Era mi “escuela”. Estaba situada en la Colonia Weill, en el
nº 18, en el domicilio familiar en una de las habitaciones.
Escasa de mobiliario; una mesa, en principio compartida por
el maestro y alumnos, una pizarra de dimensiones reducidas y
unas sillas. Era mis primeros pasos en el mundo de la
enseñanza Alternaba la labor docente con mi trabajo y
estudios. Las clases las impartía por la tarde, por un
tiempo de unas cuatro horas, ya que a las siete tenía que
dejarlas para asistir al Instituto, primero, y después, a la
Normal. Una vez terminados los estudios de Magisterio y, por
un tiempo de algo más de un año, el horario lo tuve que
ampliar, hasta conseguir ganar las oposiciones e
incorporarme a mi destino. De esta forma di por finalizada
mi primera experiencia como maestro particular. No tuve más
remedio que cerrar la “escuela”, momentáneamente.
En mis primeros tiempos, el alumnado que venía a mi
“escuela” estaba formado por aquellos –chicos y chicas- que
se preparaban para conseguir una buena ortografía-recuérdese
el clásico dictado que, al conseguir el aspirante más de
tres faltas, incluidas las del acento ortográfico,
automáticamente quedaba excluido-, una buena preparación de
Matemáticas -también, recuérdese la clásica operación de
dividir, donde el alumno tenía que escribir al dictado el
dividendo y el divisor, y además aplicar la correspondiente
prueba –la del nueve, no-, y , por último, conocimientos de
Geografía e Historia de España. En conjunto una prueba dura,
donde muchos aspirantes no conseguían superarla.
A mi “escuela” también acudían jóvenes que se preparaban
para la Policía Nacional, Guardia Civil, militares para
conseguir promocionarse, etc. A estos núcleos había que
añadir aquellos que necesitaban refuerzos en Matemáticas,
porque veían venir que los exámenes no los iban a superar.
Todos acudían con esa intención. En estos días que se han
recordado a los “niños de los años 60, de Villa Jovita”,
también acudieron algunos de ellos a mi “escuela”, buscando
una mejora en las “siempre difíciles Matemáticas. (Carracao,
Guillermín, R. Carrasco, Josman, Sedano, Jesusín,… y en
otros momentos, Galindo, Escobar, Troyano, Tete…) Una vez
“cerrada” mi “escuela”, al tener que trasladarme a la
Península para ejercer como Maestro Nacional, durante el
verano –no había más remedio que aprovechar los meses de
vacaciones- trasladé mi “escuela” a mi domicilio familiar,
en Villa Jovita, calle Lope de Vega, 39. El “aula” era el
comedor de la vivienda. Y, como siempre, acudían algunos
alumnos con materias para septiembre. También algunos de
Primaria, donde los padres no podían “soportar” a sus hijos
durante toda la mañana, sin hacer nada.
Así estuvo funcionando mi “escuela” durante seis años, todo
el tiempo que permanecía destinado en la península. De
regreso a la patria chica, y una vez asentado en ella, había
que seguir trabajando en mi “escuela”, ubicada ya, de manera
definitiva en la Calle Lope de Vega, donde el trabajo no
faltaba. Con horario oficial por la mañana, las clases se
iniciaban por la tarde. Pero ya el “aula” se hacía pequeña,
y había que utilizar nuevas fórmulas para resolver los
problemas de espacios. Siendo esta una dificultad, otra, no
menos inquietante, era la clasificación del alumnado según
los niveles de estudio, tendiendo a una mejor
homogeneización. Pero con voluntad, todo iba saliendo.
Existió una nueva fórmula para buscar nuevos espacios. Fue
la de “disfrutar” de un aula de las antiguas “micros” que
existían dentro de la Agrupación del C.P. Villa Jovita, que
estaban ubicadas en la misma barriada. Puesto en contacto
con el tutor –responsable de la “micro”, por él no hubo
problema alguno. Bueno, sí, una condición: que las clases
empezaran después de finalizar él, a las seis de la tarde.
Concedida la tutorización, otro paso era comunicar a la
Dirección del centro, la utilización del aula. De manera
extraoficial, se me concedió.
Y empecé mis clases particulares en mi nueva “escuela”. La
matrícula se había extendió de forma considerable. Pero,
disponiendo de buena parte de la tarde, posibilitó los
agrupamientos convenientes, teniendo en cuenta que los
alumnos abonaban por hora de clase.
Yo estaba muy contento con mi nueva “escuela”. Pero algo
vino a suceder para que mi alegría se convirtiera en
tristeza. Fue una visita inesperada, sin previo aviso, mejor
dicho, el aviso me llegó demasiado tarde. Viví unos momentos
tensos. Nunca me había visto en una situación parecida. El
Sr. Inspector se personó en el aula. El me conocía, pero me
pidió la identificación. Y añadió: “Vd. sabe que no puede
utilizar un aula de financiación pública para beneficio
propio”. Enseguida recurrió a dar lectura de uno de los
múltiples documentos que portaba. En efecto estaba
totalmente prohibido. Tomé buena nota, pidiendo disculpas
por ignorar la existencia de la legislación al respecto.
Después de “amonestarme” se marchó, con los rostros atónitos
de los alumnos. Yo mi cara no me la ví, pero sí me la sentí.
Y fue llena de rabia, porque entendí que alguien había sido
el que había dado el “chivatazo”. Mis pobres argumentos no
sirvieron para ablandar el duro corazón del Sr. Inspector:
“Yo estoy favoreciendo la enseñanza con mis clases
particulares. Estos chicos vienen para recibir refuerzos en
las materias donde más dificultades encuentran”. No
sirvieron para nada. Había que dar por finalizada la
experiencia. Pero lo más curioso de todo esto era que una
compañera, utilizó las mismas aulas con los mismos fines que
los míos. Ella tuvo suerte; yo, no.
Como los hechos tuvieron lugar casi finalizando el curso
escolar, de nuevo mi “escuela” se trasladó a Lope de Vega,
para así cumplir con los compromisos contraídos.
Mi “escuela” no tuvo un final feliz, como a mí me hubiera
gustado. Pero la interrupción del proyecto por parte del
cumplidor Inspector, tiró por tierra todas nuestras
ilusiones: las mías, las de los padres y las de los alumnos.
Con mi “escuela” he querido recordar a todos aquellos
maestros particulares, que tanto bien hicieron y hacen a
favor de la enseñanza. Casi todos trabajando con las mismas
dificultades que las que yo encontré, pero por razones
económicas están en esta labor. ¡Con mucha tristeza dije
adiós a mi “escuela”, que con el transcurso del tiempo se
convirtió en “itinerante” e “intermitente”.
|