“Polvo eres y en polvo te
convertirás” advirtió Nuestro Señor del Universo según esa
Biblia judeocristiana que es la más impresionante obra
espiritual, sagrada y literaria de todos los tiempos.
Recuerdo que, cuando mi entrañable amigo y cómplice del alma
Enrique Rodríguez Galindo, el General más condecorado de
nuestros tiempos, se presentó ante la Audiencia Nacional
para cumplir su condena política y ser trasladado a la
prisión militar de Alcalá de Henares, solo llevaba un objeto
con él: un ejemplar de la Santa Biblia. Lo que significa
que, a mi General le acompañaba la palabra de un Dios en el
que siempre confió ciegamente y cuya Justicia Divina fue
obviada por la miseria, la represalia y la mierda terrena.
Hoy es fecha de evocación, de parar unos instantes nuestro
consustancial estrés y reflexionar sobre quienes somos y a
lo que venimos. No comparto las palabras de mi admirado
autor de ciencia ficción Asimos “¿Es que hemos nacido para
sufrir y morir?” Es una pregunta nihilista y yo aborrezco el
puto nihilismo, porque es muy deprimente, muy obsesivo y sin
finalidad de tipo alguno. Prefiero el relativismo en ciertos
aspectos, aunque soy de la opinión de que hemos nacido para
crecer, intentar ser felices como acto de gratitud a quien
nos dio el ser y no morir, sino presentarnos ante el
Todopoderoso con nuestra escudilla para mostrarle si la
llevamos vacía, llena o semillena de amores y sentires. Está
la Pregunta “Dime ¿Cuánto amor has dado y cuanto has
recibido?” Y entonces se muestra la escudilla. ¿Qué quien me
ha dado tantos detalles? Pues la lectura de libros sobre
experiencias de vida después de la muerte y me lo ha
corroborado mi hijo mayor Gabriel Pineda que anda hoy
defendiendo a los ángeles de Dios que hacen alijos de
estrellas en las playas del cielo.
Es bello el “Polvo eres…” y me hace rescatar unos viejos
versos castellanos , rotundos, que me cantó un alfarero allá
por tierras vallisoletanas “Oficio noble y bizarro, el de la
industria del barro. Dios fue el primer alfarero y el hombre
el primer cacharro” ¿No se les ponen los pelos como
escarpias ante la belleza del verbo en nuestro idioma
español? Yo me emociono, porque soy muy sentida y cuando uso
y abuso de nuestro román paladino, parece mismamente que los
estoy paladeando y me sabe espeso y algo ácido, como sabe el
vino de Ribeiro, amargo, ácido y con un poso perfumado de
uva temprana. Nuestro amalgamado idioma de raíz latina tiene
al tiempo sones de campanas, tañidos de bronce que son la
música de la cristiandad. El alma se conmueve y exclama
¡Joder que bonito!. Si. Más bonito que un referéndum sobre
temas preocupantes. Exactamente, tienen razón, hablo de
“ese” referéndum que nunca van a convocar, ni vivos ni
fieles difuntos. Nada de ejercer la incómoda ocupación de
preguntar al pueblo soberano sobre problemas que a todos nos
agobian. Y eso que sería una sencilla consulta popular, de
hecho no nos tendrían que informar de nada porque estamos
saturados de información y gracias a la información,
recortada y manipulada, por supuesto, hemos conseguido
salvar obstáculos, pasar de falsedades y buenismos y formar
nuestra sólida opinión. Los españoles podemos opinar porque
sabemos y conocemos, pese a las noticias sesgadas y a la
total falta de transparencia informativa sobre según que
temas. Es más, hay temas que hastían por su hipócrita y
parcial tratamiento, según por donde salga el sol y sobre
los que deberíamos ser convocados para opinar, porque no
estamos muertos ni somos fieles difuntos, sino que estamos
felizmente vivitos y coleando, en la plenitud de nuestras
facultades volitivas y cognoscitivas y hartitos de mordernos
una sin hueso que, llegados a este punto, se nos va a llagar
y nos va a salir una fístula lingual, otra espiritual y otra
anal, porque nos porculean mucho negándonos nuestro derecho
democrático a opinar. Sobre todo. Sobre inmigración, sobre
las reformas del Código Penal, sobre las reformas de los
estatutos, sobre un Proceso de Paz que cada día parece más
una operación publicitaria llevada por una agencia de
discapacitados psíquicos y sobre reformas constitucionales.
Lo cierto es que, los ciudadanos, una vez depositamos el
sufragio cada cuatro años, nos quedamos muy solos. Votamos a
representantes para que sean sencillamente un eco de
nuestros sentires y quereres, que representen nuestra
“auténtica” voluntad y no la santa voluntad particular de
ellos o lo que les salga de las partes pudendas. Y no hace
falta gobernar a golpe de encuestas de opinión, sino un
despliegue de cargos electos a pie de calle que palpen los
sentimientos y las preocupaciones ciudadanas y que luego,
esos cargos, lleven esas opiniones vividas en primera
persona al Congreso, al Senado o a la infinidad de Gobiernos
Autonómicos. Una administración monolítica y ahogada por la
burocracia, costosísima y nada participativa.
Nuestros partidos políticos, expertos en dedocracia, son
auténticos cotos cerrados, los señoritos se han comprado una
finca y la han vallado. Cierto es que cualquiera se puede
afiliar y ser militante e incluso gozar del raro privilegio
de ir de compromisario a un congreso o a hacer bulto en un
mitin, pero los españoles no somos en absoluto unos miles de
militantes de una determinada opción, cuyos votos en
solitario no bastaría ni para que salieran los políticos
como bedeles, son muchos millones quienes votan sin estar
afiliados y ellos son quienes cuentan. Y a quienes hay que
camelar y dorarles la píldora a golpe de promesa cumplida y
de compromiso en el que se da la talla. Y de mantener los
oídos del corazón alerta para captar sensibilidades heridas
o riesgo de estar forjando a generaciones de apolíticos
absolutamente incrédulos, a quienes no motivan en absoluto
la palabrería mitinera ni las estrategias de marketing. Y
como, el pueblo, no se encuentra de cuerpo yacente, sino que
su electrocardiograma da saltos mortales y su
electroencefalograma está adrenalínico a tope, con las
neuronas echando humo y dispuestas a reventar la máquina del
tac cerebral, los cruces de acusaciones y reproches y los
discursejos con deglución lenta y babosa, no impresionan
absolutamente a nadie. La gente quiere “hechos” y el pueblo
agradece los ramalazos de populismo distintos a hacerse la
foto electoral besando al niño y saludando al frutero en el
mercado. ¿Qué si es ramalazo de populismo una consulta
popular al pueblo? Es más. Es respeto, es dejar de
ningunearnos y de acordarse de nosotros tan solo para hacer
bulto en los mítines o renunciar al asueto yendo a depositar
un sufragio que perpetúe otros cuatro años de dedocracia,
amiguismo, continuismo, seguidismo y distanciamiento con el
auténtico sentir de la ciudadanía. No estamos muertos, no
somos fieles difuntos, los programas electorales nunca
encierran en sus páginas todas nuestras zozobras e
inquietudes y los llamados a representarnos no nos
consultan, porque, si lo hicieran, conocerían que hay que
reformar lo relativo a las consultas y referendums y
consagrar nuestro derecho constitucional a opinar en
libertad y desde la libertad.
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