Cantaba el genial poeta granadino
Carlos Cano en su “Murga de los currelantes” : “Que la
alegría nunca nos falte. Que vuelvan pronto los emigrantes.
Haiga trabajo y prosperidad…”.Porque para nosotros, los del
sur, el tema de nuestros hijos de pasos perdidos, los que
tuvieron que partir para ganarse la vida, todavía nos toca
muy de cerca, con un sentimiento lacerante de añoranza.
Será que allá por los sesenta y los setenta se fueron miles
de andaluces, hartos de pasar fatigas en una tierra de
latifundios y riqueza mal repartida. De hecho repoblaron
Cataluña, donde les llamaron “charnegos” haciendo los
trabajos que los señoritos catalanes no querían hacer. Allí
se reunieron en peñas y casas de Andalucía para paliar la
nostalgia, idéntica nostalgia que los emigrados a otros
países donde, por cierto, nunca jamás entraron por la puerta
de atrás ni ilegalmente, sino que iban con contratos de
trabajo formalizados, certificado de antecedentes penales y
certificado de sanidad. Con todo y con eso, en algunos
países les pulverizaban en plan fumigación, por si llevaban
miseria a cuestas, cuando lo que llevaban era la maletilla
de cartón atada con un cordel y un bocadillo y unas naranjas
para el camino.
Desde mi pueblo, Nador, yo viví la emigración masiva a
Alemania, mis paisanos iban contratados a trabajar en minas
y contaban a la vuelta que trabajaban acostados cavando
desde tan incómoda posición. También contaban que lo que más
les gustaba era, los fines de semana, irse a la estación
para ver partir los trenes que viajaban hacia el sur. A
muchos españoles también les reconfortaba ver los trenes y
sobre todo acudir a la Casa de España o al Centro Gallego,
para reunirse, para reunir sus sentimientos y sentirse menos
lejos y menos solos. ¿Qué eso era antes?Una poca mierda. Dos
millones de emigrantes españoles quedan en el exterior, sin
que se les esté ayudando a retornar. Y escribo con rencor,
es inevitable, yo nací y he sido hija de la emigración, pero
de la más cutre y miserable, porque los que partieron a
Bélgica, a Alemania o a Suiza, al menos trabajaban como
operarios en fábricas y se medio integraban en el sistema de
países muchos más avanzados que el nuestro.
Mi abuelo, el tío José emigró cuando la República al
Protectorado Español, absolutamente engañado, porque
prometían a los emigrantes tierras que eran vergeles y lo
eran, pero en la zona francesa, en la zona española pasaban
fatigas hasta las salamandras y de la tierra áspera
malamente se podía sacar para comer, ni criando bestias se
llegaba a llenar el puchero y así se murió mi abuelo, porque
no tenía dinero para comprar penicilina en el estraperlo y
se le pudrieron los pulmones. Vamos, que dentro de la
emigración, los del Protectorado éramos los más bajunos e
incluso llegaban a ofrecernos matar el hambre emigrando esta
vez a Venezuela, cuando lo que todos queríamos y deseábamos
con mayor intensidad era volver a España. Recuerdo aquellas
nocheviejas en el Consulado Español, con la radio enchufada
a Radio Nacional y a las campanadas, recuerdo a la colonia
española y la primera música que se bailaba nada más tocar
la campanada número doce, era “Suspiros de España” las
mujeres lloraban inevitablemente y los hombres estaban
serios, con ese rictus del que no sabe exactamente si tiene
un lugar llamado Patria al que regresar. Nosotros fuimos
afortunados, porque Andalucía nos acogió entre sus brazos
grana y oro.
Pero los dos millones que pululan por ahí, están muy solos.
No está de moda hablar de los dos millones perdidos. No
vende el tema. Venden las pateras y los cayucos, las
oenegeses solidarias con los inmigrantes y que, a los
nuestros, a nuestra sangre, les den directamente por el
culo, con perdón de la palabra. Eso si, de cuando en cuando
un político viaja a Sudamérica a contar mentiras y a
mendigar votos de los españoles de Argentina, por ejemplo.
Pura hipocresía. Cuando el famoso “corralito” y la ruina
argentina, el Estado de Israel a través de su embajada y
consulados, montaron un auténtico puente aéreo para
repatriar a los judíos argentinos a los que esperaban con
casas, clases de hebreo, ayudas y empleos. No querían que
quedara ni un solo judío en aquella tragedia económica, se
lo confirmo :un puente aéreo y sin papeleo de ningún tipo.
Buenos, nosotros no nos comportamos “exactamente” igual con
los nuestros ni con sus descendientes, miles en toda América
del Sur, españoles de primera o segunda generación a los que
se exige tantos papeles, tantas horas de mendicidad y
angustia en las puertas de los consulados, tantos
requisitos, tantas dificultades que lo que sienten es
rechazo. Por más que algún Séneca viaje y les diga que les
vamos a dar pensiones y sanidad, vale ¿Y facilidades para
retornar?. Nuestros Poderosos parecen demasiado ocupados en
los eufemísticos planes de integración de inmigrantes
extranjeros y en Leyes de Extranjería de efecto tan-tan, que
se saltan el orden de prioridades.
Prioritario para la sociedad española es recuperar a
nuestros dos millones y que estén de moda como los
inmigrantes, idénticos mimos y zalemas para ellos que para
los que vienen de quien sabe donde y quien sabe como. Pero
hablar de esos compatriotas nuestros, en países lejanos, a
los que enloqueció su rosa de los vientos, no es un tema
prioritario, si fuera prioritario o de interés hubieran
surgido como setas las oenegeses subvencionadas para tratar
el problema con entonación lacrimosa. Carlos Cano, el
cantautor granadino no era un melindres, sino un hombre de
bien “Que la alegría nunca nos falte. Que vuelvan pronto los
emigrantes. Haiga trabajo y prosperidad.”
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