Siempre se ha dicho que la
esperanza es el sueño de los que están despiertos. Sería
gozoso despertar al mundo y ver que nadie sufre por falta de
lo necesario. La puerta de la felicidad sólo se abre cuando
se produce la entrega total. Pienso que tenemos que abrirnos
más a la vida, a sus pobladores, para potenciar la dinámica
de la alegría y dejarnos habitar por ella, sin excluir a
morador alguno, puesto que la salud de los seres vivos
vincula a la familia humana en toda regla. Conocerse y
reconocerse como persona, considerar a los demás y
considerarse así mismo, ayuda sobremanera a la búsqueda
generosa de los intereses comunes. Algo que hoy se tiene
poco en cuenta.
Creo que al ser humano se le ha degradado como nunca.
Produce cierto bochorno escuchar a personas, que suelen
sentar cátedra por su formación científica o cultural, decir
que el ser humano es muy parecido a los monos y que no ven a
Dios por ninguna parte. Con estas ideas de similitud entre
la persona y el mundo animal, resulta bastante difícil
superar arbitrariedades, esclavitudes, torturas y guerras.
El mundo de lo salvaje se crece. Sin embargo, tras ese mundo
que no entiende de dignidades, parece resurgir con cierta
fuerza, y mayor tesón, una nueva cultura preocupada (y
ocupada) en resolver los problemas que atañen a la vida (a
la de todos), y a la salud de las personas (a la de todas),
más allá de doquier línea fronteriza.
Se ha de favorecer el progreso de la humanidad,
humanizándonos. Nos alegran los signos de esperanza frente a
la cultura del odio y la venganza. Que África sea un
continente en movimiento que está haciendo progresos
concretos en ofrecer mayor bienestar en las áreas de la
salud, la educación, el comercio y la reducción de la
pobreza, a todos nos afecta para bien. Que programas de
trabajo europeo adquieran el compromiso a favor de la
prosperidad, solidaridad, seguridad y responsabilidad
externa, también nos conviene a todos. Que América Latina
reciba el mayor financiamiento para el desarrollo
sostenible, genera un clima de perspectivas del que todos
podemos participar. Habrá que seguir trabajando en este
sentido. Sobre todo, para que sea posible que las economías,
a pesar de su crecimiento mundial, puedan crear empleos
decentes para los jóvenes y menos jóvenes.
Con el estimulante vital de la esperanza, también es un
signo de luz para hacer realidad el deber de trabajar y el
derecho al trabajo y a una remuneración suficiente para
poder satisfacer necesidades de familia, que la
Confederación Sindical Internacional, con 306 centrales
sindicales nacionales de 154 países que representan a 168
millones de miembros, recientemente se haya comprometido a
lidiar con la discriminación laboral ante los desafíos de la
globalización.
Del mismo modo, será una señal de confianza e ilusión, que
la sociedad española, con sus poderes democráticos al
frente, se empeñase más en atajar las galopantes y
crecientes desigualdades. A mi juicio, todavía nos hacen
falta políticas de calidad en el empleo, mayor cohesión
territorial, formación permanente e innovación tecnológica.
El sol no se ha puesto aún para todos.
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