Los redactores de los telediarios
parecen cada vez más expertos en dar noticias sangrientas
manteniendo el tono neutro y la expresión impasible. Lógico
por otra parte ya que no han estudiado arte dramático y no
se trata de que reciten una especie de monólogo poniéndole
al tema un énfasis operístico.
Pero, a servidora de ustedes, los telediarios le parecen
cada vez más deprimentes y repetitivos, tras este último
puente, la estadística macabra de cincuenta y ocho muertos
en carretera, diecisiete más que el año anterior. Se ven
imágenes de unos cuantos coches destripados y, a fuerza de
reiteración de lo dramático, llegan a conseguir que
contemplemos la pantalla con cierta indiferencia y que, en
parte, nos deshumanicemos, porque “las cifras son cifras”
cuando no es así, ni la estadística merece tamaño despego.
Cada uno de esos muertos era una persona llena de vida y de
proyectos, como diría mi poeta favorito, que es el inglés
Downes “La muerte de cualquier hombre nos empobrece. Porque
todos formamos parte de la Humanidad”.
También, desde el punto de vista de la salud mental, tal vez
sea favorable el que, los males del mundo, nos hayan
obligado a protegernos con una especie de caparazón de
despego y distanciamiento. Bendito egoísmo que hace que no
muramos de angustia y de zozobra ante desastres, hambrunas y
calamidades. Pero los telediarios parecen cada vez más una
sucesión morbosa de desdichas y un apartado soporífero de
política nacional, donde los líderes se critican mutuamente
de forma bastante aburrida ¡Ay aquellos tiempos de Alfonso
Guerra y su lengua viperina! Para que nos vamos a engañar,
los socialistas de los ochenta eran rápidos e ingeniosos,
buenos oradores y expertos en el arte sublime de la mala
baba. Los de ahora resultan más finos y más comedidos, pero
quitando los discursos patrióticos de Bono, que eran muy
enaltecedores del ardor guerrero, lo demás, se vaya a la
izquierda o al centro reformista resulta bastante amuermante,
menos cuando habla el extremeño Rodríguez Ibarra, que ahí
hay gracejo y gracia sandunguera.
Políticos aparte, los locutores, haciendo gala de ese
correcto castellano neutro que es el que empeñan por enseñar
los profesores de dicción a los andaluces que quieren probar
suerte en el arte sin que se note su procedencia regional,
por ejemplo Remedios Cervantes o Gema Ruiz Cuadrado,
malagueña y cordobesa respectivamente, pero usuarias de un
correctísimo español casi sin dejes. Los locutores, enumeran
primero los muertos en carretera, a renglón seguido los
muertos en atentados en Iraq, refiriéndose a estas pobres
criaturas con aún más frialdad si cabe, porque están más
lejos y su guerra es larga, tediosa y en plan guerra de
guerrillas, no con el orden de un conflicto bélico en
condiciones, de esos que hacen que se desplacen las fuerzas
vivas de la CNN americana. Una guerra sin CNN es conflicto
de segundo orden a nivel interés informativo. Muertos en
atentados en Iraq , luego algún apuñalamiento o ajuste de
cuentas y posteriormente la última víctima de la violencia
doméstica, que ya van tantas que hemos perdido todos un poco
la cuenta, el norte y la capacidad de reacción y esto es lo
más grave, porque, casi siempre, tras cada mujer asesinada,
hay una larga historia de errores de un Sistema que suele
reaccionar tarde y con lentitud ante las tragedias humanas.
Pero al menos ahora se habla de las víctimas. ¿Cuántas han
tenido que morir hasta que se tuviera la capacidad de
reacción? ¿Cuál de ellas fue la que causó el primer impacto?
En el caso del acoso escolar todos tenemos claro que, el
detonante fue el pequeño Jokin Ceberio, al que suicidaron en
Hondarribia tras un largo calvario de malos tratos. Mucho
escribimos por aquel entonces, mucho hablamos sus padres,
Mila y Jose Ignacio y esta periodista de los catorce años de
ese niño al que quebraron el alma y el espíritu antes que la
vida. Y a raíz de Jokin comenzaron a surgir denuncias y
casos, se perdió el miedo a hablar, muchos niños y niñas
maltratados en las aulas vieron en la muerte del pequeño
vasco un acicate para contar sus infiernos particulares.
Fiscalía, policía y jueces se movilizaron. Y la
manifestación de los compañeros de instituto de Jokin
Ceberio y tomas de la muralla a cuyos pies encontró la
muerte fueron repetidas hasta la saciedad. El caso de
Hondarribia fue una conmoción.
Está visto que, a nivel informativo, los grandes dolores
atraen la atención, son noticiables. Aunque yo dosificaría
las tragedias, las haría alternar con historias que tuvieran
un componente maravilloso y una sólida enseñanza moral y
humana. Guerras, muertos y futbol y si te vas a otro tipo de
programas, tipo Gente de la uno, medio programa de crímenes,
sucesos y fatalidades y otro medio programa de casquería del
corazón y prensa rosa.
Los telediarios están así diseñados y será porque el público
demanda el muestrario de horrores, las pinceladas de sopor
político y el fútbol con sus mejores jugadas. Aunque yo creo
que no, que los redactores fallan, porque tienen que existir
en el planeta mil historias positivas, mágicas, dignas de
ser relatadas y que lleven al corazón del telespectador una
sana dosis de optimismo y de confianza. Por ahora las
noticias son un catálogo de hechos trágicos, capaz de
satisfacer a espíritus masoquistas, cuando ese tipo de
espíritus es minoritario. La verdad es que, aunque nuestra
Carta Magna aún no reconozca ese derecho prioritario, es
decir, el derecho a la felicidad, lo que el pueblo desea es
ser y sentirse feliz, un objetivo perfectamente saludable.
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