Me gustan las fechas que nos
recuerdan algo y nos avivan la conciencia social. El Día de
los Sin Techo ahí está, y existe, ¡vaya si vive! En la calle
se venden tortas de exclusión y violencia a raudales. A poco
que miremos y veamos con las pupilas del alma, se nos parte
el corazón. Según las últimas cifras disponibles, en España
hay actualmente 30.000 personas que carecen de un techo
donde vivir y 273.000 que residen en infraviviendas ¿Cómo
puede hablarse de una sociedad del bienestar y feliz cuando
una buena parte de sus miembros son pobres y otros
desdichados? Estos macabros resultados, que cuenta con
riadas de jóvenes, debiera ser un estímulo en pro de un
mayor compromiso de todos para con todos, de los gobiernos
para con sus ciudadanos ¿Hacemos ciudad para los Sin Techo?
¿Verdaderamente trabajamos para hacer efectivo el derecho de
todos a una vivienda digna? Que cada cual se conteste estas
preguntas para sí, y si enrojece, póngase manos a la obra.
Es mucho lo que envuelve la atmósfera de los Sin Techo. Nos
da igual que sean los desamparados de un Estado social y
democrático de Derecho. Seguimos despojándolos de la palabra
ciudadano, despellejando sus derechos. Los desheredamos y
nos quedamos tan ricos. Les repudiamos a sabiendas que una
casa es una condición necesaria para que el ser humano pueda
desenvolverse como la ley dice, pueda trabajar, educar y
educarse, formar familia en familia con la familia humana. A
pesar de tantos dolores, continuamos especulando con el
ladrillo. Es el gran negocio para unos espabilados y el gran
problema para los entorpecidos por un sistema que genera
exclusión. Unos se ponen las botas y otros se quedan sin
ellas. Cuando los ricos se hacen de oro, los pobres son los
que mueren de frío. Qué gran verdad.
Hay que decir basta ya, ante la clamorosa situación de
indignidad en la vivienda de tantas gentes que malviven en
los suburbios de las grandes ciudades o en pueblos perdidos
sin infraestructuras básicas. En la multitud de seres
humanos Sin Techo, sin patria, no cabe la vacilación, hay
que solidarizar hasta nuestra propia soledad. Que la tenemos
y mucha, aunque tengamos una mansión con todas las
comodidades. Tomar el techo de los pobres es como robarle un
trozo de cielo que a todos nos pertenece. Es en toda regla
un acto de violencia que no podemos consentir. Tienen
necesidad de ser rehabilitados, para verse a sí mismos
aceptados, como miembros de pleno derecho de la familia
humana. Los albergues y centros de acogida funcionan a
tiempos completos y con lleno total.
Verse en la calle, escudado sobre unos cartones, es más
común de lo que se piensa y más complicado de lo que parece.
La verdad es que se muere más que se vive. Detrás de esos
seres humanos hay muchos calvarios: enfermedades crónicas y
adicciones, rupturas de familia, pérdida del puesto de
trabajo, culturas diferentes… ¿Dónde está el Estado para
garantizarnos el acceso a los derechos sociales básicos,
como son vivienda, educación, empleo y protección social?
Los Sin Techo también merecen una oportunidad que les
permita vivir y cultivar su vida familiar bajo una vivienda
digna; algo imprescindible para que la persona pueda
desarrollarse y la sociedad pueda construirse sobre los
cimientos de la justicia y la libertad. Pido un Ministerio
para ellos. Sobra el de la Vivienda.
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