La Manzana del revellín es la
prueba más evidente de que por esta tierra pasó el GIL. Es
la marca de ese partido. Y, por serla, está ocasionando
todos los problemas del mundo a quienes decidieron seguir
adelante con la obra en vez de indemnizar a la empresa que
se hizo con los derechos de explotación de una esquina que,
según parece, vale un potosí. Y ya se sabe que donde hay oro
los hombres terminan perdiendo el norte.
A mí se me ocurrió, una vez, llamar a Adolfo Espí
para que me contara cosas relacionadas con las denuncias de
Juan Luis Aróstegui contra la Manzana
del Revellín y Adolfo lo primero que hizo fue invitarme a
viajar a Murcia para informarme de algunas cosas al
respecto. Y a punto estuve de aceptar su ofrecimiento, pero
no por lo de la manzana sino porque en Murcia se come una
menestra digna de cualquier esfuerzo. Aunque Espí,
acostumbrado a vivir a lo grande, me dijo que tenía coche y
chófer a mi disposición en el puerto de Algeciras.
Pero le dije que nones. Pues uno, que anduvo viajando desde
que tenía pantalón corto y hasta que llegó al medio siglo,
sabe que a ciertas edades conviene quedarse en casa y no
estar dando barzones, de aquí para allá, por el mero hecho
de ir con los gastos pagados. Que luego, cuando menos se
espera, te tachan de gañote y te pasean las cámaras de
televisión por esta tierra de conejos que es España.
Tentado he estado otra vez de pegarle un telefonazo a Espí,
poderoso hombre de la construcción en la vega murciana, para
que me contara toda la actualidad sobre la esquina. Pero he
renunciado porque sé que volverá a insistirme en que viaje a
la Manga del Mar Menor, para que yo regrese contando que me
ha dado gloria bendita.
Lo cual no me apetece. Otra cosa bien distinta sería que
Adolfo estuviera dispuesto a decirme qué intereses movieron
a Juan Luis Aróstegui para denunciar todo lo denunciable
acerca de esa construcción. Pero me conozco de sobra su
respuesta:
-El día en que la manzana deje de estar en los juzgados, te
pondré al tanto de los nombres de todas las personas que han
influido en Juan Luis para que éste hiciera lo que ha hecho.
Y te sorprenderás de ellas.
Lo que no descarto es que Adolfo, tan educado y correcto
como siempre, me envíe un mensaje por correo electrónico. Ya
que me consta que es uno de mis fieles lectores. Así que le
anticipo que hace tiempo decidí no recibir mensajes por
ordenador. Recordarás que el último que me enviaste fue para
felicitarme por un obituario que le hice al maestro
Campmany. Nada que ver, por supuesto, con el que Raúl
del Pozo ha ganado, recientemente, el premio
César González Ruano. De lo cual me
alegré muchísimo: ya que el maestro Raúl lleva 30 años
tratando de superarse cada día en sus columnas. Y ha
conseguido que leerlo sea una gozada.
Claro que en esta ciudad escribiendo por medio de analogías,
citas y metáforas, a Raúl lo hubieran tachado de plagiador.
Pero bueno, Adolfo, qué te voy a contar que tú no sepas de
lo que se cuece por aquí. Donde cualquier chiquilicuatre
trata de sentar cátedra de patriotismo y catolicismo a
ultranza, sin ideas y con mala sintaxis.
Y es que la edad nos puede hacer más cautelosos, pero los
tontos, aunque sean aventajados, seguirán siendo tontos de
por vida. Y éstos, los tontos, por más que sean hábiles para
que no se les vacíe el monedero, no son ni buenos ni
agradecidos.
Sí: ya veo tu cara de extrañeza mientras lees estos
párrafos, que nada tienen que ver con la Manzana del
Revellín. Pero a veces uno, dada la inercia, aprovecha la
ocasión para retratar a un personaje. Y tú, que no eres
torpe, seguro que le pones nombre en un suspiro.
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