Cuando a un maestro de escuela vocacional como fue, y como
es, porque, en algunos casos, esta profesión también imprime
carácter, D. Andrés Gómez Fernández, de Ceuta, le llegó la
hora de su jubilación, supongo, que toda su vida de docente
pasó ante él como una película repleta de ricas experiencias
humanas, de vivencias intransferibles. Por sus manos pasaron
cientos de niños y niñas a los que, además, de formar y
educar, también tuvo que aconsejar, asesorar y abrirles
caminos en la vida, independientemente de lo que el destino
les hubiera deparado después a cada uno.
Don Andrés Gómez Fernández ha querido recoger, pues, todo
ese cúmulo de experiencias vividas en todos los colegios por
los que ha pasado en dos libros titulados “Vivencias de un
maestro (Primera y Segunda Parte)”. Y por sus páginas van
pasando hechos, circunstancias, experiencias educativas,
todas ellas acaecidas en ese templo de realización personal
que es el espacio de un aula.
El pasado verano del 2004 don Andrés consiguió convocar a
muchos de sus antiguos alumnos (todos ellos guardan de él un
recuerdo entrañable) para presentarles la primera parte de
sus vivencias como maestro. Fue una jornada inolvidable la
que vivimos en aquel encuentro mitad previsto, mitad
espontáneo, entre los que se encontraba un antiguo
compañero, Pedro López Muñoz “El Cai”, que, desde la montura
de su moto, sirvió de guía a don Andrés en su tardío retorno
a Barbate y que, dos años después, entregó su vida a las
aguas de la bahía gaditana.
Si, supuestamente y de forma simbólica, en el día de hoy en
que don Andrés presenta la segunda parte de su libro
“Vivencias de un maestro”, haciendo un ejercicio de
retrospección, el maestro quisiera pasar lista en clase,
como lo hacía cuarenta años atrás, la voz de Pedro no se
haría oír al escuchar su nombre, y su asiento estaría vacío.
Sin embargo hoy, un doce de mayo de 2006, entre todos, su
viejo maestro y sus antiguos compañeros, intentaremos llenar
ese espacio invocando su memoria, de forma que cuando don
Andrés (supuestamente, repito) pronuncie su nombre, todos a
una respondamos, a la vieja usanza: ¡presente! De hecho el
libro que don Andrés ha tenido a bien querer presentar en
Barbate, donde comenzó su andadura como enseñante, en su
portada, nos muestra una fotografía de un grupo de alumnos
de Barbate, entre los que está Pedro, y, a continuación,
abre sus páginas con un emotivo capítulo titulado “Yo,
marinero”, dedicado al “Cai”.
Por tanto. los compañeros aprovecharemos esta coyuntura para
homenajear doblemente al maestro y al compañero de colegio.
Al uno por haber estado presente siempre en nuestro corazón
como un maestro humanista y entregado, y al otro por haber
sido una persona sencilla y ejemplar, simpático y cordial
que, sin hacer ningún ruido, pasó por la vida dispuesto
siempre a aportar su granito de arena, trabajando en
actividades deportivas con niños y jóvenes desde la Peña San
José de la que era socio destacado.
El libro está prologado por Don Miguel Calderón Campos, hijo
del fallecido don Miguel Calderón Campoy, otro maestro de
Ceuta que, como don Andrés, inició su carrera en el entonces
Colegio Nacional Generalísimo Franco, actual Centro de
Educación Infantil y Primaria “Baesippo”, y consta de cuatro
capítulos correspondientes a cada uno de los colegios en los
que don Andrés ha impartido su magisterio.
Está escrito con un estilo ameno y sencillo, casi didáctico,
que facilita su lectura y nos acerca con más profundidad a
la labor diaria de un maestro y que nos muestra, además, el
amplio espectro de intercambios de experiencias humanas y
pedagógicas que supone toda una vida dedicada a la
enseñanza.
Me referiré preferentemente, por razones obvias, al capítulo
que don Andrés dedica a Barbate, tanto en la primera parte
como en la segunda de “Vivencias de un maestro”.
En ambos volúmenes se relatan historias humanas en las que
los protagonistas son los alumnos, algunos de ellos tan
peculiares, que no ha necesitado don Andrés nombrarlos para
que podamos reconocerlos. Rápidamente la memoria se activa y
recupera, con los datos aportados por don Andrés, los
nombres y los rostros de aquellos niños subidos hoy a la
cima de su madurez.
Completan la memoria docente de don Andrés unas fotografías
en blanco y negro que nos acercan más a aquella etapa de
nuestras vidas donde el contexto histórico, las
circunstancias familiares y las influencias ejercidas por
aquellos viejos maestros comenzaron a configurar nuestra
personalidad y donde recibimos aquella primeras lecciones
que, con mayor o menor fortuna, nos han ayudado a todos a
forjar nuestro particular destino.
Les recomiendo su lectura pues no siempre se tiene la
oportunidad de entrar, de la mano de un maestro enamorado de
su profesión como don Andrés Gómez, en un aula, y ser
testigo de primera fila, de las múltiples “vivencias” que
pueden acaecer en ese pequeño universo de experiencias
compartidas. Y todo ello sin olvidar la proyección humana y
trascendente que el hecho educativo puede generar en sí
mismo.
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