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OPINIÓN - VIERNES, 5 DE MAYO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Ceuta y El Puerto
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El alcalde de El Puerto de Santa María, Hernán Díaz Cortés, clausuró la Feria de Abril, el lunes pasado, recordando que la ciudad autónoma de Ceuta será invitada a la gran fiesta de la primavera portuense, de 2007.

Me dijeron que lo acompañaba, como casi siempre, el concejal de Fiestas, Fernando Gago. Un tipo estupendo, a quien conozco desde la niñez, y que tiene estilo y sensibilidad suficientes para servir de anfitrión. Cuando llegue el día, si acaso el presidente Vivas acepta el ofrecimiento y, cómo no, si el alcalde gaditano continúa en su puesto, Gago estará siempre atento a que los ceutíes se sientan como en casa propia.

Cuando le preguntaron al alcalde las razones que tenía para distinguir a Ceuta, respondió que es una “ciudad cercana” con unas tradiciones y una forma de ser muy “similares”.

De haber sido testigo de las palabras del alcalde de mi pueblo, Díaz Cortés, no habría dudado en responderle que Ceuta es “La Andaluza niñería”. ¿Cursilada? En absoluto. Yo creo que la hermosa frase de López Anglada es tan concisa como una media verónica de las que hacen que los espectadores sientan ese crujío interior que no se sabe definir.

En cuanto terminaron de ponerme al tanto de esa invitación, pedí que se informaran de cómo estaba Guillermo Valero. De quien yo sabía que llevaba mucho tiempo enclaustrado en su domicilio por dolencias físicas. Y es que estaba loco por comunicarle lo sucedido. Y hasta comencé a disfrutar de antemano con el disfrute suyo por conocer por mi boca que Ceuta y El Puerto iban a unirse en la fiesta del vino fino.

Poco después, sonó el teléfono y supe que mi amigo ya no era persona de este mundo. ¿Quién era Guillermo Valero? Un caballero de El Puerto de Santa María a quien no se le caía de la boca el nombre de Ceuta.

Vendedor de las Bodegas Fernando A de Terry, Guillermo alternaba en los mejores sitios y era asiduo de las más importantes tertulias. Y en todas las partes procuraba por todos los medios dedicar su tiempo a contar las excelencias de una tierra que lo había cautivado el primer día que arribó a ella para vender los productos que representaba.

En la Ribera del río Guadalete, cuando se sentaba en cualesquiera de las terrazas que por allí hay, daba gusto ver de qué manera hacía el artículo de una Ceuta que siempre llevaba consigo. Hablaba con pasión de sus amigos de aquí. Y, aunque sus visitas eran frecuentes, él andaba siempre contando los días que le faltaban para vivir las fiestas patronales de agosto.

No se cansaba de decirnos cómo el andalucismo ceutí era el mismo o más que el que pudiera palparse en cualquier rincón de su tierra. De la mía. Y sus muchos conocimientos de esta ciudad, y su afán por airearlos, me hizo a mí llegar a ella conociendo ya a sus amigos.

Y bien cierto es que pude comprobar, inmediatamente, que lo tenían en muy alta estima. Como no podía ser de otra manera. Ya que Guillermo Valero era un hombre cabal. Y dispuesto siempre a que a su vera nadie se sintiera infeliz. Era un personaje del cual podría contar muchas historias y todas para celebrar su bonhomía. Pero tampoco a él le hubiera gustado que yo me pusiera a manejar el botafumeiro en esta hora.

Ahora bien, lo que nadie me va a impedir es que aproveche la ocasión para dirigirme a José Antonio Rodríguez, viceconsejero de Turismo. Mira, José Antonio, si la invitación del alcalde de El Puerto cuaja, no olvides que la mejor tarjeta de visita es presentarse allí recordando que hubo un portuense, llamado Guillermo Valero, que hacía de embajador de Ceuta por toda nuestra España.
 

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