Dicen que la cara es el espejo del
alma. Que la expresión de nuestra cara es, en cada instante,
el resultado del estado emocional interno por el que
pasamos. Y si es verdad que sólo uno sabe, momento a
momento, cómo se siente, quienes han estudiado el asunto
aseguran tener acceso indirecto a través del reflejo que el
rostro ofrece de lo que acontece en nuestro interior.
Días pasados, cuando lo de la inauguración de la plaza de
los Reyes, me detuve en una fotografía publicada por este
periódico, donde aparecían varias personas acompañando al
presidente de la Ciudad. Los componentes del grupo
inmortalizados por el daguerrotipo, debido a una reforma de
un espacio público que ha sido destacado como el no va más,
pugnaban todos por hacerse un sitio visible en la
fotografía.
Y la máquina, tan amante de la realidad y tan dada a
curiosear hasta en el último de los capilares de quienes
desafían sus posibilidades, plasmó una imagen que me sirvió
para continuar en mis trece de evitar ser retratado si no es
por pura necesidad.
Aunque a veces, de esa exposición capaz de desnudar los
pensamientos, uno acierte a descubrir, tras mirar su cara
con detenimiento, que alguien pasa por un gran momento. Y
ello vale, claro está, para olvidar otros rostros que
demuestran deseos insatisfechos o bien aspiran a que se les
vea como personajes que están siempre de actualidad.
En esta ocasión, fue una sorpresa toparme con la expresión
de felicidad que emanaba de la cara de Emilio Carreira.
Estaba el consejero de Economía y Hacienda situado
perfectamente en el grupo y destacaba sobremanera su
presencia. Pero más que su presencia, sin duda, me llamó
mucho la atención su manera de sonreír. Nada que ver con ese
visaje de tristeza que ha venido exhibiendo durante mucho
tiempo; a raíz, sobre todo, de aquella desgraciada campaña
en la que intervino como candidato a la presidencia de su
partido: El Partido Popular.
Aquel Emilio Carreira, triste y convencido de que había
tocado fondo, tras mostrarse defensor de sus ideas, parecía
destinado a sufrir las inclemencias de los vencidos. Y a mí
se me venía a la memoria, cuando lo veía caminar ensimismado
y falto de alegría, las palabras de Tito Livio: ¡Vae victis!
¡Ay de los vencidos!
Por ello, al comprobar la expresión de su cara, la de EC, en
la fotografia de marras y en época tan cercana a las
elecciones y, por tanto, a la composición de las listas
donde han de figurar los candidatos a diputados, he querido
ver calcada en ella la satisfacción que produce la
tranquilidad de quien ha debido conseguir un buen acuerdo
para su futuro.
Y debo decir que me ha sentado bien lo que ha reflejado el
daguerrotipo. Puesto que EC es político muy válido y se me
antojaba todo un lujo, tan innecesario como de torpeza
ilimitada, el que algunos estuvieran dispuestos a mandarlo
al ostracismo político. O sea, a decirle que las puertas del
partido se le habían cerrado a cal y canto. Lo cual, repito,
hubiera sido un error lamentable. Lo digo, a pesar de que el
carácter de este político no es, precisamente, de los que
invitan a dorarle la píldora. Pues es retraído cuando
quiere, muy suyo casi siempre, y suele dar la impresión de
que tampoco es muy agradecido.
Alguien me decía, hace ya su tiempo, que EC gozaba con dar
imagen de antipático, de ser poco accesible y bla, bla, bla...
Si bien esta opinión, caso de que fuera aproximada a la
forma de ser del consejero de Economía y Hacienda, no empaña
para nada su buen hacer como político. Emilio Carreira,
además, sabe hablar. Un don no muy al alcance de sus
compañeros, salvo excepción. Entonces, ¿cómo ignorarlo?
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