Hay un hecho verídico. Cada vez
que la globalización no respeta la identidad propia y
cultura de los pueblos, se avivan los conflictos. En este
sentido, los visibles símbolos religiosos, también forman
parte de esa credencial a la que debemos dar más beneplácito
que prohibiciones. Son puntos de referencia inherentes a la
espiritualidad de las personas. Téngase en cuenta, además,
que cuanto más se prohíbe, más se acrecienta el deseo. Se
podrán obstruir las puertas de la libertad, constreñir
voluntades, pero hay ventanas en el fondo del alma que nadie
puede abrirlas ni cerrarlas. En toda vida, hay una realidad
sensible que conviene respetar. Todos nos movemos a través
de signos y símbolos, mediante lenguajes, lenguas y habla.
Lo mismo sucede con la religiosidad, en relación con el ser
supremo, al ser humano hay que considerarlo en su creencia y
quererlo como tal.
El uso del velo islámico o del crucifico en los cristianos,
aquel que no quiera no tiene porque rendirle honores, pero
creo que si debemos ser tolerantes con aquellas gentes que
lo llevan. Significa mucho para ellos. Para unos, los
símbolos serán signos de la Alianza, signos asumidos por
Cristo o los profetas, signos sacramentales purificadores e
integradores. Para otros, sin embargo, los símbolos nada la
estimulan. Todos ellos, o sea la humanidad entera; aunque se
disienta, pienso que ha de ser flexible a la autonomía de la
decisión. En cualquier caso, no le corresponde a ningún
poder humano decidir por nosotros, ni señalarnos la vida que
hemos de tomar. Si le incumbe, no obstante, garantizar
libertades ideológicas, religiosas y de culto, sin otra
limitación en sus manifestaciones, que la necesaria para el
mantenimiento del orden público.
Los gobiernos europeos tendrán que mantener la mente abierta
a las religiones y a todos sus símbolos y signos.
Prohibirlos por ley sería nefasto. Hacerse el sordo a todas
estas muestras espirituales, relegando la religiosidad a un
segundo plano, conlleva dificultades de entendimiento por
propio raciocinio, cuestión que genera efectos negativos, en
términos armónicos, sobre los aspectos de la realidad
globalizada. En el universo todo tiene su presencia y su
presente: lo visible y lo invisible, lo poético y lo
prosaico, lo cósmico y lo histórico. Estoy seguro que el
conocimiento de la simbología de las religiones puede ser
una pieza clave para ayudarnos a profundizar en los deberes
que llevan consigo los preceptos gloriosos; que, al fin y al
cabo, no es otro que el amor en su más puro verso.
A cambio de esta absurda retirada de símbolos religiosos,
sean de una creencia u otra, es un contrasentido que se nos
proponga como devocionario de gozos, rayando la imposición
en ocasiones, un consumo feroz y emplearse a fondo en la
lucha por el poder y el dominio al precio que sea ¿Habrá
fanatismo mayor? La nueva faz de Europa transformada por los
flujos migratorios, deberá ser más comprensiva con aquellos
que simbolicen su religión y más respetuosa con aquellas
gentes que planteen las constantes preguntas de todos los
tiempos, las cuestiones de fondo sobre los interrogantes
acerca del Creador, la salvación, la esperanza, la vida; en
definitiva, sobre todo lo que éticamente tiene un valor que
nos humaniza.
Subrayo el beneplácito ante los símbolos religiosos. Y
respaldo, lo de prohibido prohibir, en cuanto a la
simbología religiosa. Las heridas del alma son las que más
duelen. Debiera ser primera ley de urbanidad, la del
acatamiento respecto a la conciencia y a las convicciones. A
propósito, recuerdo unas palabras de Rowan Williams,
arzobispo de Canterbury y cabeza de la Iglesia anglicana,
verdaderamente concluyentes: “El ideal de una sociedad sin
ningún signo visible de religión, sin cruces al cuello ni
largos rizos (judíos ortodoxos) o turbantes (sijs) o velos
(islámicos) es políticamente peligroso”. Estas declaraciones
nos recuerdan que todo ser humano es por naturaleza
religioso. La historia nos dice que siempre ha sentido la
curiosidad de acercarse al Creador, conocer sus designios y
proyectos. Las religiones todas son caminos de acceso a ese
descubrir y todas, cuando lo son en verdad puras, también
son como ese horizonte de amor a conquistar.
Esta pluralidad de religiones ha de llevarnos a reconocer un
pluralismo religioso en el que se aprenda a convivir con
toda esta grafía. Es una buena manera de erradicar de
nuestra Europa la discriminación o antisemitismo por motivos
étnico-religiosos, e indirectamente los conflictos
religiosos que puedan despuntar. Sería un disparate, pues,
desterrar los símbolos religiosos como pudiera ser
obstaculizar la efervescente religiosidad popular católica
que actualmente vive el pueblo español, donde una gran
variedad y riqueza de expresiones corpóreas, gestuales y
alegóricas se abrazan.
En consecuencia, estimo, que nada cuesta tener una actitud
positiva de apertura a la simbología religiosa para lo mucho
que se pone en juego, la paz en el mundo. A mi juicio, tan
peligroso es el trastorno patológico de la religión como el
desprecio a los signos religiosos; en la primera, lo que
está enfermo es la mente; en la segunda, la sociedad. Los
sistemas ateos de la modernidad, la forma de vida que
algunos nos presentan, constituyen aterradores ejemplos de
ello. Cuando se lanzan piedras contra los símbolos y las
tradiciones religiosas más puras y profundas, quedan a la
intemperie valores como puede ser el mismísimo derecho a la
libertad personal.
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