Los años 60 estaban tocando a su
fin cuando surgieron dos novilleros que despertaron el
interés de los aficionados que llegaban a la plaza con
prisas por verlos. Formaron pareja y cada tarde rivalizaban
en el ruedo a ver cuál de ellos conseguía dejar al otro
tocado de los nervios y esperando con impaciencia la
revancha.
Eran José María Manzanares y José Luis Galloso.
Y yo me convertí en un seguidor de ellos por muchos pueblos
de España. Debo confesar que fui partidario del segundo. Por
ser paisano y porque en sus primeras temporadas estaba que
se salía y andaba por la plaza con mucho más oficio que el
alicantino. Quien, por cierto, apuntaba unas cualidades
extraordinarias.
La diferencia entre ambos, vista ya desde la distancia, es
que Galloso alcanzó la maestría a edad temprana y su afición
se fue diluyendo a medida que gustaba del confort casero.
Todo lo contrario que le ocurrió a Manzanares: fue de menos
a más en su carrera, y aunque era amigo de farras, ha tenido
vida larga en el toreo. Tan larga que culminó en la
Maestranza de Sevilla, en la pasada Fería de Abril, cuando
le dijo a su hijo que bajara al ruedo maestrante para
cortarle la coleta.
Momento histórico y donde varios de los muchos toreros que
presenciaban la corrida decidieron al final del festejo
pasear a hombros al veterano maestro y sacarlo de esa guisa
por la Puerta del Príncipe. Saltándose el Reglamento taurino
a la torera, nunca mejor dicho, entre las aclamaciones de un
público que había abroncado al famoso diestro en el primer
toro de éste.
Con Galloso, maestro que, durante varios inviernos, trabajó
disciplinadamente el aspecto físico en el José del Cuvillo,
bajo mis órdenes, tuve yo la amistad que suele nacer entre
paisanos que se admiran. José Luis era un chiflado del
fútbol. Y le sigue chiflando. Puesto que la última vez que
lo vi fue esta temporada en el campo del Portuense.
A Manzanares, sin embargo, lo traté ya tarde. Ocurrió en el
verano de 1982, cuando el Mundial de España, y me lo
presentó un novillero de mi pueblo: José Cañas,
Cañitas. Un novillero que manejaba el capote como
Manolo del Pino, y que hacía unas faenas tan cortas como
pintureras y dignas de la bahía Gaditana.
Cañitas, que tenía la gracia a esportones y que nació
convencido de que la vida es tan corta que había de vivirse
intensamente y con brevedad, era compi de Manzanares
y a éste el estar con José le permitía reírse a mandíbula
batiente y olvidarse de que los toros dan cornadas.
Recuerdo que el maestro Manzanares iba dispuesto a estar dos
días con sus noches sin dormir. Y allá que me apunté a una
jarana que principió bien y terminó superior. Y es que a la
gracia de Cañitas, a sus ocurrencias, y a su sentido de
ponerse de todo hasta la coronilla, pero sin molestar a
nadie, se sumó el saber estar de ese pedazo de torero y
mejor persona que es José María.
Durante unas horas estuvimos en el Bosque, en no sé que
venta, debido a que allí quería ir Pepín Vega:
un matador de toros sanluqueño, que luego estuvo en la
cuadrilla de Paco Camino. Y puedo decir que
jamás he podido reírme tanto.
Terminada nuestra larga correría, tanto nocturna como
diurna, Manzanares quiso intercambiar camisas conmigo. Y
allá que se desprendió de una que le habían regalado en
tierras peruanas. Días después tuve la oportunidad de
conocer también a su padre. El cual hacía poemas con faltas
de ortografías y trataba de enamorar a las mozas de los
alrededores del cortijo de su hijo por Medina Sidonia.
Se ha ido un grande del toreo: el maestro Manzanares.
Cañitas, a partir de ahora, no frecuentará más su barrera
del cielo.
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