Realmente, el manido concepto de
“el bien común” utilizado y reutilizado por todo quisque y
para cuya alusión hay que poner una expresión beatífica de
hechuras onegetistas, el concepto, invita a generalizar y
es, en sí mismo una generalidad. Lo digo porque me escribe
un lector-opinador pidiendo mi criterio sobre las próximas
elecciones a la Cámara de Comercio de Ceuta, yo,
lógicamente, tras un pausado seguimiento de la trayectoria
de cada candidato y atendiendo antes que nada a sus
opiniones, apuesto sin ningún género de dudas por Jose Luis
Moreno Naranjo, me gustan su agilidad mental aplicada a su
estrategia y me siento identificada con aquellos a quienes
representa.
A mi con los ceutillitas de la capillita me pasa como con
los sevillitas y los malaguitas: demasiado localistas y
demasiado centrados en sus propios ombligos y encima los
supuestos lobbys de poder me dan un extremado mal vagío.
¿Qué por que opino sino tengo derecho a voto en las próximas
elecciones que se van a celebrar? Pues lo hago por una razón
trascendental y casi esotérica: porque me sale de aquello a
lo que, las patiperras llaman confianzudamente “la caja de
caudales”y que es parte muy fundamental de la anatomía
humana y lo hago también porque, en este caso, al apostar
por un determinado candidato,o, mejor dicho, por la
inteligencia y la sagacidad de un determinado candidato y el
perfil idénticamente válido de su candidatura, estoy
apostando por el bien común de los ceutíes, que no de los
ceutillitas ni de las camarillas.
No me gustan las camarillas, porque son muy excluyentes y a
la par muy ventajistas , ni seguidismos ni clientelismos. Yo
voy a lo mío, mejorando lo presente y sin faltar al respeto
a nadie, porque yo he estudiado en el libro de la educación
y la vergüenza y en mi familia paterna, aún colean las
enseñanzas y respeto a las tradiciones que nos legara mi
calorro abuelo, el tío José, que siendo un campesino gitano
analfabeto, parecía llevar a un viejo en la barriga y era
una especie de Séneca rural, aunque jamás en su vida pisó
una escuela y tenía hasta faltas de ortografía en la huella
dactilar del dedo que utilizaba para firmar.
Además, expongo mi criterio porque me gusta la ciudad de
Ceuta y tengo en ella familiares. ¿Qué si mis familiares son
gitanos? No, los calorros los tengo en la península, por
tierras almerienses, mis familiares ceutíes espirituales son
Hamadi Amar Mohamed, que tiene una casa donde, abres las
ventanas y entra el Mediterráneo y que es para mí una
especie de filósofo, maestro y punto de referencia del
euroislam y su mujer Leila que es la doble ceutí en empaque
y belleza de la reina Rania de Jordania.
Es decir, Ceuta me interesa porque, como soy muy patriotera,
me embeleso cada vez que oigo a mis queridos Polluelos
cantar aquello de “Ceuta y Melilla del toro las criadillas”
y les digo que, yo con el toro de Osborne que es BIC, bien
de interés cultural, cuando me lo ponen sobre la roja y
gualda es que me emociono si cabe más que cuando veo el
escudo constitucional. Yo soy de las que opinan que deberían
cambiar el escudo por el toro, que aúna más y representa más
un bien común, una idiosincrasia, una forma de ser, una
hermosa huella de nuestro paisaje. Y dicho sea de paso, si
Jenaro, el nuevo Delegado de Gobierno rescata el toro que
siempre ha embellecido el monte Hacho y lo devuelve a su
lugar habitual, para que los que llegan en el barco se
empapen de españolidad, elegancia autóctona y buen rollo
ibérico, si el Delegado se enrolla, crearé un club de fans
para hacerle seguimiento político y comentar sus decisiones
e iniciativas, comparándolas con el concepto de bien común,
que es cuando un político favorece a todos por igual, sin
permitir que existan ciudadanos de primera, que gocen de
todos los privilegios y de segunda, que son los que pagan
con sus impuestos los privilegios de los primeros.
Por cierto y hablando de bien igualitario, le he escrito una
carta a Juan Vivas enviándole el presupuesto que necesito
para mi viaje místico, no a la Meca, porque soy católica,
sino a Torreciudad, el hermoso santuario mariano que guarda
en sus entrañas de piedra una preciosa Virgen Negra
románica, de expresión hierática, absolutamente esotérica
por los pliegues de su vestimenta y que mi marido, el viejo
pintor, pintó para la Obra, con la corona y las vestiduras
doradas con láminas de oro fino líquido de 24 kilates. ¿Qué
si les voy a contar el resultado de mi romería espiritual?
Por supuesto, aunque nos va a pagar el viaje a un grupo, no
a mi sola. El barco, el autobús, pernoctar en hoteles
modestos y derecho a desayuno y comida, la cena corre por
nuestra cuenta y la compra de recuerdos también. ¿Ven? Sin
quererlo he hecho una referencia ejemplarizante de bien
común, los islámicos a la Meca y nosotros esta vez a
Torreciudad, pero tenemos proyectados viajes a Fátima, a
Lourdes, al Vaticano, a Guadalupe para rezar a su Virgen
Negra, a los Santos Lugares y a San Andrés de Teixidó,
adonde acudiré acompañada por la presencia espiritual de un
hermano pequeño muy querido para Hamadi y para mi, nuestro
Gabriel Pineda de las Infantas, el papá de mi ahijada Paula.
El respeto al bien común conforma un cúmulo de iniciativas y
acciones para llegar a alcanzarlo, puede aparecer como algo
muy genérico, pero lograrlo es, más que un objetivo, un
reto.
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