Suena el teléfono a primera hora de la tarde y cuando
atiendo la llamada me llega el mensaje:
“Elena Sánchez ha muerto”.
Lo cierto es que tardo varios segundos en reaccionar, hasta
que pregunto:
“¿Cuál Elena Sánchez, nuestra Consejera?”
Así, tras la confirmación de la terrible noticia, me
apresuro a terminar un par de asuntos para dirigirme
rápidamente al Gabinete de Comunicación.
En los minutos que tardo en llegar me llueven, literalmente,
muchas más llamadas en el móvil. Muchas, tantas que cada vez
que finalizaba cualquiera de ellas encontraba avisos de
nuevas pendientes de atender. No sé cuántas fueron, no
estaba con ánimos ni con interés de contabilizarlas.
La larga tarde se convirtió en un goteo constante de datos
que iba aportando a las redacciones de todos los medios de
Ceuta y algunos más que llamaron desde la Península para
interesarse por la noticia. Tanto trabajo me mantuvo
ocupado, sin tiempo de pensar.
A estas alturas ya se ha escrito mucho sobre Elena Sánchez,
sobre aspectos de su personalidad, sobre su trayectoria, su
trabajo, su entrega... A todo ello me sumo, porque no hay
nadie que pueda escribir mal de ella. Pero yo quiero hacerlo
en este momento de algo diferente, de la sensación, de la
percepción de su ausencia.
Hoy, viernes (cuando escribo estas letras) habría sido la
comparecencia para hablar del Consejo de Gobierno. Ya no
habrá más.
Tampoco habrá ocasión de compartir un café en la Cítara
hablándome de “tus nietos” con los ojos brillantes y una
sonrisa enorme, como cada vez que lo hacías cuando te
referías a ellos. Ni invadiré tu despacho para charlar de
cualquier cosa cotidiana de las muchas que nos concernían,
cuando me recibías con ese familiar “hola Javierito, pasa”.
En esta mañana, ya con el vacío más lleno de ausencia, sentí
un pellizco cuando bajaba por el Revellín y alguien pasó
cerca llevando tu mismo perfume. Por un momento olí en el
ambiente a Elena Sánchez y supe que, aunque ya no existes
físicamente, sí queda tu recuerdo, que estará unido junto al
de otras personas cercanas que también se marcharon para
siempre.
Te has ido sin poder despedirte, sin un adiós.
Con lágrimas y un nudo tremendo en la garganta aprovecho
este momento para decirte un hasta siempre. Te mando un
beso.
Que la Virgen del Pilar te guíe a partir de ahora.
( Javier Martí es escritor y miembro del Gabinete de
Comunicación de la Ciudad Autónoma)
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