La diadema de maldades nos destruye como seres humanos.
Tiempo al tiempo. El origen de esta corona voraz es siempre
lo mismo, el odio, el egoísmo, el culto de sí mismos, querer
ser el centro de todo, dominar cuanto más mejor. La
perversidad ha tomado posiciones de privilegio que nos
confunden. La desorientación está a la orden del día, porque
los poderes también han enfermado con divisiones, con pocas
credibilidades y falta de autoridad. Se contradice la
justicia que, para colmo de angustias, es incapaz de hacer
justicia social. Se esconde la libertad por miedo a la
prepotencia de la mentalidad dominante. El que se mueva no
sale en la foto, dijo un político de los de verbo presente.
El grito de la muchedumbre no deja oír a la conciencia. Y
así, el rumbo de la murmuración, que es perversa; gobierna a
sus anchas. El reinado de la discordia ha crecido. Las
querellas por calumnias e injurias se han multiplicado.
Cuando los dirigentes de un país revierten todas sus
energías en cuestiones de cotilleo para no perder votos, la
malicia no puede cosechar otra cosa que inmoralidades y
fracasos.
Me parece de una inmoralidad, y un verdadero desengaño para
los demócratas, la riada de corrupciones que se alistan a
diario en el cauce de nuestra existencia. Ya lo dijo el
excelso filósofo José Antonio Marina: El listillo es un
peligro público. Su obtusa maldad es para temerle. Nuestras
sociedades son cada vez más complejas y conflictivas, con
una creciente crisis de los valores, lo que acrecienta que
los linces aprovechen la ocasión para hacer su verdadero
agosto. A río revuelto, siempre se ha dicho, ganancia de
pescadores. El adoquín de maldades nos ha tornado
insolidarios. Comprometerse a vivir y a trabajar siempre los
unos por los otros, y nunca los unos contra o en perjuicio
de los otros, como manda la conciencia justa, es tan
complicado como buscar una aguja en un pajar. Sería bueno
que los políticos comenzasen por esta lección
ejemplarizadora, a fin de purificar este podrido ambiente
del que en parte ellos han putrificado con políticas más de
negocio propio que de servicio a los demás.
También resulta corrupto, destructivo, egoísta y perverso,
la moda de ciertos medios televisivos, con la gran
influencia que tienen sobre los ciudadanos, ofreciendo
heroicidad de galán o musa, a personas que se venden como
lechugas en el mercado. Cuando se pierde la dignidad, todo
es posible. La perversidad toma asiento. Mal augurio es
acostumbrarse a recibir la aureola de doña maldad en
cualquier esquina, en tribunas de postín o en ventanas que
conviven con nuestras vidas como es la tele. Estos males
sólo tienen un remedio, invertir en bondad sobre todo lo
demás, porque sembrando el bien es la única manera de que se
alimente la planta de la belleza y deje al descubierto el
tronco insensato de doña maldad. Lo peor que hacen los malos
– lo dijo Benavente- es obligarnos a dudar de los buenos. Ya
me gustaría tener, para poder discernir la aureola de
maldades, ese tipo de test que permite comprobar en menos de
tres minutos a través de la transpiración o la orina en la
ropa si el usuario de esa prenda ha consumido drogas. Todas
las maldades huelen fatal, pero nuestro olfato está ya muy
habituado a este tipo de respiraciones y respiraderos.
Necesitamos una indulgencia.
|