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OPINIÓN - DOMINGO, 12 DE NOVIEMBRE DE 2006

 
COLABORACIÓN

Buscar soluciones

Por Andrés Gómez Fernández


Desde esta misma página, con cierto pesimismo, venía advirtiendo, desde hace tiempo, que los casos de violencia y acoso escolar que salen a la luz, son sólo la punta del iceberg de un fenómeno frecuente en las aulas de nuestros colegios. Confirma esta apreciación los hechos ocurridos recientemente: la agresión de una niña de 13 años en Ponferrada por parte de tres compañeras; los golpes que recibió un profesor de Alicante por parte de un alumno; las dos maestras agredidas en Elche por una madre, ante varios alumnos; el niño de once años que sufrió acoso escolar en un Colegio de Madrid, por tres compañeros…

Parece ser que estos acontecimientos han despertado la conciencia de los políticos, expertos, asociaciones de padres y sindicatos de maestros, que se han puesto manos a la obra para buscar soluciones y acabar con una lacra que, si no se detiene, puede ir a más. ¿Bastaría poner en marcha medidas que hagan posible erradicar la violencia en las aulas, educando a los alumnos en valores y en respeto? ¿Es que, en la actualidad, no se hace? Si se recurre a determinadas encuestas, que, en general no son fiables, se revelan que “uno de cada veinte alumnos de entre 10 a 18 años se sienten maltratados por algún compañero de forma habitual”; el 3% reconoce que acosa del algún modo y manera cotidiana a sus compañeros y el 8’2% confiesa que lo hace en algunas ocasiones.

Desde el Centro “Reina Sofía” para el Estudio de la Violencia, se defiende la necesidad de revisar en profundidad el estatus del profesor para dotarle de mayor capacidad de acción y sanción en los casos de conflictividad en las aulas, ya que muchas veces “el profesor no puede echar de clase a un alumno” o no puede defenderse de una agresión de un estudiante, “porque le llevan a los tribunales”. Por lo tanto, hay que otorgar autoridad a los docentes, entendida como “la persona que enseña y ayuda a otro a crecer en conocimientos”. Por otra parte conviene revisar, también en profundidad, la vida escolar y defensión de la educación democrática en la familia, que “consiste en fijar límites, no imponer, y dar mucho afecto y decir no cuando hay que decir no.

En el caso de la agresión a una menor de 13 años por parte de tres compañeros de Instituto, de la misma edad, en Ponferrada, al ser las agresoras menores de catorce años, con lo que están debajo de la edad que compete a la Fiscalía de Menores, no pueden ser juzgadas por la vía penal, debido a su edad, aunque sí se las pueden pedir responsabilidades civilmente, como gastos médicos, daños morales (?) e indemnizaciones. Pero lo que, al parecer, de momento lo que se ha aconsejado a la familia de la agredida es un cambio de centro, a lo que no está dispuesta la familia, argumentado que las que tienen que ser expulsadas son las agresoras.

En cuanto a otro de los casos citados, “el menor que golpea a un profesor mientras su novia lo grababa”, el chico había sido alumno del Centro, y se introdujo en una de las aulas, donde allí se encontraba su novia. Y empezaron a fumar, siendo detectados por el profesor que se encontraba de vigilancia de recreo. Al ser requerido por el profesor, el joven empezó a golpearle, golpes de manos y patadas –el chico poseía conocimientos de artes marciales-. Mientras, la novia se dedicó a registrar la paliza con la cámara de su teléfono móvil. A la chica se le ha sancionado con quince días de suspensión, que no ha sentado nada bien a la familia. Previamente ofreció el vídeo a la prensa a cambio de 100 euros. ¿Y al alumno? De momento, nada, ya que es menor de edad. ¿Y al profesor? Con denunciar los hechos a la Guardia Civil, recibir asistencia sanitaria, unos días de baja, cobertura jurídica por parte del plan de Prevención de la Violencia para esclarecer los hechos y buscar soluciones, y, como colofón, una concentración de 45 minutos en el patio del instituto, para condenar los hechos y exigir más seguridad en los centros de enseñanza, ya está “pagado”, dispuesto a recibir otra paliza…

Pero, ¿por qué tantos casos de violencia y acoso escolar creando alarma en la sociedad, profesores, padres y propios alumnos? Hay una gran desorientación. Para algunos la justificación de este fenómeno está en que los escolares no hacen más que reflejar los comportamientos de una sociedad cada vez más violenta; otros insisten en que poco se diferencian esa actitud de los estudiantes de las peleas que siempre se han dado en los patios de los colegios. Pero lo cierto es que lo expertos alertan de que nos encontramos ante un nuevo fenómeno, cuyo origen no hay que buscarlo en las aulas, sino en la educación que reciben los chicos en sus casas durante los primeros años de vida. Es un fenómeno nuevo que revela un cambio en la socialización del niño. Los menores de hoy no saben superar sus frustraciones, no han aprendido a dilatar la gratificación y no saben compartir, al no producirse situaciones favorecedoras.

A todo lo anteriormente expuesto hay que añadir que los padres trabajan todo el día y delegan el cuidado y la educación de los hijos a abuelos, televisión e Internet –desde donde acceden fácilmente a contenidos violentos presentados de forma atractiva- y que se ha perdido la cultura del esfuerzo y del respeto a la autoridad, se da el caldo de cultivo perfecto para que en las aulas se registren un clima de conflictividad nunca antes visto.

¿Soluciones? Se insiste en el juego para aprender. El juego -para los expertos- es el principal factor de socialización del niño donde el menor aprende a crear normas, a respetarlas, a ceder y a superar su frustración; a saber ganar y perder, a compartir y tener empatía, a saber cuáles son sus limitaciones y a esperar su turno, ya que de otra forma quedaría fuera de juego. Pero cuando este juego es sustituido, y el niño sólo juega en el parque, acompañado de un adulto que media en el primer atisbo de conflicto, sin dejar que lo pequeños se las arreglen solos, el proceso de socialización falla. Pero, sobre todo, “dotar al profesor de autoridad”.

Para Dan Olweus, doctor en Psicología por la Universidad sueca de Umea y padre del concepto “bullying” aboga por poner límites firmes frente a los comportamientos inaceptables, aplicar sanciones y potenciar figuras adultas de autoridad y modelos positivos. Y su método lo avala con datos: desarrollados en 42 centros educativos, con 2500 alumnos seguidos durante dos años, los resultados fueron la reducción a la mitad de los problemas de violencia y acoso escolar en las aulas y una clara disminución de la conducta antisocial.



Y un mensaje final: La violencia escolar ya no es exclusiva de los Institutos. Nadie está libre de la agresión, ni por “abajo” ni por “arriba”. En Educación Infantil, una madre intentó agredir a la maestra de su hijo, por que le retuvo a su niño el “aparatito”, con el que pretendía entrar en el aula. Y un alumno universitario, en Alicante, esperó a su profesor a la salida de clase y le “tumbó” de un puñetazo en la cara, al grito de “eres el demonio”.
 

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