Cuando escribo, martes a las nueve
de la mañana, sé ya que José Luis Morales, consejero
de la Presidencia, ha convocado una conferencia de prensa
para una hora más tarde. Por lo tanto, ignoro si el político
del PP tiene intención de disculparse por sus declaraciones
relacionadas con Gonzalo Sanz, dirigente socialista,
o bien volverá a mostrar una actitud acorde con su peculiar
manera de afrontar los desencuentros políticos con los
cargos de la oposición.
A mí me parece, y así lo he ido escribiendo, que lo cometido
por JLM ha sido una acción de mal gusto. Una salida de tono
tan desabrida como carente de tino. Una guasa innecesaria,
revestida de imprudencia y tan inoportuna cual perjudicial
para Juan Vivas, en momentos donde los partidos de la
oposición necesitan motivos para poder zurrarle la badana a
un candidato que se dispone a ganar las elecciones con algo
más que desahogo.
José Luis Morales lleva muchos años participando en la
política activa, y, por tal motivo, no dudo de que sabe muy
bien que las formas a la hora de decir las cosas son más
importantes que el fondo de lo que se dice. Sin embargo, y
muy a pesar de su experiencia, tropieza siempre en la misma
piedra: en cuanto abre la boca, le facilita a sus
adversarios la oportunidad de retratarlo como déspota. Es
decir, como “un hombre a quien sus cinco sentidos dicen
continuamente que él lo es todo y que los otros no son
nadie” (Montesquieu).
Una pena. Puesto que JLM es muy válido como político y
resulta necesario en el Gobierno presidido por Juan Vivas. A
mí me gusta sobremanera su decisión y, sobre todo, cuenta
con algo muy principal: no se arruga ni ante los que le
acusan de ser un residuo del pasado ni, por supuesto, ante
quienes se la cogen con un papel de fumar. Que es lo que ha
sucedido con el berenjenal suscitado por dirigirse a un
funcionario de manera brusca y torpe.
Comprobarán los que no cesan de arremeter contra JLM que
aquí no se trata de reírle la gracia a éste, pero tampoco
comprendemos, por más que la campaña electoral haya
empezado, a qué viene darle tanta importancia a lo que ha
sido calificado como un intento de coartar la libertad de
expresión del secretario de Movimientos Sociales del PSOE,
por parte del consejero de la Presidencia. Y, mucho menos,
insistir en que éste teme haber recibido una amenaza velada
en cuanto a ser perseguido en su empleo. Vamos, hombre.
La verdad es que hay que tener ganas de sacar las cosas de
quicio. Aunque entiendo que ha de ser muy frustrante, para
los opositores, levantarse cada mañana y comprobar que no es
posible denunciar al presidente de la Ciudad por nada tan
importante y capaz de bajarle los humos por su condición de
candidato ganador. Por ello, sin duda, bien harían quienes
rodean a JV en ser más precavidos a la hora de salir a la
palestra para responder a las críticas que, indudablemente,
permite la consabida libertad de expresión.
Porque, si no, van a tener líos todos los días y fiestas de
guardar, de aquí al instante en que las urnas dicten
sentencia. De momento, los socialistas han anunciado, a
bombo y platillo, que no acudirán a los actos del Día de la
Constitución si Vivas no reprueba a Morales. Con lo cual se
suman también a lo decidido hace tiempo por Mohamed Alí,
como manda de la UDCE.
Así, con la de cosas que han de hacer los políticos por esta
ciudad, parece ser que andan convencidos de que la
inasistencia de ellos a ese acontecimiento causará inquietud
entre los ciudadanos y pondrá a Vivas en un brete. Craso
error. El mismo que dejarle a Yolanda Bel explicar lo
que no sabe. Ella vale para otras cosas. Pero la portavocía
le viene grande y le perjudica.
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