En esas horas íntimas de gran recogimiento, -como dice
Villaespesa- , cuando podemos escucharnos y volar como una
mariposa sobre los labios de luna, suelo echar las redes del
verso a la tierra más próxima, vayamos que se muera de
soledad mi vecino y no me entere, para escribir lo que se
cuece por dentro. Me gusta sentir lo que el huerto de la
vida solloza por sus caracolas. Y escribir a corazón
abierto, porque la libertad es eso. La falta de solidaridad
y cooperación me pone de los nervios. Resulta bochornoso
tragarse políticas de corte individualista, que no reparan
en la injusta repartición de las riquezas y que conciben al
hombre como individuo autosuficiente, inclinado a la
satisfacción de su interés propio ¿Dónde están las políticas
de corte familiar o de corte solidario? Yo no las veo por
ningún sitio. Como tampoco veo la construcción y defensa de
una vida más humana. Un ejemplo, sacado de una noticia,
puede servirnos como fundamento. Lo importante no es si
Zapatero comunicará en junio el comienzo del proceso de
diálogo con ETA, lo fundamental es que el terror no siga
deshumanizándonos, destruyéndonos, llevándonos al terreno de
la selva. Lo vital es el valor de la vida.
En nuestra España, los aires afligidos, los del boca a boca,
ya no vienen de los amantes al no ser correspondidos por la
dama, vienen de los líos de familias endeudadas como nunca,
de habitaciones separadas, o de familias unidas a las que se
les resta derechos ancestrales. Comprendo que Benedicto XVI
al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de
España ante la Santa Sede, dijese sin titubeos que no se
pueden pisar derechos esenciales como: nacer, formar y vivir
en familia. Al Papa debió llegarle el humo de las voces
desencantadas, la queja de amores descorazonados, y puso el
dedo en la llaga. No se cortó un ápice y censuró con dureza
la política educativa y familiar del Gobierno. Que es de una
insolidaridad manifiesta, en mi opinión. El olfato de
Benedicto XVI es de una lucidez grande y de una buena
sintonía con el pueblo, que a estas alturas del desconcierto
ya no sabemos si es el de Dios o el de ZP. Lo digo porque
aumentan los alejados, mientras Zapatero suma votos. Claro
está, humanos somos, la cruz es más difícil de llevarla que
subirse al carro del poder para sentirnos dioses.
Se han perdido tantas almas en cancioneros agresivos (los
quemados de la política, los quemados de la economía, los
quemados de la vida…) que lo transparente en España no se
lleva, salvo en la moda femenina, porque seguimos igual de
machistas que siempre. Los vínculos del amor para toda la
vida, aquellos que fueron clara pureza, los hemos
convertido, de la noche a la mañana, en sequedales que
ahogan el manantial de los días. Ahora, del amor al odio,
hay menos que un paso.
Las calles en la tierra madre, o sea en la madre España,
queman como brasas efervescentes por doquier. El deseo de
vengar la injuria se da en todas las estaciones del año. La
propensión a sentir o expresar ira es moneda de cambio. El
espíritu de negación llevado hasta el furor es cátedra. Al
final, los que más pagan este calvario son los teleniños,
que son los niños que han sustituido a sus padres por un
electrodoméstico que genera violencia y sexo a raudales. Es
la mejor manera de convertir a un niño en delincuente, lo
sabemos y lo saben las instituciones, pero lo consentimos,
se consiente que el niño duerma con la tele. Los efectos ahí
están. Las detenciones de menores por asesinato y homicidio
van en aumento; y la solución, pienso, que no será endurecer
las penas, sino cambiarlo de atmósfera familiar.
Convendría reflexionar sobre violencias sembradas por los
adultos a los niños, en ocasiones para la afirmación del
propio poder. Si en el mundo animal rige la ley del más
fuerte parece como que el ser humano quisiera destruir su
propio orden, olvidase su inteligencia en el baúl de los
recuerdos y diese rienda suelta al espanto. El tiempo actual
es un tiempo que se mueve por instintos y esto es muy
peligroso. Hace falta que la ética, esas tablas de la ley
humana que hemos dejado de sentir fascinación por ellas,
ajuste el humano reloj que llevamos dentro y ponga cada cosa
en su sitio, sin confusiones ni laberintos, antes de que nos
plante cara el universo con sus fenómenos devastadores.
Dicho sea de paso, aunque España es el líder europeo en
diversidad biológica, me inquieta que padezcamos
alteraciones en el ecosistema mediterráneo, en zonas de
montaña como Sierra Morena, Montes de Toledo y Sierra de San
Pedro, donde se refugian algunas de las especies en mayor
peligro de extinción. Igual que me perturba, por su
incoherencia, lanzarse como autores de la alianza de las
civilizaciones y que se pongan más bien escasas políticas de
carácter asistencial y de promoción e integración social.
Tanto a los que vienen de afuera como a los que ya están
dentro. Queremos ser líderes, pues seámoslo de verdad, la
naturaleza nos ha donado serlo de la variedad biológica,
quizás esa mismo universo quiera que también lo seamos de la
pluralidad cultural, pero sino ponemos en práctica el don de
la acogida y el del reparto, habrá bolsas de pobreza en
creciente y aumentará el desorden.
Los desórdenes, aunque pueden potenciar la imaginación,
prefiero el placer de la razón ante el orden. Además,
haciendo gala del título de la columna, siempre ha sido
propicio el ofertorio para mostrar gestos tangibles de
caridad. Nosotros somos la propia ofrenda, y como el noble
estímulo del beso, no estaría demás esforzarse en poner la
esperanza en la boca. Iniciativas, como por ejemplo: “El
mundo en marcha contra el hambre” (Walk the World), sugerida
por el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas,
es un buen testimonio. Se busca sensibilizar a los gobiernos
y a la opinión pública sobre la necesidad de una acción
concreta y oportuna para garantizar a todos, en particular a
los niños, la libertad del hambre. Pues sigamos con otras
iniciativas, yo propongo esta: España en marcha a favor de
España. Esto es barrer para casa. Pero es que la casa está,
mangas por hombro.
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