Que la Dirección General de Tráfico proponga sustituir las
rejas por trabajos en favor de la comunidad, es de sentido
común y de buen hacer. Creo que este tipo de actuaciones
correctoras reeducan mejor, no por más fáciles, puesto que a
la prisión el ser humano también se acomoda, sino porque es
una intervención más directa con la persona que ha generado
el conflicto. Tiene un calado más hondo, la toma de
conciencia de la responsabilidad contraída, por el daño
producido. Poner a una institución en plan vengador no me
parece de recibo. En cambio, si me parece más reformador que
se exija y ejecute resarcir el daño causado con otras
medidas que no sean las del internamiento. No tiene sentido,
pretender cambiar conductas a base de incrementar la
duración de las condenas privativas de libertad, entre otras
cosas, porque no es efectivo.
El fracaso rehabilitador de la pena de prisión es un hecho
bien patente, tal y como hoy están las cárceles de repletas.
Algunas llevan con el cartel de no hay billetes hace ya un
tiempo. Con lo que eso, además, conlleva de costes. Este
hacinamiento sin orden ni concierto, donde los enfermos
mentales conviven con los delincuentes, y la falta de
personal, según apuntan algunos sindicatos del ramo, o
asociaciones de voluntarios de prisiones, resulta imposible
que se pueda llevar a cabo un tratamiento individualizado.
Sólo faltaba ahora recrudecer las penas, con la cárcel como
única condena, sin otra alternativa, de aquellos alocados
conductores. Para frenar este desenfreno, como puede ser el
de la velocidad, extensivo al de la bebida o al de hablar
por teléfono mientras se conduce, la cárcel es un problema
que genera más problema, las medidas reeducadores son la
verdadera solución. Cuando uno está enfermo hay que darle el
tratamiento preciso. Otros no curan. Pues aplíquese el
dicho.
Pensar que la cárcel es la única salida a problemas
sociales, como puede ser la irresponsabilidad de conducir,
está fuera de lugar. El modelo de medidas alternativas a la
prisión y concienciar sobre las causas del desorden, está
comprobado que es más educacional. Al fin y al cabo, de lo
que se trata es de cambiar actitudes incívicas e incorporar
la cultura de la seguridad vial que no tenemos y que la
juventud tiene todavía menos. Si se conocen perfectamente
las principales causas de los accidentes habrá que seguir
estableciendo metas u objetivos que nos hagan cambiar
nuestra manera de actuar al volante, con el fin de lograr
comportamientos más seguros. Si, además, se sabe que la
mayor tasa de mortalidad en carretera la llevan los jóvenes,
lo sensato sería que los planes educativos hicieron más
hincapié en valores de prudencia, responsabilidad, madurez…
Volvemos a lo de siempre, a lo importante que es la
educación. Por desgracia, nuestros jóvenes, que casi todos
ellos son universitarios, no todos tienen acceso a una
formación integral, en la que a los conocimientos humanistas
y técnicos, se añadan los valores éticos, tan necesarios
para convivir y andar por la vida.
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