¿A ustedes no les parecen las
comuniones un prodigio estético? Realmente, a nivel de
marketing espiritual, el catolicismo es la religión más
cañera porque sus manifestaciones piadosas son de una
belleza tal que, a cualquier espíritu medianamente sensible,
dejan sin aliento. Servidora al menos, se queda embobaíta
mirando y embelesaíta sintiendo.
Mayo se llena de niñas envueltas en cancanes, en nubes de
jaretas y organdí, algodón de azúcar en el vuelo de los
vestidos blancos como la nácar, misalitos, limosneras para
guardar los recordatorios y flores en el pelo o directamente
velos de tul que parecen tejidos de retazos de calima. Los
chavales por el contrario, van de marineros, de almirantes o
enchaquetados, eso si, más bonitos que un San Luis, más
lindos que una jaculatoria. ¿Qué si recuerdo alguna
jaculatoria? Joder ¡Faltaría más! Recuerdo especialmente la
que recé la noche del veinticinco de Mayo del año 1962, la
noche anterior al día de mi primera comunión “Cuatro
esquinitas, tiene mi cama. Cuatro angelitos, que me la
guardan. Dos a los pies, dos a la cabecera. Y la Virgen
María de compañera”.¿Saben? Aún hoy la sigo rezando, porque
es mi patrimonio cultural, me pertenece y la murmuro tras
encomendarme a mi padre San Josemaría Escrivá, ese que ahora
precisamente me está espiando apoyado en la pantalla de mi
ordenador y me guiña un ojo tras sus gafas de miope, que son
muy parecidas a las mías.
Pero, quiero seguir hablando de comuniones, de estos
comulgandos y comulgandas andaluzas que, tras la catequesis
y bien aprendido el catecismo, viven la fecha más memorable
de su niñez con unos padres y familiares elegantes y
endomingados que siguen las tradiciones con todo rigor. Si
la comunión es por la mañana, tras la ceremonia litúrgica el
desayuno en la terraza de un bar o de una cafetería y luego
el almuerzo. Si es por la tarde una merienda cena. Y la
gente no remienda de viejo, en Ceuta, en Málaga, en Albacete
y en toda nuestra España cañí, donde, el tiempo, compinchado
con los querubines que acompañan a niños y niñas camino de
la comunión, suele resplandecer y mayear en el exterior de
los templos engalanados con flores blancas. Los altares
esperan a los niños entre gladiolos, claveles, rosas y
azucenas, aunque estas últimas menos, porque por estos lares
son difíciles de conseguir aunque son las flores favoritas
por su perfume de una chica judía llamada María, si esa
misma, la que ha inspirado a pintores, tallistas, imagineros
y escultores las obras de arte más maravillosas de la
historia de la Humanidad.
En mis tiempos, en el Marruecos independizado en 1956 y más
concretamente el 26 de Mayo de 1962, el encuentro de las
niñas que íbamos por primera vez a comulgar era en el
colegio de las monjas españolas, allí nos reunimos todas
para ir en procesión hasta la iglesia de Santiago Apóstol,
flanqueadas por dos filas de pequeñas vestidas de angelitos,
con túnicas brillantes y coloreadas y alas de organdí. ¿Qué
que tal iba yo? Pues sosa e impropia. Como me llevaba mi
madre pelada al dos por los piojos, no pude llevar trenzas y
corona de flores, sino un casquete que ponía aún más de
manifiesto mi cara de pandereta y mis ojillos miopes,
aligerados de las gafas para la ocasión, porque llevar gafas
vestida de comunión no era apropiado. Paseé por las calles
de mi Nador, con mis compañeras, viendo ese universo para mi
tan querido, entre brumas, igualito que si lo hubiera
pintado un impresionista . Mis paisas rifeños nos aplaudían
al pasar, saliendo de los cafetines, mis compañeras de clase
moritas se quedaban en el colegio llorando por no poder
participar en el espectáculo, aunque luego había desayuno
con chocolate y churros para todos los españoles y los que
no lo eran. En Nador en 1962, rifeños e hispanorifeños
éramos iguales, de la misma tierra y nos caíamos de puta
madre, si señor.
Al entrar en la iglesita de Nador, lo primero que impactaba
era un penetrante perfume a azucenas, las traían a espuertas
desde Melilla para engalanar el templo , perfume de azucenas
y ecos dormidos de incienso, mis compañeras con coronas, yo
con casquete para disimular y, al momento de tomar el cuerpo
de Cristo, la Sagrada Hostia, la niña de al lado, hija de un
padre imaginativo e ingenioso, apretó donde debía apretar y
su corona se encendió en una pura lucecita, la admiración me
dejó con la boca abierta, yo nunca había visto tanto poderío
y el padre Adolfo me tuvo que sisear para atraer mi
devoción.
En aquellos tiempos dorados, no existían las listas de
comunión en el Corte Inglés, ni los restaurantes alquilados
por salones, incluso con orquestas y coros rocieros. Allí
existía, al caer de la tarde una merienda conjunta de todos
los españoles en el llamado huerto de los olivos, un huerto
trasero a la iglesia donde se celebraban procesiones,
bautizos, bodas y todo lo que cayera en plan cristiandad y
en plan como éramos, una colectividad unida como una piña
que pensaba en una Patria lejana que muchos niños, aún no
conocíamos y que añoraban a España, aún con más intensidad
si cabe en los momentos clave en los que, si se es como Dios
manda, deben repicar a gloria las campanas.
Si me preguntan si en aquel mayo florido de 1962 repicaron
las campanas a la entrada de las comulgandas no sabría que
responderles, las niñas íbamos cantando “¡Oh ¡ Buen Jesús,
yo creo firmemente, que por mi bien, estás en el altar…”Las
voces de las monjitas asemejaban alondras, las de las
mujeres de Acción Católica trinar de gorriones y era todo
tan hermoso que me considero una auténtica privilegiada y
agradezco al buen Dios el poder atesorar en el recuerdo ese
todo de trinos, organdí , cirios, incienso y azucenas…La
Primera Comunión.
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