Desde esta misma página, con cierto pesimismo, venía
advirtiendo, desde hace tiempo, que los casos de violencia y
acoso escolar que salen a la luz, son sólo la punta del
iceberg de un fenómeno frecuente en las aulas de nuestros
colegios. Confirma esta apreciación los hechos ocurridos
recientemente: la agresión de una niña de 13 años en
Ponferrada por parte de tres compañeras; los golpes que
recibió un profesor de Alicante por parte de un alumno; las
dos maestras agredidas en Elche por una madre, ante varios
alumnos; el niño de once años que sufrió acoso escolar en un
Colegio de Madrid, por tres compañeros…
Parece ser que estos acontecimientos han despertado la
conciencia de los políticos, expertos, asociaciones de
padres y sindicatos de maestros, que se han puesto manos a
la obra para buscar soluciones y acabar con una lacra que,
si no se detiene, puede ir a más. ¿Bastaría poner en marcha
medidas que hagan posible erradicar la violencia en las
aulas, educando a los alumnos en valores y en respeto? ¿Es
que, en la actualidad, no se hace? Si se recurre a
determinadas encuestas, que, en general no son fiables, se
revelan que “uno de cada veinte alumnos de entre 10 a 18
años se sienten maltratados por algún compañero de forma
habitual”; el 3% reconoce que acosa del algún modo y manera
cotidiana a sus compañeros y el 8’2% confiesa que lo hace en
algunas ocasiones.
Desde el Centro “Reina Sofía” para el Estudio de la
Violencia, se defiende la necesidad de revisar en
profundidad el estatus del profesor para dotarle de mayor
capacidad de acción y sanción en los casos de conflictividad
en las aulas, ya que muchas veces “el profesor no puede
echar de clase a un alumno” o no puede defenderse de una
agresión de un estudiante, “porque le llevan a los
tribunales”. Por lo tanto, hay que otorgar autoridad a los
docentes, entendida como “la persona que enseña y ayuda a
otro a crecer en conocimientos”. Por otra parte conviene
revisar, también en profundidad, la vida escolar y defensión
de la educación democrática en la familia, que “consiste en
fijar límites, no imponer, y dar mucho afecto y decir no
cuando hay que decir no.
En el caso de la agresión a una menor de 13 años por parte
de tres compañeros de Instituto, de la misma edad, en
Ponferrada, al ser las agresoras menores de catorce años,
con lo que están debajo de la edad que compete a la Fiscalía
de Menores, no pueden ser juzgadas por la vía penal, debido
a su edad, aunque sí se las pueden pedir responsabilidades
civilmente, como gastos médicos, daños morales (?) e
indemnizaciones. Pero lo que, al parecer, de momento lo que
se ha aconsejado a la familia de la agredida es un cambio de
centro, a lo que no está dispuesta la familia, argumentado
que las que tienen que ser expulsadas son las agresoras.
En cuanto a otro de los casos citados, “el menor que golpea
a un profesor mientras su novia lo grababa”, el chico había
sido alumno del Centro, y se introdujo en una de las aulas,
donde allí se encontraba su novia. Y empezaron a fumar,
siendo detectados por el profesor que se encontraba de
vigilancia de recreo. Al ser requerido por el profesor, el
joven empezó a golpearle, golpes de manos y patadas –el
chico poseía conocimientos de artes marciales-. Mientras, la
novia se dedicó a registrar la paliza con la cámara de su
teléfono móvil. A la chica se le ha sancionado con quince
días de suspensión, que no ha sentado nada bien a la
familia. Previamente ofreció el vídeo a la prensa a cambio
de 100 euros. ¿Y al alumno? De momento, nada, ya que es
menor de edad. ¿Y al profesor? Con denunciar los hechos a la
Guardia Civil, recibir asistencia sanitaria, unos días de
baja, cobertura jurídica por parte del plan de Prevención de
la Violencia para esclarecer los hechos y buscar soluciones,
y, como colofón, una concentración de 45 minutos en el patio
del instituto, para condenar los hechos y exigir más
seguridad en los centros de enseñanza, ya está “pagado”,
dispuesto a recibir otra paliza…
Pero, ¿por qué tantos casos de violencia y acoso escolar
creando alarma en la sociedad, profesores, padres y propios
alumnos? Hay una gran desorientación. Para algunos la
justificación de este fenómeno está en que los escolares no
hacen más que reflejar los comportamientos de una sociedad
cada vez más violenta; otros insisten en que poco se
diferencian esa actitud de los estudiantes de las peleas que
siempre se han dado en los patios de los colegios. Pero lo
cierto es que lo expertos alertan de que nos encontramos
ante un nuevo fenómeno, cuyo origen no hay que buscarlo en
las aulas, sino en la educación que reciben los chicos en
sus casas durante los primeros años de vida. Es un fenómeno
nuevo que revela un cambio en la socialización del niño. Los
menores de hoy no saben superar sus frustraciones, no han
aprendido a dilatar la gratificación y no saben compartir,
al no producirse situaciones favorecedoras.
A todo lo anteriormente expuesto hay que añadir que los
padres trabajan todo el día y delegan el cuidado y la
educación de los hijos a abuelos, televisión e Internet
–desde donde acceden fácilmente a contenidos violentos
presentados de forma atractiva- y que se ha perdido la
cultura del esfuerzo y del respeto a la autoridad, se da el
caldo de cultivo perfecto para que en las aulas se registren
un clima de conflictividad nunca antes visto.
¿Soluciones? Se insiste en el juego para aprender. El juego
-para los expertos- es el principal factor de socialización
del niño donde el menor aprende a crear normas, a
respetarlas, a ceder y a superar su frustración; a saber
ganar y perder, a compartir y tener empatía, a saber cuáles
son sus limitaciones y a esperar su turno, ya que de otra
forma quedaría fuera de juego. Pero cuando este juego es
sustituido, y el niño sólo juega en el parque, acompañado de
un adulto que media en el primer atisbo de conflicto, sin
dejar que lo pequeños se las arreglen solos, el proceso de
socialización falla. Pero, sobre todo, “dotar al profesor de
autoridad”.
Para Dan Olweus, doctor en Psicología por la Universidad
sueca de Umea y padre del concepto “bullying” aboga por
poner límites firmes frente a los comportamientos
inaceptables, aplicar sanciones y potenciar figuras adultas
de autoridad y modelos positivos. Y su método lo avala con
datos: desarrollados en 42 centros educativos, con 2500
alumnos seguidos durante dos años, los resultados fueron la
reducción a la mitad de los problemas de violencia y acoso
escolar en las aulas y una clara disminución de la conducta
antisocial.
Y un mensaje final: La violencia escolar ya no es exclusiva
de los Institutos. Nadie está libre de la agresión, ni por
“abajo” ni por “arriba”. En Educación Infantil, una madre
intentó agredir a la maestra de su hijo, por que le retuvo a
su niño el “aparatito”, con el que pretendía entrar en el
aula. Y un alumno universitario, en Alicante, esperó a su
profesor a la salida de clase y le “tumbó” de un puñetazo en
la cara, al grito de “eres el demonio”.
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