Cada vez que pronuncia la palabra ‘teatro’, al actor Carlos
Larrañaga se le llena a boca de la misma emoción que ya es
inherente a su persona: la devoción a su trabajo. Le hace
joven, es una necesidad vital que impregna en cada silaba
que se escapa del lugar más recóndito de su cerebro. A la
hora de tejer el mapa de la realidad teatral, dibuja,
repetidas veces sobre la lana, un círculo entre el público,
los nuevos dramaturgos y la calidad de los montajes. “Desde
la época de los griegos, se oye a la gente quejarse del
estado del teatro, pero persiste. Más que crisis teatral
habría que hablar de crisis de éxitos”, apunta el veterano
actor.
A su juicio, en el momento actual, el panorama creativo
internacional presenta una “importante carencia de
productores de categoría en la que se recurre a las
reposiciones de los clásicos o a versionar autores de
prestigio”. Una situación que resume en una crisis de autor
“lamentable”.
“No se debe mantener la nostalgia adquirida, se debe
potenciar la ilusión de los que empiezan”, sentencia el
‘Hombre de Central Park’.
El público es parte paciente y agente en las eternas
divagaciones sobre el estado de las artes creativas. Los
conceptos ‘opinión’. ‘crítica’ e ‘inquietud’ se funden en
uno sólo para potenciar la ilusión del respetable. A su
entender, hay dos tipos de público: aquel que resulta muy
fiel” y el que comienza a aficionarse y genera interés en
sus hijos. Para atraer a las personas entiende que
determinados trabajos televisivos como ‘Estudio 1’ fueron
una “cantera de gran relevancia” que, según dice, ahora “no
se hace ni bien ni mal; cada género tiene su lenguaje”,
matiza.
Motivo extrateatral
Cuando se le pregunta sobre sus motivaciones actuales, el
actor que presenta mañana en Ceuta, la obra teatral ‘El
Hombre de Central Park’, no tiene ninguna duda: “la reacción
favorable del público y un asunto extrateatral”: el amor de
su pareja”. Larrañaga es, a sus resueltos 69 años, un hombre
que habla tranquilo y sosegado de su última obra.
Reconoce que no encontraba un texto que le motivase hasta
que sonó el timbre del individuo neoyorkino. “Es gracioso
que una persona de la edad del protagonista no acepte tener
esa edad para que finalmente se rebele como un hombre
divertido, casi infantil”, explica. Un final “sorprendente”
con el que concluye la obra. “Vengan a verme”, se despide.
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