El alcalde de El Puerto de Santa
María, Hernán Díaz Cortés, clausuró la Feria de
Abril, el lunes pasado, recordando que la ciudad autónoma de
Ceuta será invitada a la gran fiesta de la primavera
portuense, de 2007.
Me dijeron que lo acompañaba, como casi siempre, el concejal
de Fiestas, Fernando Gago. Un tipo estupendo,
a quien conozco desde la niñez, y que tiene estilo y
sensibilidad suficientes para servir de anfitrión. Cuando
llegue el día, si acaso el presidente Vivas acepta el
ofrecimiento y, cómo no, si el alcalde gaditano continúa en
su puesto, Gago estará siempre atento a que los ceutíes se
sientan como en casa propia.
Cuando le preguntaron al alcalde las razones que tenía para
distinguir a Ceuta, respondió que es una “ciudad cercana”
con unas tradiciones y una forma de ser muy “similares”.
De haber sido testigo de las palabras del alcalde de mi
pueblo, Díaz Cortés, no habría dudado en responderle que
Ceuta es “La Andaluza niñería”. ¿Cursilada? En absoluto. Yo
creo que la hermosa frase de López Anglada es
tan concisa como una media verónica de las que hacen que los
espectadores sientan ese crujío interior que no se sabe
definir.
En cuanto terminaron de ponerme al tanto de esa invitación,
pedí que se informaran de cómo estaba Guillermo
Valero. De quien yo sabía que llevaba mucho tiempo
enclaustrado en su domicilio por dolencias físicas. Y es que
estaba loco por comunicarle lo sucedido. Y hasta comencé a
disfrutar de antemano con el disfrute suyo por conocer por
mi boca que Ceuta y El Puerto iban a unirse en la fiesta del
vino fino.
Poco después, sonó el teléfono y supe que mi amigo ya no era
persona de este mundo. ¿Quién era Guillermo Valero? Un
caballero de El Puerto de Santa María a quien no se le caía
de la boca el nombre de Ceuta.
Vendedor de las Bodegas Fernando A de Terry,
Guillermo alternaba en los mejores sitios y era asiduo de
las más importantes tertulias. Y en todas las partes
procuraba por todos los medios dedicar su tiempo a contar
las excelencias de una tierra que lo había cautivado el
primer día que arribó a ella para vender los productos que
representaba.
En la Ribera del río Guadalete, cuando se sentaba en
cualesquiera de las terrazas que por allí hay, daba gusto
ver de qué manera hacía el artículo de una Ceuta que siempre
llevaba consigo. Hablaba con pasión de sus amigos de aquí.
Y, aunque sus visitas eran frecuentes, él andaba siempre
contando los días que le faltaban para vivir las fiestas
patronales de agosto.
No se cansaba de decirnos cómo el andalucismo ceutí era el
mismo o más que el que pudiera palparse en cualquier rincón
de su tierra. De la mía. Y sus muchos conocimientos de esta
ciudad, y su afán por airearlos, me hizo a mí llegar a ella
conociendo ya a sus amigos.
Y bien cierto es que pude comprobar, inmediatamente, que lo
tenían en muy alta estima. Como no podía ser de otra manera.
Ya que Guillermo Valero era un hombre cabal. Y dispuesto
siempre a que a su vera nadie se sintiera infeliz. Era un
personaje del cual podría contar muchas historias y todas
para celebrar su bonhomía. Pero tampoco a él le hubiera
gustado que yo me pusiera a manejar el botafumeiro en esta
hora.
Ahora bien, lo que nadie me va a impedir es que aproveche la
ocasión para dirigirme a José Antonio Rodríguez,
viceconsejero de Turismo. Mira, José Antonio, si la
invitación del alcalde de El Puerto cuaja, no olvides que la
mejor tarjeta de visita es presentarse allí recordando que
hubo un portuense, llamado Guillermo Valero, que hacía de
embajador de Ceuta por toda nuestra España.
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