Ay, Elena, a los amigos no se les debe dejar como tú me has
dejado a mí esta tarde de jueves, cuando me han contado lo
tuyo: sumido en una tristeza infinita y pensando que ya no
será posible vernos los sábados en esa cafetería céntrica,
para desayunarnos e intercambiar impresiones. Mira que hemos
hablado, en no pocas ocasiones, que escribir obituarios es
algo que me cuesta lo indecible y hasta me pongo a llorar
como un niño. Y vas tú, querida amiga, y me haces pasar por
este trance tan inesperado como doloroso.
La semana pasada, sin ir más lejos, recuerdo el ofrecimiento
que me hiciste, y la respuesta que te di. La que merecías
tú: señora que jamás perdía los papeles y siempre tenías una
sonrisa a punto para cualquiera que se parara a hablar
contigo. Porque tú, Elena, eras persona accesible en todo
momento a quienes se te acercaban. Nunca una palabra más
alta que otra ni un gesto que pudiera desvelar el menor
asomo de contrariedad.
Querida Elena, a partir de hoy el presidente de la Ciudad va
a sentirse más solo. Porque ha perdido a una persona de su
absoluta confianza. Una funcionaria de alto copete, metida
en tareas políticas y al frente de una consejería
complicada. Una amiga de verdad. Y una defensora a ultranza
de sus cualidades. Menuda faena les ha hecho. Me imagino los
momentos tan duros que estará viviendo Juan Vivas.
Querida Elena, te has ido en silencio. Sin molestar lo más
mínimo. Y, seguramente, la muerte te habrá sorprendido
pensando en las muchas cosas que tenías pendiente. Porque
andabas en todo momento trajinando. Yendo de aquí para allá
y sin tomarte el menor respiro. Sí, ya sé que trabajar codo
con codo con el presidente exige muchos esfuerzos. Y me
consta que tú nunca quisiste dar muestras de
desfallecimiento. Nada de quejas ni el menor atisbo de
cansancio. Y te esforzabas… Por más que en algunas ocasiones
me confesaras que te podía la jaqueca.
Querida amiga, adiós. Y que sepas que estas letras me están
costando lágrimas. Lágrimas de verdad. De las que como
garantía llevan la marca de las personas con muchos años. De
no ser así, te puedo asegurar que no habría escrito lo que
nunca hubiera deseado escribirte.
Adiós, señora…
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