué se puede esperar de alguien que, no ha mucho, en
los comienzos de los años 80, se vanagloriaba de ser
anarquista, de armar un lío de juventud, cada dos por tres,
en un bar de la plaza Vieja, e incluso yo hube de soportar
de qué manera trató de reventarme un acto cultural en un
negocio regentado por mí, en la plaza del teniente Ruiz.
Verdad es que todo el mundo tiene derecho a evolucionar y a
cambiar de pensamientos e ideas, con el paso de los años. Y
Juan Luis Aróstegui no iba a ser menos. Aunque su evolución
ha sido tan radical que ha pasado de antilocalista total a
convertirse, más o menos, en un aldeano de nuevo cuño. Debe
de ser, vaya la duda por delante, que a lo mejor se acuerda
de sus orígenes vascos.
De cualquier manera, uno piensa cuando JLA, comenzada la
democracia, acudió presuroso a la calle de Daoíz -sí,
a la sede socialista-, convencido de que iba a convertirse
en la cabeza visible de un partido llamado a gobernar muy
pronto y hasta pudo soñar con verse junto a González
y Guerra en el balcón del hotel Palace de Madrid.
Sueño justo, si así hubiera sido, pero que terminó como el
rosario de la aurora. Ya que allí, los listos del momento,
ya fuera Fráiz y su camarilla, o bien otros
dirigentes, le indicaron el camino de la puerta.
Desde entonces, nuestro hombre ha venido dando tumbos
políticos y nunca fue capaz de acertar en el cumplimiento de
sus obligaciones y, naturalmente, perdió el tino conducente
a ganarse la voluntad de quienes votan en las urnas. Le
queda ser secretario general de unas Comisiones Obreras
donde asusta a cada paso con huelgas y propuestas que a nada
conducen. Porque la gente no es tonta y se ha percatado de
que el sindicalista está siempre presto a arrimar el ascua a
la sardina de algunos ricos. Así, el atentado contra Juan
Vivas le servirá de poco. Eso sí: el presidente debe ya
pararle los pies. Dado que callar, a veces, es otorgar. Y se
impone la respuesta.
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