En su día tuve la fortuna de
contar, como guía espiritual y profesora, con la ayuda
inestimable de la vidente y escritora suiza Elizabeth Kubler
Ross, cuya obra estudié a fuerza de codos, memorieta y
madrugadas, para aprender algo tan gratificante como los
rituales del camino hacia la luz, a través de lo que
nosotros llamamos “muerte”. Y que yo prefiero llamar
“tránsito” aunque, en la tradición cristiana el único
merecedor de ese calificativo fue San José, esposo de la
Santísima Virgen. De hecho y en plan anecdótico les diré
que, mi anciano esposo tiene el encargo por parte de unas
monjitas llamadas Hermanitas del Buen Samaritano de pintar
un lienzo que ocupa todo el muro de una capilla con “El
tránsito de San José” en el que aparecen el Santo, María y
Jesús, justo en el momento en que, el bendito padre terrenal
de Nuestro Señor, emprende el camino. Tampoco Nuestra Señora
murió, sino que se habla de “Dormición de la Virgen” y ese
instante mágico se ha representado artísticamente en
numerosas ocasiones por los más grandes maestros, aunque yo
no me quedo con ninguna obra famosa, sino con otra dormición
infinitamente más bella. ¿Qué cual es? Verán hicieron en
Málaga, en su Palacio Episcopal una exposición de obras de
arte sobre la Virgen, para ello reunieron maravillas de los
conventos de monjas de Antequera y colocaron justo en el
hall, al pie de la escalinata, una preciosa cama con dosel
donde dormía una Virgen increíblemente acicalada y tan
hermosa que quitaba el aliento. Por todo.
Por la perfección de la obra de imaginería que, por los
rasgos, debía datar del siglo XVIII, por el hecho de su
milagrosa salvación de la quema de conventos de la República
de 1931 que expolió obras maestras patrimonio de la
Humanidad y antes que nada por el preciosismo de la
vestimenta, una túnica bordada con todos los primores de la
costura.
Todo en esa representación era un canto al buen gusto y a la
minuciosidad de bordadoras y encajeras, de generaciones de
mujeres de Dios embelleciendo a Su Señora. Tan solo la
almohadita donde reposaba la cabeza la Inmaculada era de por
sí digna de figurar en un museo, por las filigranas
increíbles, por la finura de las antiquísimas tiras
bordadas. Durante una semana acudí a diario porque, encima,
las exposiciones son gratuitas, me sentaba en el cuarto
escalón de la escalinata, justo enfrente de la cama donde
yacía la talla y me quedaba absorta, embelesada y con ese
pinzamiento gástrico que identificamos con la emoción. Yo
estaba presenciando nada más y nada menos que un milagro y
una obra del Espíritu Santo que es el mandamás de la
genialidad y de la inteligencia. Benditas las manos y la
inspiración del imaginero, benditos los dedos bordadores de
las monjitas, bendita la hora en que pudieron camuflarla,
pese a su tamaño y que no se convirtiera en antorcha bajo
las iras de los rojos.
Muerte, tránsito, dormición todo un mismo camino hacia la
Luz. Con sus bellísimos rituales de acompañamiento que
intento seguir al dedillo, retrotrayéndome hacia lo que, en
el Método Silva de Control Mental llamamos nivel A y que es
un estado de relajación y abstracción total. ¿Qué por que me
ha dado la ventolera con el camino? Pues con motivos
fundados, mi tía paterna más querida, un ser humano
angelical y entrañable, que va a partir siendo mocita a los
noventa años, está hospitalizada y dicen los galenos que su
estado físico es terminal. Mientras que su espíritu
permanece alerta y chispeante y hace planes para pasar
conmigo la Nochebuena en cuanto le den el alta. De hecho me
ha apuntado indirectamente y con mucha discreción que le
encantaría, por vez primera en su vida, tener un teléfono
móvil “Pero sencillito, nena, que se vean bien los números”.
¿Qué como se llama mi tía? Se llama María, pero sus sobrinos
le llamamos Tatá y quedó mozuela porque era la mayor de las
hermanas y tenía que hacerse cargo de cuidar a su madre
viuda que, conforme pasaban los años, de luto riguroso por
la muerte temprana del marido, se iba demenciando. Y los
nuestros no llevamos a los ancianos a asilos ni a
aparcaderos de viejos. Nosotros les cuidamos con respeto
hasta que Dios les llama, en eso somos como los musulmanes,
veneramos la vejez que es sabiduría y si el anciano o la
anciana se vuelven como niños, no nos importa quitarles la
mierda, siendo padres ellos nos la quitaron a nosotros. Los
abuelos son sagrados y a mis hijos, que son medio guiris les
inculco ese amor incondicional hacia la vejez que yo aprendí
y vivo intensamente.
La anciana María está en un hospital granadino, de esa
Granada que acogió a mi familia paterna cuando retornaron,
asustados y sin tener nada, de su Nador. ¿Qué si poseían
algo en Marruecos? Menos todavía, pero eran personas
tradicionales, de misa y comunión diarias, de la Adoración
Nocturna y todas las hermanas Hijas de María, vivieron las
pequeñas turbulencias de la Independencia en 1956, se
asustaron y se largaron echando leches. Todos menos mi padre
Luisico, que era rifeño puro y cheljaoui, tierra de la
tierra que hoy, a sus ochenta años, allí permanece, porque
su cultura y sus ardiles son musulmanes , nunca se ha podido
adaptar a España y tuvo que regresar porque se moría de
nostalgia.
María si se adaptó y las otras también. Y ahora se le escapa
la vida en un hospital. Ya le han dado los Santos Óleos,
porque nosotros creemos que, la Extremaunción no es
sacramento para muertos ¿De que le va a servir a uno que ha
partido? Sino sacramento de sanación y de vida, que te
esponja el alma y te refuerza el espíritu, gasolinilla para
emprender el camino de la Luz o para continuar funcionando
en la tierra. De hecho creo que si me impartieran ese
sacramento no necesitaría antidepresivos, ni ansiolíticos,
ni tiamina, ni overdose de Omega 3 para el sistema neuronal,
sería como llevar una anfetamina en el alma, pero sin
efectos secundarios.¡Más ilusión me hace!.
Pero, antes que nada, pido al buen Dios que me permita estar
en el momento en el que, los ojos se apagan y el
electroencefalograma empieza a pitar, porque es entonces
cuando el ser humano necesita más afecto, más cálido amor,
más apretarle la mano y permanecer a su lado, no importa si
horas o minutos, el tiempo necesario como para que, los
ángeles cumplan con su trabajo y vayan empujando suavemente
al alma hacia el túnel. El que se va sigue viendo a quienes
le rodean y sintiendo sus sentires y el despertar de la
añoranza dura que provoca la muerte, que es ausencia del
ser, que no del espíritu. Ese siempre está y continúa
latiendo mientras se le recuerde y se compartan con él todas
las cosas pequeñas y hermosas del cada día.
A mi tía, que siempre ha sido muy pulcra para sus cosas, se
le ve el pelo blanco porque, como dirían los poetas
andalousíes “Blancas son las canas que lloran lágrimas de
plata por la muerte de la juventud”. Ella dice que, en
cuanto le den el alta va a la peluquería, porque no sabe que
ya jamás le darán el alta, porque nada en su cansado
organismo funciona y que serán los ángeles quienes peinen
sus canas, cuando esté sentada a la vera de esa otra María,
la de la dormición, a la que siempre tanto amó.
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