Existen muchas ciudades en nuestra
geografía que son para pasearlas y vivirlas con los
sentidos, siempre que la mendicidad y la delincuencia lo
permitan, por supuesto. Y siempre también que los lugares
mágicos no hayan caído en las fauces de los que, para mi al
menos son, los enemigos públicos número uno de la calidad de
vida, es decir, los especuladores y promotores inmobiliario.
¿Ven? En Córdoba por ejemplo, eso no es un problema porque
aunque la alcaldesa sea comunista y por lo tanto
diametralmente opuesta a mi filosofía de vida cristiana, el
respeto de estos comunistas por el patrimonio es tal, que
cada vez que van a desbrozar un solar para construir un
bloque, antes que los técnicos y los arquitectos, llegan los
arqueólogos y con que encuentren la fundilla manida del
condón de un centurión, paralizan la obra y se ponen a
excavar como los locos para rescatar su pasado.
En Granada respetan, la ciudad de los dos ríos “El río
Guadalquivir va entre naranjos y olivos. Los dos ríos de
Granada pasan de la nieve al trigo” es belleza en estado
puro, pero hay demasiados turistas, los tropeles de guiris
con las cámaras en ristre el calcetín blanco con sandalias y
el botellín de agua a rellenar en los servicios de los
bares, parece descafeinar el encanto y las muchedumbres
diluyen lo mágico porque se cargan el ambiente. El
Generalife, paseado en solitario, es un paraíso del buen
Dios en la tierra. Esos mismos jardines a empujones, con las
conversaciones rompiendo la melodía acompasada del agua de
las fuentes, son tan solo unos jardines, sin más. Por mucho
que florezcan los arrayanes y los cipreses centenarios se
hinquen en el azul del cielo, el calcetín blanco, la botella
rellenable y los paquetes de apestosos doritos o gusanitos
que engullen para ahorrarse parte del almuerzo, quiebran el
espíritu.
Me hagan caso. Las masas de turistas conllevan el riesgo de
convertir cualquier lugar en un cutre Benidorm donde, la más
elemental estética brilla por su ausencia. En Ceuta, hoy por
hoy, se pasea bien, no tiene el síndrome del cemento de la
Costa Levantina, las playas no me parecen charcos de meados
de turistas, sino limpias y bravías y el paseo marítimo es
para disfrutarlo a paso lento y si es al atardecer, mejor. Y
también por ahora parece bastante incontaminada como ciudad
de las espantosas tiendezuchas de souvenirs catetos. Ya
saben, las postales en los expositores en la calle, las
banderillas falsas de torero, los delantales de lunares, las
litografías de Picasso y toda la parafernalia que compran a
los chinos de los polígonos industriales que han copado
totalmente el souvenir baratero y el artículo de los veinte
duros.
En Málaga, por ejemplo, hay que pasear la calle San Agustín
para llegar al Museo Picasso, un bellísimo palacio víctima
de una pésima restauración y feroz modernización interior.
Todo idílico, hasta topar, justo enfrente a las puertas del
museo con unas tiendas Torremolinos años setenta que venden
macanas y han ocupado el espacio urbano con sus chabacanos
artículos. Las autoridades malagueñas tienen muy poca
sensibilidad para determinados asuntos. Peatonalizan todo lo
peatonizable, a Dios gracias, pero no son capaces de
erradicar a la mafia rumana de la mendicidad que sale a
diario en comandita, costrosos y con ruidosos acordeones en
ristre a hacer “música” pero, como no saben tocar lo único
que generan es una feroz contaminación acústica que hace
huir a la gente de las terrazas de las cafeterías.
Seguramente esos tipos son ilegales y practican en exclusiva
la mendicidad, han entrado por Hendaya y resulta muy fácil
hacerles salir por donde han venido. Málaga está tomada por
la mendicidad rumana y Madrid y Barcelona están en
situaciones tales que, los ladrones y mendigos extranjeros
ya son considerados como riesgo número uno para el turismo.
Se sabe de la existencia de esas mafias rumanas, se sabe de
cómo envían a los niños a delinquir, de cómo a alguno de los
menores les constan hasta trescientas detenciones, pero no
se por que oscura razón no se erradica de un plumazo
expulsandoles a Francia que es por donde han entrado y
entran como falsos turistas.
Pasear en mayo. Un lujo para los sentidos. Transitar por
lugares poco concurridos sin miedo a ser atracados, por la
abrumadora presencia policial. No es en absoluto una
entelequia, aún existen momentos mágicos y lugares mágicos
que vivir en Primavera y esas vivencias estacionales forman
parte integrante de la calidad de vida a la que, todo
ciudadano tiene derecho y cuya consecución debería ser
objetivo prioritario para los Gobernantes.
Les digo, les comento, que hay ciudades que parecen
definitivamente perdidas para los ciudadanos, las centrales
privadas de alarmas centuplican sus beneficios, la
delincuencia es cada vez más violenta y se necesitarían el
doble de efectivos policiales y el doble de medios para
atajar esta epidemia de inseguridad que nos invade. Se
frivoliza en mi caso hablando del guiri con el botellín y de
los bazares tipo Torremolinos, pero lo cierto es que añoro
mucho aquella España de los ochenta que aún no había sido
del todo descubierta por las mafias internacionales,
llámense de mendigos, atracadores, cogoteros o butroneros.
¿Ustedes creen que, algún día, pasear en Mayo sea un
objetivo imposible?
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