Las reivindicaciones territoriales
aparecen y desaparecen de la política exterior marroquí como
por ensalmo. Justo ahora que los movimientos migratorios han
cambiado de camino y rodean el reino alauí, justo ahora que
está sobre la mesa el siempre tortuoso acuerdo pesquero,
justo ahora que debemos consensuar una salida para el Sáhara
Occidental, justo ahora que dicen que Zapatero y Mohamed VI
son grandes amigos, justo ahora que llega el Mundial (y
Marruecos no está clasificado)... Justo ahora toca repicar
la campana de Ceuta y Melilla. Suena a broma chusca, aunque
el terreno de la política exterior sea poco dado a las
bromas.
Pero en este caso, triste e indignantemente, el objeto de
broma somos nosotros, los ciudadanos de Ceuta y Melilla,
mercancía de trueque en el tablero político según convenga a
los intereses del país vecino. Mal vecino, dicho sea de
paso. Resulta inadmisible la cansina reivindicación
territorial de Marruecos y el Ejecutivo de José Luis
Rodríguez Zapatero debe decirlo alto y claro y defender,
cuantas veces sea necesario, la españolidad de las Ciudades
Autónomas de Ceuta y Melilla. No somos Marruecos como no
somos el comodín de ninguna negociación.
Todos los problemas, incluso, como en este caso, los ajenos,
tiene nsolución y está tanto en las palabras como en los
hechos. Es hora, de una vez por todas, de abordar con
seriedad y a corto plazo, la equiparación de Ceuta y Melilla
con el resto de las comunidades autónomas españolas.
Desaparecerían así las dudas, no habría ciudad autónoma que
valga, expresión ambigua que desnuda la distancia que nos
separa de la Península. No sería, ni mucho menos, una
solución simbólica pues junto al orgullo y la satisfacción
de ser iguales al resto, Ceuta y Melilla también asumirían
competencias que les dotarían de instrumentos para avanzar
en el bienestar de los miles de españoles que vivimos a este
lado del Estrecho.
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