Ya se sabe que la tensión
provocaba por situaciones agobiantes puede originar
reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos y que un
proceso electoral, para los candidatos, principalmente
números uno de las listas, a veces, les lleva a contraer
este tipo de enfermedad. Y así hay que entenderlo después de
conocer las andanzas y actividades que en período pre-electoral
y, más si cabe, durante los últimos quince días de campaña
tienen que sufrir los futuros miembros de ayuntamientos,
consejeros de cualquier parlamento autonómico o miembros del
Senado o del Congreso de los Diputados.
El manual del candidato (que editan los principales
partidos) ya aleccionan a los mismos de las diversas e
importantes cuestiones que deben ser tenidas en cuenta, como
el trato directo con los votantes, actuaciones en mítines,
comportamiento y poses en sesiones fotográficas o
televisivas, evitar fumar y, si es posible, la ingestión de
bebidas alcohólicas, dar sensación de que se encuentra en un
estado físico saludable, atender cariñosamente a cuantas
personas (que en estas ocasiones son muchas) le inquieran
para saludarle o simplemente desearle suerte en su andadura
electoral, la elección de locales donde sus actuaciones
obtengan la respuesta de la totalidad del aforo de los
mismos, o sea, aplicar aquello de que “nada es tan fácil
como parece”, “decir que harás una cosa más adelante,
equivale a decir que no la harás”, “la montaña se hace mas
empinada cuando mas te paras”, o cualquiera otras de las se
mencionan en las mas de trescientas leyes de Murphy.
Todo ello trae como consecuencia que a un candidato sensato
se le produzcan situaciones en las que se le hace inevitable
la atención de los asuntos que, en algunos casos, no están
dentro de sus proyectos, tales como el abandono temporal de
la familia; alejamiento de sus centros de ocio o recreo; el
desorden o excesos en comidas o la falta de horas de
descanso; la continua tensión por la preparación de sus
comparecencias públicas; el estudio, redacción y exposición
de discursos o intervenciones en actos, que pueden ser
multitudinarios, todas del mismo signo pero de distinto
contenido, o sea, el terreno abonado para que, una vez
acabada la campaña electoral, resulte afectado de lo que
hemos llamado “estrés electoral”, diagnóstico que no está en
los tratados de Medicina pero que nosotros, dadas las
circunstancias y hechos que se dan y a la vista de la
tensión que provocan estas situaciones agobiantes, a veces
de carácter grave, así la hemos denominado (en ocasiones se
producen infartos como sucedió por ejemplo hace algunos años
a Julio Anguita, o mas recientemente a Carod Rovira).
Ojo, pues, señores candidatos, al parche: hay que tomarse
con cierta medida de cautela y cuidado la participación
activa en la campaña electoral so pena de verse inmerso en
un proceso de estrés y agotamiento que puede llegar, si los
resultados obtenidos no son los previstos, a la depresión
psíquica, afección más severa que el estrés, y para cuyo
tratamiento no son de aplicación los medicamentos al caso ya
que ésta solo mejora, remite o se cura, si se gana la
alcaldía, presidencia de comunidad, un escaño de senador,
diputado o simplemente la obtención de una concejalía o
consejería, según las apetencias que, al inicio de la
campaña, se hubiera propuesto cada candidato.
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