Mis queridos diocesanos:
La Iglesia estrena año litúrgico con la llegada del
Adviento. Un año más nos disponemos a celebrar la venida del
Señor, el misterio de la Navidad. Todos seguimos caminando
como siempre, entre el miedo y la esperanza. Tal vez más
cansados del camino, y la Iglesia nos pide comenzar de
nuevo, una vez más. El adviento es el tiempo que se nos da
para que aprendamos a esperar y para que aprendamos a vivir
esperando.
1. Adviento 2006
La Iglesia pide que nos preparemos a celebrar el misterio de
Navidad durante un breve período de cuatro semanas al que
llamamos Adviento. Como cristianos vivimos la tensión del
tiempo presente en la actitud de esperanza: entre el riesgo
del propio fracaso, la inseguridad en nosotros mismos ante
el porvenir y la confianza en la promesa del Dios que
vendrá. Vivimos en un ambiente enrarecido, en una sociedad
secularizada, laicista, consumista, erotizada, materializada
y permisiva. En ella la Iglesia desea renovarse
constantemente a la luz del Evangelio.
2. Figura de María en el Adviento
En este tiempo de Adviento, la Iglesia centra nuestra
atención en la figura de la Santísima Virgen María. La
Iglesia está en expectación del parto de la Virgen.
Ciertamente, como decía Juan Pablo II, de feliz memoria,
María es toda ella Adviento. En María se personifican y
concentran las actitudes propias del Adviento. Ante la
proximidad de la Navidad se nos invita ahora a reavivar esa
actitud de espera y esperanza. No debe ser una espera pasiva
sino vigilante. Esta vigilancia es paciencia, perseverancia
y fidelidad. Es lucha contra el propio sueño, contra la
somnolencia de nuestra condición carnal, y esta lucha va
dando seriedad y profundidad a la opción que hemos hecho de
ser discípulos de Cristo, nos va haciendo madurar para el
encuentro con el Señor, porque es a Él a quien se espera.
3. Santa María en vigilante espera
María ha esperado vigilante, como nadie pudo hacerlo, la
venida de Jesús. Ella ha esperado con inefable amor de
madre, como cantamos en el prefacio. Ella ha llevado a Jesús
encerrado en su vientre durante nueve meses, y hora a hora,
minuto a minuto, ha estado pendiente del momento de su
llegada. Ella le ha sentido vivir y crecer en su seno hasta
que en Belén se cumplió el tiempo del alumbramiento.
Después, en vigilante espera, suplicó y esperó en el
cenáculo con los discípulos esa nueva presencia de Cristo,
que era la venida del Espíritu. Y ya asunta al cielo, su
maternidad espiritual, en la economía de la gracia, que
perdura hasta la consumación perpetua de todos los elegidos,
le hace interceder por la llegada de esa hora del
alumbramiento del Cristo total, en que Cristo sea todo de
todos.
Nosotros debemos vigilar para que su llegada en la Navidad
de 2006 no nos pase desapercibida. La Navidad no debe quedar
reducida a dulce nostalgia sentimental hogareña, bazar de
luces y regalos. En la Navidad, Cristo quiere nacer de nuevo
en el corazón de los hombres cada vez que la luz brilla en
medio de las tinieblas, cada vez que la verdad se impone
sobre la mentira, el amor vence al odio y la paz supera a la
violencia.
Debemos vigilar porque, no sólo en Navidad sino
constantemente, Cristo está llegando a nosotros en todos los
caminos de la vida, a través de las personas,
acontecimientos y signos, aunque muchas veces no sabemos
reconocer la venida del Señor.
4. María sigue preparando los caminos del Adviento del Señor
El grito del Bautista “preparar el camino del Señor” resuena
también hoy como una exhortación a anunciar a Cristo, a
sembrar la semilla del Evangelio en la familia y en el
corazón de los hombres.
María, raíz de Jesé de la que brota el vástago de David, es
la preparación radical a la venida del Señor. Dios Padre ha
preparado el camino a su Hijo, santificando a María desde
las raíces de su ser, desde su misma concepción inmaculada
para que el Verbo encontrase la casa limpia y preparada a su
venida. María es desde el comienzo de su existencia don que
el Padre y el Espíritu hacen al Hijo; es un camino que Dios
mismo prepara. Ella es la llena de gracia. Sí, María está
preparada cuando llega la hora de la Anunciación. El
Todopoderosos ha hecho en Ella obras grandes.
El camino por el que Jesús ha venido al mundo se llama
María. Nadie, pues, mejor que Ella nos puede enseñar cómo se
preparan los caminos para la venida del Señor. Ella, desde
Nazaret a la montaña de Judea, es portadora de Cristo,
encerrado en su seno virginal, ante cuya presencia Juan el
Bautista saltó de gozo en el vientre de su madre. Esa
función la sigue cumpliendo María a través de la historia.
María sigue preparando los caminos del Adviento del Señor en
nuestros corazones. No se puede separar a la Madre del Hijo,
donde Ella está trae siempre consigo a Jesús, porque en Ella
todo se refiere a Cristo, todo depende de Él. Por María
somos siempre conducidos a Jesús. Ella cumple siempre una
doble función, como en Caná; una función de intercesora que
expone nuestras necesidades: “No tienen vino”, y una función
que consiste en mostrarnos el camino hacia el Maestro:
“Haced lo que Él os diga”.
Nosotros en este Adviento volvemos a escuchar: “Una voz
grita en el desierto. Preparadle el camino al Señor, allanad
sus senderos”. Preparad el camino es terraplenar baches,
allanar molestos relieves, quitar estorbos y obstáculos,
hacer más transitable el paso del caminante que llega, y
mucho de todo esto hay en cada uno de nosotros que nos
impide recibir con gozo y alegría la venida del Señor. Por
eso se nos invita a la conversión.
El Adviento es un tiempo fuerte y privilegiado para la
penitencia y la conversión del corazón, por la sencilla
razón de que es un tiempo preparatorio para la celebración
de uno de los misterios centrales de nuestra fe: La Navidad.
La celebración de este misterio será, por tanto, más rica y
fructífera cuanto mejor preparado y purificado estemos para
sentir la gracia que brota de este misterio.
La oración prepara el camino del Señor. La oración personal
que nos pone a la escucha de la Palabra. La oración de
petición en la que, conforme a lo que nos enseñó Jesús,
suplicamos venga a nosotros tu Reino. También nuestro
sencillo trabajo cotidiano nos ayuda de algún modo a
preparar el camino al Señor.
5. María ha acogido al Señor
Cristo viene ahora a nosotros en la Navidad. Mejor dicho,
está llegando constantemente a nosotros a lo largo del
camino de nuestra vida.
María ha acogido al Señor como no lo ha hecho ni hará
criatura humana alguna. El Sí de María al ángel de la
Anunciación, es el Amén, la aceptación más plena e
incondicional que se haya dado a Dios por parte humana. Ese
Sí, pronunciado en el silencio de la casita de Nazaret, se
contrapone al No de todas nuestras rebeldías, y resonará
siempre a través de los siglos, de generación en generación,
como un eco de la misericordia de Dios Salvador que se ha
fijado en la pequeñez, mil veces bendita en su esclava. Esa
respuesta de María de Nazaret, ese hágase en mí según tu
palabra, nos manifiesta una disponibilidad total a los
planes de Dios. Son como un cheque en blanco que se va a
llevar, por caminos desconcertantes, hasta el pie de la
Cruz.
Bienaventurada tú que has creído, le dice su prima Isabel.
Aceptar la palabra es creer. Y María ha aceptado, ha acogido
la Palabra hasta el punto de que la Palabra se ha hecho
carne. Ninguna persona humana ha tenido tal actitud de
entrega y sumisión confiada a las promesas de Dios como
María. Ella es la tierra óptima que acoge la semilla de la
Palabra.
Ojalá en esta Navidad, y siempre es Navidad, Cristo
encuentre acogida cálida en nuestros corazones. Debemos
procurar y rogar al Espíritu Santo nos conceda una actitud
abierta que nos permita ser interpelados por Él. Son los
pobres quienes mejor acogen el Reino, por eso debemos estar
desnudos de todo oculto interés, ser limpios y humildes de
corazón para ver al Señor que se acerca. Debemos mantenernos
en actitud de búsqueda continúa, conscientes de que nunca
acabamos de encontrarle del todo.
Jesucristo está siempre presente entre nosotros, nuestra fe
lo sabe, pero al propio tiempo está escondido. El Señor se
esconde y se manifiesta a la vez. Ello es exigencia de la
fe, inherente a nuestra condición de peregrinos, que
caminamos sin ver más que en espejo y en enigma.
El Señor está presente entre nosotros con una presencia que
es real y sustancial bajo los velos del pan y el vino
eucarísticos. Con una presencia que es fuerza eficaz bajo
los velos de los Sacramentos o de la Palabra. Con una
presencia que es orientación y guía bajo los velos del
Magisterio de la Iglesia. Con una presencia que es compañía
fraterna bajo los velos de nuestras reuniones y asambleas en
el nombre del Señor. Con una presencia que nos pide amor y
compromiso bajo los velos del prójimo, de modo especial del
prójimo que sufre: los desfavorecidos, los sin techo, los
inmigrantes, los pobres y marginados de todas las clases.
Con una presencia que es interpelación del Espíritu a
nuestra conciencia personal. En medio de la noche se oye
este otro grito: ¡Es el Señor!
Acojamos al Señor Jesús, tal y como lo hizo la Virgen Santa
María de la Esperanza.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
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