Para que se empapen ustedes: el
pasado domingo, 26 de marzo asistí a mi primera Estación
Penitencial semanasantera, una procesión temprana y
entrañable, que trae aromas de lo que serán los días
hermosos que nos esperan y que tanto anhelamos. ¡Ay ese Niño
del Gran Poder cuanto poderío!
La talla pequeñita, imaginería fina y con esa cualidad que
siempre ha pregonado mi esposo, un hombre de Dios, que da a
las imágenes la naturaleza de potentes receptores-
transmisores que teletransportan las plegarias hacia el
Universo ¿Habían oído con anterioridad una definición más
bella y real?.
Teología aparte, disfruté con el espectáculo de nuestro
patrimonio artístico y cultural paseando las calles, me
deleité con la banda que abría el cortejo, una banda donde,
la mayoría eran niños pequeños y adolescentes, rigurosamente
ataviados con uniformes militares, como Dios manda, que a
Nuestro Señor y a su Madre les gustan los uniformes tanto
como a la ciudadanía, es decir, más que a un tonto una
volaéra ¿Qué murmuran? ¿Qué hay algunos comeboñigas que se
proclaman antimilitaristas? Si, en el mundo siempre hay un
tiesto para una mierda y siempre también han existidos
jiñados, babosos y trepaollas, de todo ha de haber en la
viña del Señor y además participar en actitudes
antimilitaristas forma parte de la terapia ocupacional
dirigida a la plena integración de los deficientes mentales
: les dan ideas absurdas y les invitan a que reflexionen y
las rechacen con indignación.
Uniformes militares, trompetas bruñidas, gaitas sonoras y
tambores conformando en su estética musical esas marchas
procesionales que tanto emocionan. Yo no es que emocionen. A
mi me da el Síndrome de Stendhal, idénticos síntomas que los
que sufrió el gran escritor durante su visita a Florencia
cuando se adentró en la maravilla de la Santa Croce, joya
cristiana y patrimonio de la Humanidad. ¿Qué la procesión
malagueña del Niño del Gran Poder no tiene nada que ver con
las pinturas de Giotto? Se callen ustedes y no disparaten ,
raíces del alma, arte cristiano y occidental es lo uno y lo
otro.
Y ante todo ello da una especie de espeluco, las pupilas se
inundan de belleza y el espíritu se indigesta de estética,
un jamacuco en toda regla.
Y más aún cuando se trata de una cofradía de abrumadora
presencia infantil y juvenil. Los mayorcitos con los
capirotes y los cirios, los pequeñines con bastones y
tocados con romanas, terciopelo burdeos en las túnicas
ceñidas con cordón dorado, nueva hornada de cofrades que
nutren esta cultura nuestra que alcanza y envuelven a
nuestros primos hermanos los rusos y los ucranianos, a
quienes muchos llamamos “la esperanza de Occidente”.
¿Qué si les gustan las procesiones a estos rubios y rubias
importados? Les apasionan, porque los dos ritos, el ortodoxo
y el católico, son similares en riqueza y tronío a la hora
de exaltar a Dios. A los ruskis, que es como les llamamos en
plan familiar, les encanta sabadear y dominguear tanto como
a los malagueños y los malaguitas, que opinamos que, la
ciudad, es para pasearla y disfrutarla participando
activamente en todo lo que se programa.
Participación y presencia que se desborda cuando, a lo
lejos, se adivinan los sones de una banda procesional. Allí
acudimos a emocionarnos colectivamente, sobre todo nuestros
primos de las repúblicas de arriba, que se chalan y se
santiguan del revés al paso de las imágenes ¡Y no digamos
los sudacas! Esos compiten en devoción ante la Madre, porque
son muy como nosotros y han mamado y remamado idénticas
religión y cultura.
Por eso viven la Pasión apasionadamente y se deleitan con
los aromas semanasanteros que son de azahar de naranjo y
limonero, de incienso fragante, de corazón de piedra
catedralicia y de calima marinera. Síndrome de Stendhal
Nazareno por doquier ¿Qué ustedes también se impactan
emocionalmente ante los prodigios de imaginería y
orfebrería? Normal. Es dolencia común, pandemia de la
Cristiandad y contra esa patología, no caben vacunas. Ni
queremos vacunarnos ¡Faltaría más!.
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