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OPINIÓN - SÁBADO, 4 DE NOVIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

La soledad del entrenador
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los entrenadores apenas eran tenidos en cuenta. No se valoraba su trabajo y ellos tampoco se habían esforzado mucho en aprender para realizar una tarea que ni siquiera estaba bien remunerada. Mas un día, allá cuando los años 40 estaban tocando a su fin, apareció por España Helenio Herrera, y cambió de raíz la forma de ser de los entrenadores. Gracias a él, a su forma de proceder antes y después de los partidos, los aficionados comenzaron a prestarle atención a las decisiones de los técnicos.

Esa atención, gracias también al interés de los periódicos, hizo que el papel de los hombres del banquillo fuera adquiriendo una importancia que redundó a favor de ellos en lo económico. No obstante, a partir de entonces, lo que ganaban en prestigio y dinero lo perdían en tranquilidad; pues sentarse en un banquillo era un tormento de mucho cuidado. De pronto, todos se dieron cuenta de que ser entrenador llevaba consigo una gran desamparo. Así, un buen día, alguien, con gran acierto, llegó a titularlo como La soledad del entrenador.

El entrenador es la persona que, decida lo que decida, jamás dejará satisfechos a quienes piensan en otros jugadores y en otra manera de jugar. Que son muchos y, en ocasiones, hasta forman mayoría. El entrenador es alguien que ha de estar siempre dispuesto a comprender a sus jugadores y a conocer sus decaimientos, para ayudarles a salir de las situaciones difíciles por las cuales estén pasando. Pero de él, del estado anímico del jefe, nadie se preocupa. Es como si quien manda estuviera inmunizado contra los obstáculos que la vida nos pone a todos.

La mayor satisfacción del entrenador es tan corta que apenas si disfruta de tiempo para saborearla. Ha terminado el partido con triunfo, pero él no puede impedir que su cabeza éste ya pensando en el siguiente compromiso. Su mente gira, pues, alrededor de los jugadores lesionados, de los suspendidos o de cómo mejorar aspectos del juego a fin de vencer al siguiente rival.

El entrenador, cuando aún no ha conseguido recuperarse de los vicisitudes vividas en el banquillo, ha de presentarse en una sala de prensa donde hay profesionales que no saben ni una papa de fútbol y le hacen preguntas que le obligan a morderse la lengua.

Antaño, el entrenador no contaba con los medios actuales. Es decir, no le acompañaban ni preparador físico ni ayudantes de su cuerda. Y, salvo raras excepciones, estaba rodeado de personas cuya confianza había que poner en cuarentena. Lo cual hacía aún más dura la soledad del entrenador.

Los mejores entrenadores, verdad de Pero Grullo, son los que menos se equivocan. Y, sobre todo, quienes saben dónde les aprieta el zapato. Han de reaccionar con rapidez en el banquillo y tomar decisiones arriesgadas, aunque éstas sean de las que acarrean criticas acerbas por desconocimientos o por fobias de quienes las hagan.

Vaya el ejemplo, elegido porque ha ocurrido en un partido visto por millones de personas, recientemente: el Steaua presiona al Madrid y los jugadores madridistas necesitan sacudirse esa presión con la ayuda de su portero. Y se encuentran con que éste, al no saber manejar el balón con los pies, compromete a su equipo en seis ocasiones . Y, desde luego, les impide a sus compañeros acometer una acción táctica para solventar el problema planteado por los rumanos. Otro cuestión: Guti no es capaz de eludir el más mínimo marcaje.

Pues bien, a Fabio Capello los periodistas lo asaetean a preguntas sobre Emerson y Diarra. Pero a nadie se le ocurre exponer lo de Casillas y Guti. Al entrenador, indudablemente, sólo le cabe tragar quina. Forma parte de la soledad del entrenador.
 

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