Los diferentes opinadores de los
distintos y distantes medios de comunicación parecen
coincidir en el hecho de que, en nuestra España (o futura
España-Iberia cuando les hagamos el favor a los portugueses
de anexionarles) los Gobernantes gobiernan a golpe de
encuestas. Su lejanía del sentir y el latir popular les hace
que, para enterarse de cómo sentimos y pensamos, tengan que
encargar sondeos a agencias especializadas. Se ve que, el
mezclar a los cargos electos con el pueblo llano para que
palpen en directo la realidad tiene muy poco predicamento
entre los políticos.
Y yo no sé como se hacen realmente esos escrutinios ni a
quienes se lo hacen porque, en mi barriada marinera del Palo
nadie ha venido jamás a preguntarnos sobre nada. De hecho,
mi privilegio de opinar en negro sobre blanco y en letra
redondilla es una raya en el agua de la abrumadora
normalidad, es decir, de quienes no tienen una tribuna donde
imperen la libertad de expresión y de opinión ¿Qué susurran?
¿A que vienen esas caras consternadas? Ya. Me preguntan
sobre si no siento miedo por mi integridad física ante la
campaña emprendida, con la indiferencia del coordinador que
nada coordina, contra mi humilde persona en el foro de este
periódico, por parte de los que exigen “tolerancia” que es
lo que suelen exigir y pontificar con más furor que nadie
los intolerantes. ¿Saben que les digo? Pues que el Señor es
mi pastor… Y que desconfío de las encuestas que no dan
aprobado en política a Mariano Rajoy, que no es un
carismático nato como Jaime Mayor Oreja, pero sí un político
inteligente, serio y honrado.
Eso sí yo prefiero carisma y tirón a corrección. Por eso mi
líder indiscutible es el francés Sarkozy, que en mi barrio
se pronunciaría “Sarcosí” que rima con “Pelotas-sí”. Porque
testiculina fina le sobra al gabacho, tanta que casi parece
español y de la Udyco o de la Benemérita, que son quienes
tienen más cojones de España, mejorando la presente y sin
ánimos de señalar. Es cosa psicológica, pero ves a un madero
o a un picoleto y te entra entre agradecimiento y alivio. Y
si Rajoy cumple su promesa electoral de meter a treinta mil
hombres más para cuidar de nuestra seguridad, el alivio será
infinitamente mayor. Eso no lo dicen las encuestas sino que
lo digo yo que viene a ser lo mismo, porque soy pueblo del
pueblo y comparto con todos los sentires y quereres
colectivos. Pero entre esos sentires está el sentir que
nunca nos toca contestar a ninguna encuesta de opinión. Y la
irritación que produce el que, en esta tierra de María
Santísima, quienes pueden opinar con contundencia, a voz en
cuello y sobre cualquier tema, incluso si está bajo secreto
de sumario, son los tertulianos de los programas de la
casquería del corazón. Esos no tienen límites y pregonan,
proclaman, prejuzgan y condenan cuanto les da la gana y les
permiten las seiscientas veinticinco líneas que son las que
tiene la televisión.
Y puede que llegue un momento en el que, los líderes
políticos se ensalcen o se destripen en el Tomate y las
elecciones las determinen el hecho de si, los candidatos y
sus señoras, son dignos de aparecer como portada en el Hola
(tal y como hizo Suárez con la descansada Amparo Illana y
sus niños) en el Vogue, como Fernández de la Vega o en el
Telva como la exquisita esposa de Bono. A mí me gustaría ser
encuestada ¿A ustedes no?.
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