No puedo precisar en estos
momentos los años durante los cuales mantuvimos el General
Enrique Rodríguez Galindo y una servidora, esa especie de
tertulia epistolar que comenzó con su primera prisión
preventiva en la cárcel de Alcalá de Henares y
posteriormente cuando en la misma prisión militar entró ya
condenado por el caso Lasa y Zabala.
Yo siempre he considerado y hoy considero a mi General como
un hombre inocente que sirvió de chivo expiatorio y de
mensaje enviado a las filas socialistas por los del PP. Se
ensañaron con el hombre que desarticuló ciento un comandos
de ETA, el militar más condecorado de España, el más heroico
y leal servidor de su Patria y que era al tiempo un hombre
de honor y un hombre de Dios. Constancia puedo dar de ellos
por las docenas de cartas que intercambiamos, yo desde mi
pequeña casita, llamada Villa Solita, a cien metros de la
playa y lugar donde se detienen los vientos de levante, él
desde el presidio militar donde insistía en ser tratado como
un soldado más, sin privilegios de ningún tipo.¡Por Dios que
buen vasallo si hubiera un buen señor! Hablo de este tema y
me avergüenzo profundamente de ser votante y afiliada al PP.
Aunque les digo una cosa, la cúpula del partido en tiempos
del soberbio Aznar nada tenía que ver con los quereres y los
sentires del votante llano. Fríos, distantes y endiosados.
Eso si, buenos gestores, honrados y eficaces que ya es mucho
decir de los políticos, pero con la venganza encarnizada
contra mi General demostraron ser malas personas. El
Gobierno del PP nunca fue corrupto, ni trajinoso, ni
excesivamente débil (inciso, recuerdo al Ministro de Defensa
Trillo cuando no permitió que el Día de las Fuerzas Armadas
desfilaran en Barcelona ni la Legión ni la Benemérita “para
no herir sensibilidades” ¿Caben mayor cobardía y abyección?
No vomito directamente sobre el teclado porque después
tendría que limpiarlo, pero el recuerdo repugna).
¿Qué dicen ustedes? ¿Qué en todo este asunto hay muchas
cosas malvadas y repugnantes? ¡A mi me lo van a decir! O se
lo dicen a mi marido, el viejo pintor que, al óleo y con
corona dorada, pintó para el General una preciosa Virgen
Niña. La mandé a Alcalá de Henares por SEUR y tras recabar
el permiso del militar que dirigía el centro penitenciario y
que se mostró encantado por la iniciativa. Y así María, la
chica judía, pasó a acompañar las eternas soledades del
héroe español que me prometió rezarle cada día y no
olvidarme en sus plegarias, esas que tan gratas siempre han
sido a Nuestro Señor, porque Rodríguez Galindo , como hombre
injustamente perseguido por la justicia, es bienaventurado a
los ojos del Hacedor. Mi General en prisión y el etarra Josu
Ternera ocupando un escaño en el parlamento vasco, el
Arzalluz, ese cura rebotado, mamoneando y el Otegui tan
chulo como lo sigue siendo, todos brindaron con champán por
la cruel condena del General y las familias de los etarras
le embargaron el piso de Zaragoza, el único bien que poseían
él y su esposa Maria Fernanda. Había que pagar por la sangre
de los etarras para que el escarnio fuera mayor y la
satisfacción de los criminales no tuvo límites cuando un
malnacido, repito, malnacido, firmó sin que le temblara la
mano y sin vacilación la expulsión del héroe de la Guardia
Civil. ¿Qué al que firmó no le quedaba más remedio porque se
lo mandaron? No. No lo acepto. Antes de semejante
perversidad se dimite por honor y por hombría. Si, en uno de
esos raros gestos que tanto admiramos los españoles y que
tan raramente tenemos la suerte de presenciar.
Expulsado y sin derecho ni tan siquiera a la Seguridad
Social. El héroe de Intxaurrondo, el terror de la ETA vejado
y humillado, mientras los batasunos se meaban de risa,
encontraban que el PP estaba siendo muy guay y los españoles
y españolas de honor comenzábamos a recoger firmas para su
indulto. Al Juez Gomez de Liaño que quiso cargarse a Polanco
y no pudo le indultaron de inmediato recogiendo a través de
El Mundo diez mil firmas. Aznar dijo que el indulto había
sido por “clamor popular”. Nosotros, para nuestro General
recogimos cien mil en un tiempo récord. Me recuerdo por
Marbella, por Málaga, mandando a Melilla la petición de
indulto y la gente, en la calle, peleándose por firmar. La
policía local marbellera firmó en pleno, íbamos a todas
partes y en todas nos abrían los brazos, cien mil firmas en
un plis plas entregadas al Ministerio de Justicia mientras
Rodríguez Galindo perdía el derecho a estar en la prisión
militar y era conducido en aislamiento por ser objetivo
número uno de ETA, al siniestro y lúgubre presidio de Ocaña
en Toledo. Allí entró, cargando con su retrato de la Virgen
Niña, más héroe que nunca, más hombre de Dios que jamás y
allí el capellán del centro bendijo el cuadro, mientras que
a Aznar cien mil firmas no le parecían en absoluto “clamor
popular” y los peperos se horrorizaban figurándose las iras
de los nacionalistas vascos si Rodríguez Galindo, el héroe
de Intaxaurrondo era indultado. Frío, soledad absoluta,
aislamiento, injusticia tras injusticia, hasta que mi
general enfermó gravemente del corazón y le tuvieron que
anticoagular. Tenía una crisis cardíaca, le llevaban deprisa
y corriendo a Toledo y no le permitían estar hospitalizado
porque carecían de medios para garantizar su seguridad. Ese
preso enfermo, era objetivo número uno de ETA, por servir a
Dios y a España.
¿Qué siga contando? Tienen razón, hay muchísimo más que
contar de mi relación con el ser humano vivo al que más he
admirado y que he tenido el privilegio de conocer, pero no
tengo espacio, cosas de la imprenta, será otro día, si lo
quiere el buen Dios…
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