O de los ejércitos. Porque el fenómeno es un proceso, por
decirlo con lenguaje actual, globalizado. “Urbi et orbe”,
vaya.
Viajemos uno años atrás en el tiempo remontándonos al Irán
del “Sha” Rezah Palevi. 1979, “revolución iraní” impulsada
por el “ayatollah” Jomeini quien llevaba años rumiando la
jugada desde su exilio parisino (¡ay “La France”, tan dulce
siempre!) donde había había encontrado cobijo por “exiliado
político”. ¡Qué imbéciles -y cómo estamos empezando a
pagarlo- somos los europeos!. Son clásicas las imágenes que
muestran a unas tropas lanzadas en persecución de los
islamistas y que, desde la retaguardia, son ametralladas por
la espalda por sus propios efectivos, que huyen a
continuación recogiendo armas y pertrechos sumándose a los
insurrectos. Desde entonces este proceso es conocido por los
especialistas como “iranización de las fuerzas armadas”.
Comentaba el pasado sábado en el marco de mi ponencia sobre
“Islam e islamismo” en Marruecos que este proceso, aunque
todavía de forma débil e inmadura, había empezado hace ya
tiempo a corroer los cimientos de las FAR (Fuerzas Armadas
Reales) marroquíes. Desde el robo de armas en polvorines
(digamos por la zona del “corredor” de Taza) a la
infiltración pura y dura dentro de los cuarteles, a veces en
connivencia con las mafias de las drogas. Quizás los más
afectados (por muchos motivos) sean los efectivos de las
Fuerzas Auxiliares, aunque la última desmantelación de una
célula de este tipo en Salé implicara al Ejército y la
Gendarmería. Es como la gripe: primero hay toses y
estornudos, unas décimas de más y después la “incubación”
tras la cual y de repente, ¡tras!, el gripazo y a la cama.
“Gripazo” que en determinadas circunstancias (personas
mayores o con otras dolencias) puede acarrear el óbito o,
incluso y como una pandemia, afectar a millones de personas.
Ahí quedó para la historia el ejemplo de la llamada, por
cierto, “gripe española”.
En nuestra Ceuta, ciudad querida, este es un fenómeno al que
empezó a dársele importancia hace años, en los tiempo del
general paracaidista que, además de ser un gran experto en
nuestra historia medieval sabía otear como pocos, cachazuda
y fríamente, el horizonte que le rodeaba. Listo y rápido el
personaje y, menos mal, al frente de una importante una
unidad operativa
Ceuta y Melilla están en primera línea, aunque pese a ello
algún que otro desnortado -frustrado en el fondo porque
nunca llegará a ser lo que quiere, o sea Presidente de la
Ciudad- clama contra el “rancio sabor a ejército obsoleto”
que impregna el ambiente de nuestra Ciudad, o más aún, “el
irracional empeño en conservar el espíritu castrense como
una señal de identidad ceutí”. Pues hombre, fue precisamente
-y sigue siendo- esa señal de identidad castrense lo que nos
permite seguir aquí, aunque algún “listillo” que otro tire
piedras, espero que inconscientemente, contra su propio
tejado.
No voy a dar cifras -podría- ni datos objetivos -delante los
tengo-, más que nada por miedo a hacer “fuego amigo”. Confío
en que no cometamos el mismo error de las antiguas “Coes”,
que formaron alegremente y con toda ingenuidad a toda una
generación de sangrientos etarras en las más avanzadas
técnicas de golpes de mano y manejo de explosivos. Y la
Segunda Sección como el galgo de Lucas, que cuando salía la
liebre se ponía a mear. Marruecos, por cierto y curándose en
salud, anuló en verano y de golpe el servicio militar
obligatorio. Y ahí dejo la cosa, por si sirve de algo.
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