La consejería de Fomento se ha
quedad vacante. Debido al fallecimiento de la que era su
consejera. Y quienes seguimos los avatares de la política
local, estamos pendientes de la persona que designe Juan
Vivas para ocupar ese cargo.
Y es así, porque conviene no distraerse lo más mínimo en
todo lo relacionado con este asunto. Pues conociendo la
enorme importancia que tiene la consejería de Fomento, uno
tiene la certeza de que los hay ya moviendo Roma con
Santiago para meter baza en la elección de la persona que ha
de sustituir a la malograda Elena Sánchez.
-¿Crees tú, Manolo, que los zahoríes de dinero
público, a cualquier precio, ya están proponiendo a una
persona de su confianza para conseguir hinchar la cuenta
corriente?
Sin duda. Alguien que no tenga, desde luego, la rectitud ni
la honradez de la fallecida y que se preste a ciertas
componendas para que salgan beneficiados los personajes de
siempre. Porque conviene decir, por más que ahora algunos
colegas de Elena estén derramando lágrimas de cocodrilo y
poniéndose muy bien puestos, que la señora aragonesa estaba
harta de soportar presiones y, por tanto, deseaba dejar la
consejería.
-¿Por qué no lo hizo?
Pues por un motivo muy principal: estaba muy unida a Juan
Vivas y sentía por él cierta admiración. Tampoco era
mujer muy dada a escurrir el bulto. Y, sobre todo, era
consciente de que el presidente la necesitaba. Algo que
jamás salió de su boca. Ya que sus maneras rechazaban
cualquier pronunciamiento de tal tipo.
-¿Cómo llevaba lo del juzgado?
-Mal. Porque nunca imaginó verse metida en algo tan
delicado. Procuró, cómo no, afrontar los hechos con entereza
y pensando en las razones por las que cierta persona se
había cebado en ella. Una persona a la que había distinguido
con su amistad. Si bien estaba enterada, de pe a pa, de todo
lo que se había fraguado en su contra. Y puedo decir, a los
cuatro vientos, que jamás la vi pronunciar ni siquiera una
palabra ofensiva contra la delatora.
-¿Pensó ella en algún momento que los problemas judiciales
podrían dar pie a que Juan Vivas la destituyera?
En relación con esta posibilidad, ella, Elena, solía decirme
que estaba agradecida a quienes en el partido podrían haber
insistido para hacerla dimitir. De todos modos, a mí no me
faltaban argumentos para indicarle que no lo hacían porque
les cayera bien. Sino porque la necesitaban. Y que, más
pronto que tarde, tratarían de cobrarle con creces tal
actitud.
Claro que no hacía falta nombrarle a las personas que no
cejarían ni un solo día en hacerle ver que estaba casi
obligada a atender todas las peticiones que le formularan.
Lo cual detestaba. No me extraña, pues, que semejantes
presiones y el mucho afanarse cada día en cumplir con sus
cometidos, fueran minando su salud. Que se iba deteriorando
a pasos agigantados.
-Manolo, las jaquecas me están martirizando.
Y yo, para no soliviantarla, le respondía: Espidifen, Elena;
que es un analgésico del que habla y no acaba Jesulín
de Ubrique.
-¿Es verdad, Manolo, que se descompuso el día en el cual le
dijeron que Gregorio García Castañeda
iba a trabajar a la vera de ella? -No lo sé. Conociéndola,
puede ser que esa designación no la hubiera digerido bien.
Pero no me dio por preguntarle. Y, por tal motivo, me
abstengo de hacer cualquier otro comentario.
-Perdóname, pero se impone hacerte una pregunta muy dura:
¿la muerte de Elena ha beneficiado a alguien que vive
pensando nada más que en el dinero?
-Triste sino para él, si acaso es así. Mas debo pensar que
todo el mundo es bueno.
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