Los entrenadores apenas eran
tenidos en cuenta. No se valoraba su trabajo y ellos tampoco
se habían esforzado mucho en aprender para realizar una
tarea que ni siquiera estaba bien remunerada. Mas un día,
allá cuando los años 40 estaban tocando a su fin, apareció
por España Helenio Herrera, y cambió de raíz la forma
de ser de los entrenadores. Gracias a él, a su forma de
proceder antes y después de los partidos, los aficionados
comenzaron a prestarle atención a las decisiones de los
técnicos.
Esa atención, gracias también al interés de los periódicos,
hizo que el papel de los hombres del banquillo fuera
adquiriendo una importancia que redundó a favor de ellos en
lo económico. No obstante, a partir de entonces, lo que
ganaban en prestigio y dinero lo perdían en tranquilidad;
pues sentarse en un banquillo era un tormento de mucho
cuidado. De pronto, todos se dieron cuenta de que ser
entrenador llevaba consigo una gran desamparo. Así, un buen
día, alguien, con gran acierto, llegó a titularlo como La
soledad del entrenador.
El entrenador es la persona que, decida lo que decida, jamás
dejará satisfechos a quienes piensan en otros jugadores y en
otra manera de jugar. Que son muchos y, en ocasiones, hasta
forman mayoría. El entrenador es alguien que ha de estar
siempre dispuesto a comprender a sus jugadores y a conocer
sus decaimientos, para ayudarles a salir de las situaciones
difíciles por las cuales estén pasando. Pero de él, del
estado anímico del jefe, nadie se preocupa. Es como si quien
manda estuviera inmunizado contra los obstáculos que la vida
nos pone a todos.
La mayor satisfacción del entrenador es tan corta que apenas
si disfruta de tiempo para saborearla. Ha terminado el
partido con triunfo, pero él no puede impedir que su cabeza
éste ya pensando en el siguiente compromiso. Su mente gira,
pues, alrededor de los jugadores lesionados, de los
suspendidos o de cómo mejorar aspectos del juego a fin de
vencer al siguiente rival.
El entrenador, cuando aún no ha conseguido recuperarse de
los vicisitudes vividas en el banquillo, ha de presentarse
en una sala de prensa donde hay profesionales que no saben
ni una papa de fútbol y le hacen preguntas que le obligan a
morderse la lengua.
Antaño, el entrenador no contaba con los medios actuales. Es
decir, no le acompañaban ni preparador físico ni ayudantes
de su cuerda. Y, salvo raras excepciones, estaba rodeado de
personas cuya confianza había que poner en cuarentena. Lo
cual hacía aún más dura la soledad del entrenador.
Los mejores entrenadores, verdad de Pero Grullo, son los que
menos se equivocan. Y, sobre todo, quienes saben dónde les
aprieta el zapato. Han de reaccionar con rapidez en el
banquillo y tomar decisiones arriesgadas, aunque éstas sean
de las que acarrean criticas acerbas por desconocimientos o
por fobias de quienes las hagan.
Vaya el ejemplo, elegido porque ha ocurrido en un partido
visto por millones de personas, recientemente: el Steaua
presiona al Madrid y los jugadores madridistas necesitan
sacudirse esa presión con la ayuda de su portero. Y se
encuentran con que éste, al no saber manejar el balón con
los pies, compromete a su equipo en seis ocasiones . Y,
desde luego, les impide a sus compañeros acometer una acción
táctica para solventar el problema planteado por los
rumanos. Otro cuestión: Guti no es capaz de eludir el más
mínimo marcaje.
Pues bien, a Fabio Capello los periodistas lo
asaetean a preguntas sobre Emerson y Diarra. Pero a
nadie se le ocurre exponer lo de Casillas y Guti. Al
entrenador, indudablemente, sólo le cabe tragar quina. Forma
parte de la soledad del entrenador.
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