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OPINIÓN - VIERNES, 24 DE NOVIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Callar es otorgar
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A buenas horas mangas verdes llega el análisis, por parte de Juan Luis Aróstegui, de lo que decía El País, con titular en primera y sumarios adecuados, acerca de que Ceuta y Melilla están en el ojo del huracán de los atentados terroristas, al estilo que marca Bin Laden. Pues desde que leímos esa información, total y absolutamente carente de acierto, todo hay que decirlo, han transcurrido muchos días y hasta le ha permitido escribir, la semana pasada, al hombre de El Dardo de los Jueves, el artículo de Manos limpias en un lodozal.

La dignidad perdida, que así se titula el último dardo, es lo peor que se le puede decir a una persona y sobre todo a un presidente de esta ciudad. Cobarde, materialista, indigno, egoísta... Y que por su causa, mejor dicho, por la capacidad de liderazgo social que ejerce el presidente, Juan Vivas, está arrastrando a toda la ciudad por derroteros de ignominia y sumisión.

El ataque tan directo y tan deseoso de ser malévolo, a fin de poner al presidente como ceutí despreocupado en toda regla por el futuro español de su tierra, es prueba evidente de que JLA trata, por todos los medios, de demostrar que no trabaja para algunos empresarios y, de paso, le hace el trabajo sucio al Partido Popular. Y, desde luego, pensará que, con critica tan feroz y susceptible de herir la sensibilidad caballa, en cuanto se refiere a las reivindicaciones marroquíes, conseguirá hacerse notar cual patriota sin otra ambición que la de conducir a Ceuta por caminos de esplendor jamás conocidos.

Mala senda, pues, ha elegido quien, por más que lo intente, carece de tirón electoral, sigue siendo casi un desconocido para su pueblo, y encima, ¡qué horror!, juega al fútbol sala como si fuera un tipo de la prehistoria.

En fin, qué se puede esperar de alguien que, no ha mucho, en los comienzos de los años 80, se vanagloriaba de ser anarquista, de armar un lío de juventud, cada dos por tres, en un bar de la plaza Vieja, e incluso yo hube de soportar de qué manera trató de reventarme un acto cultural en un negocio regentado por mí, en la plaza del teniente Ruiz. Verdad es que todo el mundo tiene derecho a evolucionar y a cambiar de pensamientos e ideas, con el paso de los años. Y Juan Luis Aróstegui no iba a ser menos. Aunque su evolución ha sido tan radical que ha pasado de antilocalista total a convertirse, más o menos, en un aldeano de nuevo cuño. Debe de ser, vaya la duda por delante, que a lo mejor se acuerda de sus orígenes vascos.

De cualquier manera, uno piensa cuando JLA, comenzada la democracia, acudió presuroso a la calle de Daoíz -sí, a la sede socialista-, convencido de que iba a convertirse en la cabeza visible de un partido llamado a gobernar muy pronto y hasta pudo soñar con verse junto a González y Guerra en el balcón del hotel Palace de Madrid. Sueño justo, si así hubiera sido, pero que terminó como el rosario de la aurora. Ya que allí, los listos del momento, ya fuera Fráiz y su camarilla, o bien otros dirigentes, le indicaron el camino de la puerta.

Desde entonces, nuestro hombre ha venido dando tumbos políticos y nunca fue capaz de acertar en el cumplimiento de sus obligaciones y, naturalmente, perdió el tino conducente a ganarse la voluntad de quienes votan en las urnas. Le queda ser secretario general de unas Comisiones Obreras donde asusta a cada paso con huelgas y propuestas que a nada conducen. Porque la gente no es tonta y se ha percatado de que el sindicalista está siempre presto a arrimar el ascua a la sardina de algunos ricos. Así, el atentado contra Juan Vivas le servirá de poco. Eso sí: el presidente debe ya pararle los pies. Dado que callar, a veces, es otorgar. Y se impone la respuesta.
 

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