En el último País Semanal, y bajo
el título de la Guerra de Todos, Anthony
Beevor, autor de la Guerra Civil Española, dice que
abrir el debate sobre los orígenes de la Guerra Civil
debería marcar la conmemoración del 70º aniversario del
inicio de nuestra contienda. Entendiendo, claro está, que el
pasado es pasado. Como no puede ser de otra forma.
Lo cierto es que esa guerra hizo posible que se rompieran
familias y muchos sueños. Y, por lo tanto, será siempre
motivo de enorme interés y de estudio por parte de quienes
quieren ahondar en esa parte negra de nuestra Historia.
Pues bien, en mis continuas lecturas sobre los años 30, me
paro a veces en situaciones que me hacen cavilar sobre cómo
pudieron influir de manera bien distinta en el devenir de
aquella España. Cambiar su destino. Visto, desde luego, bajo
mi mirada diletante, aunque ella no me impida escribirlo.
Leyendo Semblanzas, libro escrito por Pedro
Sainz Rodríguez, cuenta éste sus conversaciones
con Ortega y Gasset, durante la
dictadura de Primo de Rivera. El primero,
monárquico, le propone al segundo la posibilidad de crear
una asociación de intelectuales que fuera tolerada por la
Dictadura. Y Ortega responde:
-¿Usted cree que, de verdad, la Dictadura nos dejaría hablar
con alguna libertad y que se podría organizar algo que tenga
un porvenir político cuando este régimen caiga?
Sainz Rodríguez le contestó así:
-Justamente ésa es mi pretensión: sembrar ahora una semilla
que ha de evitar que a la salida de la Dictadura caigamos en
una desorientación, en un vacío político que pueda
conllevarnos a una revolución sin fruto. Es decir, debemos
evitar la crisis de la Monarquía.
Pero Ortega no estaba dispuesto a ceder en sus pretensiones
de acabar con la Corona. Pues nunca dejó de tener presente
la humillación que le infligiera el Rey cuando le preguntó:
“¿Y tú que haces?” “Yo soy profesor de Metafísica” “¿Qué
coño es eso...?”.
Así, durante la transición de Berenguer, no dudó en
calificarla de error y arremeter contra la Monarquía. Su
artículo demoledor, de principio a fin, alentó las
aspiraciones de los republicanos y pasó lo que pasó.
Lo que yo me pregunto es lo siguiente: de haber Ortega,
junto a Marañón, Pérez de Ayala,
Altamira o Baquero, intelectuales del momento, ayudado a
la Monarquía se habría producido todo lo que vino después?
También me hace pensar algo que cuenta Manuel
Azaña en sus Diarios, 1932-1933. Los cuadernos
robados. Es sobre el golpe de Estado preparado por
Sanjurjo. Escribe el entonces ministro de la Guerra de
qué manera la amante de uno de los oficiales comprometidos
con el general golpista, acudió a contar los hechos que se
iban a producir. Se va de la lengua para que a su hombre no
le pase nada. Y el soplo de esa confidente impide que la
sanjurjada triunfe.
Vuelvo a preguntarme: ¿de no haberse abortado aquella
asonada, ideada por un general con fama de caudillo entre
sus compañeros, las cosas en España habrían transcurridos
por otros derroteros?
Por ejemplo: no se hubieran acelerados los trámites para
expropiarles a los ricos y nobles sus tierras. Ni, por
supuesto, los socialistas hubieran podido radicalizarse
hasta el extremo de pensar ya más en una revolución que en
ayudarles a los republicanos conservadores a gobernar con
más sosiego. Ni gran parte del pueblo se hubiera encendido
nuevamente por culpa de un acto decimonónico. También hay
que ponerse en la situación contraria: ¿todo lo sucedido,
posteriormente, habría podido evitarse si el jefe de los
carabineros, Sanjurjo, no hubiera metido la pata?. Una pata
que, al parecer, metió porque no se sintió debidamente
estimulado por su ayuda a los republicanos.
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