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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 8 DE NOVIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Princesas
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Me defino como neoconservadora republicana, en la línea ideológica del economista y periodista americano Irwin Stelzer, mano derecha de Rupert Murdoch, por lo que la realeza, me trae bastante al pairo, aunque confieso que adoro el BOE de las monarquías que es el Hola.

Y, dentro de los anacronismos, como tengo ojos veo. Y como tengo cierto grado de consciencia rigurosamente controlado por la química, puedo opinar y opino sobre las modernas reinas y princesas de todo el planeta. Desde la exquisita Matilde, hija de un barón y de una jueza. Esposada con el heredero Felipe de Bélgica y a la que llaman en su país, por la transparencia de su pasado y su elegante sencillez “la Reina del Encanto” y para los valones de allí que chamullan francés decir que alguien tiene “charme” encanto, ya es un superlativo. Hasta la embajadora de la distinción que es Rania de Jordania, una palestina hija de un reputado cirujano, también de pasado impoluto, economista por más señas y volcada en causas humanitarias, trabajando codo a codo con su marido Abdallah, digno heredero de aquel hombre de Dios que fue el rey Hussein.

Desde Mary de Dinamarca, abogada australiana, hija de un catedrático y de una reputada novelista, “niña bien” por excelencia en su lejana Tasmania que emparejó con el heredero de Dinamarca, hasta la depresiva princesa Masako de Japón, agobiada in extremis por el terrorífico protocolo de la corte del Imperio del Sol Naciente. Masako, en la vida civil, era abogada y del cuerpo diplomático. No han elegido mal los futuribles reyes, salvando casos estrambóticos como el de la Mette Marit en Noruega y algún otro . Pero para servidora, que sigue con interés marujil vida y milagros de esas privilegiadas, indudablemente la Más, es la princesa y auténtica “Reina de Corazones” Salma Benani de Marruecos. Se pueden o no compartir las líneas directrices de la monarquía alaouita, pero, a la hora de escoger a la madre del futuro Rey de Marruecos, Mohamed VI tuvo criterio, fue inteligente y honrado con sus súbditos y no defraudó. Eligió a una inteligentísima ingeniera informática, hija de un catedrático, con un espectacular currículum académico, mocita, sin pasado como corresponde a una reina y de una belleza tan espectacular que se diría que acaba de escaparse del cuadro de un gran maestro florentino.

Comparadas a la exquisitez renacentista de Salma y a sus suntuosos trajes de noche, el resto de reinas y princesas, incluso Rania, palidecen. ¿Se han fijado en los kaftanes que se gasta la madre del heredero marroquí? Obras de arte dignas de un museo y llevadas con un porte que deja sin aliento.

Y eso que, las únicas princesitas que soporto son las de los cuentos de la infancia, pero Salma es de cuento de hadas ¡que chica más linda!.

¿Qué ser princesa es como vivir un sueño? No lo sé. Depende. A mi no me gustaría ni me ha gustado jamás ser nada representativo. Todo va conforme al carácter y a la profesionalidad para aguantar el protocolo, los aburridísimos actos institucionales y la lejanía con la gente normal que implica la realeza. ¡Lagarto, lagarto! Aunque ni hay ni ha habido jamás riesgo de que alguien de la realeza aspire a mi huesuda mano, porque soy gurrumina y vulgar, tampoco es un regalito el vivir de cara a la galería, siempre pendiente de los comentarios y de las críticas. Y tirando de un pasado que, con excepción de jóvenes que llegaron a la realeza mocitas e impecables, puede tener largas y desagradables sombras, camufladas eso si, por una prensa enmudecida por la censura, pero que pueden saltar en cualquier momento.

A la desventurada Lady Di, un claro ejemplo de falta de profesionalidad, de inmadurez y de desequilibrio, los tabloides ingleses le amargaron la vida. La que fuera hermosísima Carolina de Mónaco, bastante voluble en su juventud, ha acabado con un Hannover, prematuramente avejentada y con un corte radical de pelo que, en psicología femenina, significa deseos de un cambio radical de en el curso de su existencia.

Son privilegiadas, materialmente pueden tenerlo todo o caso todo lo que podemos soñar las marujas. Nunca harán cuentas en una libreta sobre los intereses hipotecarios, ni llegarán derrengadas de trabajar en la calle a ponerse a limpiar y a planchar. Nunca remedarán aquella escena de una impresionante Carmen Maura en la película almodovariana de la primera época “¿Pero que he hecho yo para merecer esto?” y acudirán a una farmacia entre risitas nerviosas intentando camelarse a la boticaria para que le dispense unas anfetaminas sin receta. El gesto serio de la farmacéutica y el diálogo que era algo así como “Usted es una drogadicta” y la desesperación de la Maura, limpiadora y maltratada “No, no soy drogadicta, es que no puedo más”.

No vivirán situaciones de riesgo que a todas, Dios no lo permita, pueden acontecer, como el tener que ir a preguntar en comisaría por un marido ,un hermano o un hijo, el peregrinaje por los juzgados e incluso las colas de espera para la vista carcelaria. Ellas están exentas de las penas duras de la vida cotidiana, de que no llegue ni alcance, del quiero y no puedo y de lo agotada que se está cuando se vuelve a casa después de la jornada laboral y en autobús. Y pese a las dificultades que conlleva el cada día, pese a vivir problemas propios y presenciar los ajenos, no sería princesita ni por todo el oro del mundo.

No me gustan los boatos, ni los joyones, ni los hipócritas besamanos, ni tener que leer de corrido los discursos que otros te escriben, ni desplazar a veinte escoltas para ir de compras a un centro comercial, que trascienda a la prensa y que, el pueblo, murmure con indignación… Todo en las monarquías europeas se me antoja precario, que está y mañana se vota en las urnas y puede no estar. Esas son las luces y las sombras de los sistemas democráticos. Y cuando a los muy privilegiados se les cortan de raíz los muchos privilegios y se quedan en el paro, buscar curro debe antojarse muy duro. En fin, que no he nacido para personaje real sino para ser lo más libre posible dentro de mis limitaciones. Eso si, reconozco que al mujerío nos encandilan las princesas de los cuentos de hadas, tan preciosas, con esa calidad de porcelana de Dresde, en resumen,de tener que elegir, yo me quedo con la Bella Durmiente y con Salma Benani.
 

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