Esta vez la convocatoria de tres
días de Macrobotellón ha sido en Granada. Increíblemente, el
Ayuntamiento, en sano ejemplo de “tolerancia” y de
“modernidad” ha habilitado un lejío polvoriento para que la
juventud se reúna hasta caer en el como etílico, porque esa
es la gracia de tan singular movida “A ver lo que el cuerpo
aguanta a base de calimochos y de todo tipo de mezclas
espiritosas francamente letales.
¿Y saben lo más triste de esta movida? Pues que coincide con
una fecha que, todos los que fuimos universitarios en
Granada recordamos con una mezcla de emoción y añoranza :Las
Cruces de Mayo. ¡No vean servidora, tan castroja, recién
salida de un Nador! Cuando me vi en la Plaza Nueva, allá a
la vera del Darro, donde el Paseo de los Tristes que bordea
la Alambra y perfuma el limonero, enfrente de una Cruz de
Mayo de claveles blancos reventones, con mantones de Manila
engalanando el altar, orfebrería fina, puro barroquismo
andaluz, prodigio de arte floral. Embelesaíya me iba
quedando, nos íbamos quedando los novatos de primero de
Derecho, llamados “borregos” paseando la ciudad en busca de
cruces, cada una más bella que la anterior y entre cruz y
cruz un tapeíto fino, unos vinillos dulces que eran la
bendición de Dios y un vivir intensamente ese día de mayo,
tan especial, tan ornamentado, tan increíblemente estético.
Y ahora, estos mierdas, se convocan por SMS y se dan cita en
un terreno baldío y apestoso, donde beben, vomitan y orinan
tan agustamente, mientras que las calles de la ciudad de
Granada a pocos kilómetros de el colocón etílico, asemejan
un museo al aire libre, un lugar que, si se es meridional,
como todos somos, es necesario visitar y disfrutar
intensamente.
Con las Cruces granadinas pasa como con los patios
cordobeses, una vez al año, pero una vez que se siente a
tope y se paladea con las papilas gustativas del alma. Lo
ignominioso de la inculta iniciativa de borrachera colectiva
es que han puesto como excusa el que, en la ciudad del Darro
se celebraban las cruces, pero a los chusmones asistentes a
las litronas y los gusanitos como todo manjar, les trae un
mucho al pairo cualquier tipo de manifestación de nuestra
cultura y si de esa juventud borrachaza y borreguil depende
el futuro de nuestra España, pues les digo que vaya
porquería de futuro, porque a unos tiparracos y tiparracas
que enchufan con las cámaras de televisión y salen dando
botes con aspecto de estar en la más pura diversión y encima
reivindican su derecho a la libertad de reunión callejera
porque las bebidas en los bares son caras y el botellón y la
litrona emborrachan de barato, entonces es que tienen la
sensibilidad de una auténtica boñiga.
¿Qué si soy la abuela Cebolleta? No creo, soy de esas
personas que todavía piensan que es posible recuperar a los
afectados por los pésimos planes y leyes escolares e
intentar reeducarles en unos valores que no sean los
lacrimosos de siempre, sino aquellos que empezaban por el
honor, seguían por el valor y la lealtad y acababan por el
amor propio y el sano afán de superación.
Para que nos vamos a engañar. Los botellones son claros
exponentes del fracaso de padres y educadores que hemos
permitido formar a generaciones sin normas claras éticas y
estéticas, donde se nos olvidó comenzar por ese axioma
principal de “El estilo es el hombre” que postulara el
filósofo de la nueva derecha francesa Alain de Benoist allá
por los ochenta.
En las macromovidas etílicas con bebidas a granel compradas
en los supermercados o en las tiendas veinticuatro horas de
los chinos, anti anti-estilo, hay cutrerío, hay gentucerío,
el lugar de la convocatoria acaba convertido en un hediondo
vertedero, se chapotea en meados y el que más vomita y echa
las tripas por la boca es el que más gracia tiene “¡No es
nadie el muy joío!¡No veas el ciego que s´ha pilláo el
cabrón!” y los coleguitas se parten el culo de risa porque
consideran muy gracioso el que llegue el Namur y se lleve a
adolescentes desmayados, el no va más de la hilaridad.
¿Soluciones? Ordenanazas municipales prohibiendo
taxativamente el consumo de alcohol en la vía pública,
llámese plaza, calle, avenida, lejío polvoriento o
cementerio. Porque a algunos góticos, que son esos
mamarrachos que se visten de negro y se pintan las caras de
blanco y los labios de azul, les dan morbo los camposantos a
los muy mamones. Les digo, con perdón de la expresión, que
si a mi me sale un hijo o una hija gótica le estoy pegando
palos hasta que el lomo le huela a ajo. Cuando le huela a
ajo paro, no antes.
Me dicen, me comenta, que en Ceuta no existen esas
escandaleras de alcohol y añadidos o sucedaneos, léanse todo
tipo de drogas, porque cada cual va a su rollo y los
pastilleros solo beben botellines de agua. Pues aquí, en el
sur las padecemos, la última en Granada, la próxima
convocatoria de tres días etílicossolo el buen Dios sabe
donde y también se preguntará como los papanatas de los
ayuntamientos son capaces de apoyar, promover, jalear y
resultar divertidísimo ese desmadre sin paliativos. Y cada
vez, más de lo mismo.
|