Un idolo es ese tipo de muñeco que
representa a un dios falso y que, sin embargo, son muchos
los que acuden a adorarlo.
También los países, las grandes urbes e incluso los pueblos
más pequeños crean a sus propios idolos,a los que adoran y
por los que luchan, para que nada ni nadie sean capaces de
acabar con ellos porque , eso, sería tanto como acabar con
todos esos países, con todas esas grandes urbes o con esos
pueblos pequeños que los crearon.
A veces, las naciones, las grandes urbes o los pequeños
pueblos necesitan crear a esos idolos y hacer, a su vez, que
todos les adoremos para basándose en esta adoración impuesta
por la publicidad, necesaria para ello, poder distraer la
atención de todos y guiarnos por el camino que les interesa
a todos cuantos nos gobiernan.
Se habló mucho, durante el gobierno de Franco de, “El
Cordobés”, Real Madrid o Urtain, creados como idolos para
distraer la atención, de todos , an te ciertos problemas que
iban surgiendo a lo largo de ese mandato.
Cierto es que, ante cualquier problema surgido, se recurría
a una corrida de “El Cordobés”, un partido del Real Madrid o
una velada de boxeo en la que participaba Urtain.
Pero tampoco es menos cierto, que esos idolos creados, para
frenar cualquier problema, estában a la altura necesaria
para que, con su sola presencia o participación en un
evento, el pueblo español se pegase al televisor para
presenciar sus actuaciones, olvidándose de todo lo demás.
Y es que, guste o deje de gustar la creación de estos idolos,
fue un acierto total porque cualquiera de los tres, juntos o
por separados los adoptó, el pueblo español, como sus
auténticos idolos . A los que siguieron, Marisol, Joselito y
Rocío Durcal, auténticos niños pródigos, a los que el pueblo
soberano los adeptos como los nuevos idolos que aparecieron
en el firmamento del espectáculo, para mayor alegría de los
españoles que, incluso, los hicimos hijos nuestros o al
menos esos hijos que todos hubiésemos querido tener
Se sintieron tan identificados, con ellos, que se creyeron
los autores de su creación. Y cuando el pueblo crea un idolo,
a ver quién es el guapo, que tiene la capacidad suficiente
para derribarlo.
Los tiempos han cambiado, con la llegada de la democracia,
pero los pueblos y sobre todo los gobiernos, necesitan de
forma imperiosa la creación de algunos idolos, con la
capacidad suficiente, de que con su sola presencia, nos haga
olvidarnos de los problemas que puedan surgir y, a la vez,
con los que sentirse identificados y llegar a creer que, el
pueblo, ha sido el que los ha creados para que nadie los
pueda derribar.
A estas alturas, quizás por desconocimientos, quizás porque
no hayan interesados, no existen idolos con los que, el
pueblo español, se sienta identificado y, eso, es un error.
Los pueblos, desgraciadamente, no pueden vivir sin esos
idolo a quienes apoyar o defender.
Felipe González, fue un idolo para los españoles, hasta que
las “bases” que lo sustentaban decidieron derribarlo y
acabar con un mito o con un idolo con el que, el pueblo
español, se sentía directamente identificado, mostrándole
esa identificación con aquel grito popular de: ¡Felipe,
capullo, queremos un hijo tuyo!.
Cuando las bases de sustentación decidieron acabar con el
idolo al principio, el pueblo español se resistió, pero la
publicidad desatada fue tan enorme que, el mismo pueblo,
dejó que se derribara el ídolo que le habían creado.
Y es que, en ocasiones, los propios idolos creados por los
pueblos dejándose acompañar y aceptar consejos de todas esas
faunas de ineptos, pelotas y lameculos que les rodean,
terminan por cavar su propia tumba política.
Los pueblos crean a sus idolos pero, por eso, por ser unos
idolos a los que adorar, les impone unas condiciones que
ellos tiene que cumplir para evitar que, el incumplimiento
de las mismas, sea la duda que termine por llevar, al pueblo
que los creó, a derribarlos por haber traicionado la idea
que ellos tenían de él y del comportamiento que debería
tener.
El más grave error, en el que pueden caer los idolos creados
por el pueblo, es tener los píes de barro, gracias a toda
esa fauna de inútiles que les rodean y que por sus
intervenciones, le pueden derribar de la peana sobre la que
se asientan.
El pueblo se resiste a ver a su idolo, acompañado por toda
esa fauna de pelotas y lameculos que tanto daño le hacen
porque, el pueblo, el que los creó, no ve con buenos ojos,
que sus idolos vayan acompañados por todos esos que ellos
detestan.
Y ni te cueto, serrana del alma, hasta donde puede llegar el
pueblo en cuanto sospecha, que no sólo les acompañan, sino
que se permiten el lujo de aconsejarles y, a pesar de todo,
sus idolos, les hacen caso.
La ilusión depositada, en ellos, por el pueblo que los creó,
va decayendo de tal forma que terminan por derribar a sus
idolos y crear otros.
A buen entendedor con...
|