La calle Báez está en el corazón de Buenos Aires, en el
barrio Palermo. Cerca del hipódromo, de los campos de golf y
los lagos; un resquicio de terreno ganado al río de la Plata
que, en su origen, estaba atestado de cañaverales y, por
ello, es popularmente conocido como ‘Las Cañitas’. Casi un
cuarto de siglo lleva Teresa Lascano instalada allí. Hace
diez años se empezó a poner de moda y hoy es un auténtico
hervidero de gente. “Transita tanta gente que, por las
noches, tengo que hacerme un hueco entre la masa para poder
tirar la basura”, reconoce entre risas. Su casa es amplia,
dividida en dos alturas; la planta baja es su hogar, y en la
de arriba está su escuela-taller de pintura y dibujo. Ambas
plantas están llenas de cuadros: terminados y en proceso,
suyos y de sus alumnos. Forma parte de una generación
artística “muy comprometida” con la realidad sociopolítica
argentina. “Durante la dictadura militar, mucha gente se
‘autocensuró’; no podías fiarte de con quién estabas
hablando”. Situación que le influyó para tratar de atrapar
un mensaje “testimonial” en sus primeras series pictóricas.
Duró poco. Su camino iba por otro lado, paralelo, pero no
perpendicular.
Hoy su palabra sigue siendo comprometida, pero su obra es
estética, “más o menos dramática”, libre, decidida, fruto
del azar de quien no busca porque, simplemente, encuentra.
Como le gustaba decir a Pablo Picasso- de quien se declara
admiradora-. La calle es su territorio. Compite con los
‘cartoneros’ que rebuscan en las basuras por recoger el
material que más le interesa.Un duelo por la creatividad. Lo
que no se apropia, queda en la memoria de su cámara digital
-siempre consigo-. Ensambles de objetos y telas, detalles
urbanos, sombras y reflejos, geometría imperfecta,
abstracción concreta, “Mi arte siempre ha sido compulsivo,
fruto del impulso. Una vez empiezo a trabajar, necesito
concretar. Si tengo una idea en el aire, le busco rápida
solución o la dejo volar”. Califica el trabajo de Picasso de
“brutal”. “Decían que robaba ideas de otros pintores, pero
la realidad era que en el tiempo en que un artista hacía dos
cuadros, él había sido capaz de captar, con mayor
profundidad, la misma idea, así que pintaba veinte”, explica
entusiasmada.
De viaje...
Después de 18 años dando clases de dibujo, lo tiene claro.
“les animo a que pinten con sinceridad, que no me pregunten
hasta que no concluyan sus obras. Sin medias tintas. Cada
uno su estilo. El trabajo exige trabajo.Y es que a su
juicio, un cuadro es un cuadro “sólo” cuando existe conexión
entre la intención del artista y la percepción del
espectador.
Lascano ha recorrido medio mundo con su obra debajo del
brazo -“era organizadora de exposiciones para ‘Aerolíneas
Argentinas’ y a cambio, viajaba gratis hasta que la empresa
quebró”, reconoce agradecida- y de un largo paseo por Nueva
York, Beijin o Bruselas, tropezó un día con Ceuta, de
aquello hace ya un lustro.
...por Ceuta
Desde entonces, vuelve cada dos años. Se siente integrada,
cómoda aquí. “Me encanta la dinámica de este lugar”. Desde
las balaustradas, pasando por las escalinatas o las
barandillas. “Hay tema para entretenerse”. La más reciente
exposición que acoge el museo del Revellín (hasta el día 7)
pertenece a su serie ‘Ciudades. A los afectos y no a los
desencuentros’. Espacios imaginarios influidos por su Buenos
Aires natal. Recuerdos cubistas. “Muy moderno para algunos.
Y eso que ya pasó un siglo”.
Ambientes urbanos. Multitud de capas que se adivinan.
“Siempre hay algo detrás”. Gruesas pinceladas. Insistencia
en los tramos. Líneas remarcadas, forma y más forma hasta el
óleo final. Le gustan los matices. El detalle de la masa
multicolor. Prefiere la concepción compacta. En su caso, la
ciudad es “un pretexto para hacer obras de abstracción”. El
intenso azul del cielo “me distrae”, medita la pintora.
¿Porqué a los afectos? “Problemas no resueltos” entre Ceuta
y Marruecos. Desencuentros de posición. “Prefiero recurrir a
los siglos de historia compartida, los vínculos que
establecen una relación más amable e incorporo a Argentina
porque España es conocida como ‘la madre de la patria’”.
Idiosincrasias unidas por su arte. Ensambles mentales. Y
físicos. De cada sitio se lleva cosas materiales o
fotografiadas. Hace no mucho, en Buenos Aires, al salir del
cine, encontró dos rótulos enormes de doce letras
independientes. “‘System basics’”, ponía. El primer taxista
se negó. El segundo le ayudó a subirlas al taller. Una por
una. 24 rótulos en total. “Aún tengo que resolver para que
las quiero”. La ‘cartonera’ resolutiva.
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