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OPINIÓN - DOMINGO, 19 DE NOVIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Ferenc Puskas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La alacena de la memoria está repleta de hechos que andan ordenados en sus respectivos anaqueles. Más bien olvidados, pero un buen día sucede algo y de pronto uno se encuentra con que ese algo sirve para recordar lo vivido en una época ya lejana y de la que apenas habla. Me ocurre con la muerte de Ferenc Puskas que los recuerdos almacenados de los 60 se me presentan con una nitidez pasmosa ante mí. De pronto, me veo conversando de fútbol en Domitila: un bar que estaba situado en el paseo de las Delicias, junto al hotel Carlton. Precisamente, sitio donde el Madrid se concentraba a veces. En la tertulia, lleva la voz cantante Pedro Eguiluz; quien era ya director técnico de todas las categorías inferiores del equipo blanco y que, junto con Miguel Malbo, consigue que la cantera madridista sea la mejor de España. Tiempos de Velázquez, Grosso, José Luis, Corcuera, González...

A Pedro Eguiluz, que había sido jugador del Sevilla, daba gusto oírle hablar de fútbol. En aquel Madrid, la llegada de Pirri, procedente de Granada, produjo el siguiente comentario de Pepe Trompi: en cuanto Miguel Muñoz le dé una oportunidad, seguro que será titular siempre. Trompi era, además de entrenador y ex jugador de la Ferroviaria y Granada, un genio en muchos aspectos.

Con lo de Puskas, es decir con la noticia de su fallecimiento, me sitúo en la Cafetería Bar Recoletos y descubro a Luis Elices explicando las razones que tiene para hacer que el ‘libre’ abandone su estatismo como último defensor y apoye por sorpresa y nunca por sistema, las demás líneas del equipo. Elices era un tipo adinerado, bondadoso y un entrenador como la copa de un pino, por haberse adelantado a su tiempo. A la tertulia de la cafetería acudía, en ocasiones, Mariano Moreno y otros técnicos que no sólo aprendían sino que también tomaban el aperitivo gratis.

En aquel Madrid de los llamados años felices, la sede social del Atlético estaba en un primer piso de la calle Barquillo y las escaleras de madera olían a meadas de gato y los escalones crujían cuando el ‘Gordo Valdera’ decidía presentarse en el club. Toda una institución, el Gordo, dentro de un equipo que apenas tenía liquidez y Jorge Griffa hacía de banquero entre sus compañeros menos pudientes. Valdera era propietario de un restaurante donde se comía el mejor cocido de la capital y de postre se recibían lecciones del deporte rey.

La muerte de ‘Cañoncito Pum’, allá en su Hungría natal, me recuerda que en 1960 se hablaba y se hablaba, desde Usera a Ciudad Lineal, sólo de los cuatro goles que Puskas le había hecho al Eintracht de Franfurkt en Glasglow. Partido memorable y que en el Reino Unido parece que se pasa cada año en la televisión, para recreo de la vista de mayores y jóvenes.

De aquel Puskas se decía de todo: que tenía un saque enorme en la mesa; que insultaba con su media lengua española a sus compañeros cuando no entendían sus intenciones; que era más bueno que el pan con los necesitados; y sobre todo causaba gran satisfacción saber que era el único que se permitía el lujo de contradecir a Di Stéfano. Aquello era el no va más: y los aficionados pensaban que había que tener dos cojones para discutir con el número uno del mundo y emperador del Madrid en el césped. Y es que en una España sojuzgada y sometida a la dictadura de la censura, que aquel hombre pudiera dirigirse a la ‘Saeta Rubia’ de tú a tú, era considerado un acto de dos pares... Sin embargo, y por más recuerdos que vayan aflorando, yo me quedo con los de la final de Copa, temporada 61-62, entre Madrid y Sevilla. Que repitan ese partido, aunque sea con deficiencias. Para ver la sapiencia de Puskas en todo su esplendor.
 

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