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OPINIÓN - MIÉRCOLES 29 DE MARZO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Síndrome de Stendhal nazareno
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Para que se empapen ustedes: el pasado domingo, 26 de marzo asistí a mi primera Estación Penitencial semanasantera, una procesión temprana y entrañable, que trae aromas de lo que serán los días hermosos que nos esperan y que tanto anhelamos. ¡Ay ese Niño del Gran Poder cuanto poderío!

La talla pequeñita, imaginería fina y con esa cualidad que siempre ha pregonado mi esposo, un hombre de Dios, que da a las imágenes la naturaleza de potentes receptores- transmisores que teletransportan las plegarias hacia el Universo ¿Habían oído con anterioridad una definición más bella y real?.

Teología aparte, disfruté con el espectáculo de nuestro patrimonio artístico y cultural paseando las calles, me deleité con la banda que abría el cortejo, una banda donde, la mayoría eran niños pequeños y adolescentes, rigurosamente ataviados con uniformes militares, como Dios manda, que a Nuestro Señor y a su Madre les gustan los uniformes tanto como a la ciudadanía, es decir, más que a un tonto una volaéra ¿Qué murmuran? ¿Qué hay algunos comeboñigas que se proclaman antimilitaristas? Si, en el mundo siempre hay un tiesto para una mierda y siempre también han existidos jiñados, babosos y trepaollas, de todo ha de haber en la viña del Señor y además participar en actitudes antimilitaristas forma parte de la terapia ocupacional dirigida a la plena integración de los deficientes mentales : les dan ideas absurdas y les invitan a que reflexionen y las rechacen con indignación.

Uniformes militares, trompetas bruñidas, gaitas sonoras y tambores conformando en su estética musical esas marchas procesionales que tanto emocionan. Yo no es que emocionen. A mi me da el Síndrome de Stendhal, idénticos síntomas que los que sufrió el gran escritor durante su visita a Florencia cuando se adentró en la maravilla de la Santa Croce, joya cristiana y patrimonio de la Humanidad. ¿Qué la procesión malagueña del Niño del Gran Poder no tiene nada que ver con las pinturas de Giotto? Se callen ustedes y no disparaten , raíces del alma, arte cristiano y occidental es lo uno y lo otro.

Y ante todo ello da una especie de espeluco, las pupilas se inundan de belleza y el espíritu se indigesta de estética, un jamacuco en toda regla.

Y más aún cuando se trata de una cofradía de abrumadora presencia infantil y juvenil. Los mayorcitos con los capirotes y los cirios, los pequeñines con bastones y tocados con romanas, terciopelo burdeos en las túnicas ceñidas con cordón dorado, nueva hornada de cofrades que nutren esta cultura nuestra que alcanza y envuelven a nuestros primos hermanos los rusos y los ucranianos, a quienes muchos llamamos “la esperanza de Occidente”.

¿Qué si les gustan las procesiones a estos rubios y rubias importados? Les apasionan, porque los dos ritos, el ortodoxo y el católico, son similares en riqueza y tronío a la hora de exaltar a Dios. A los ruskis, que es como les llamamos en plan familiar, les encanta sabadear y dominguear tanto como a los malagueños y los malaguitas, que opinamos que, la ciudad, es para pasearla y disfrutarla participando activamente en todo lo que se programa.

Participación y presencia que se desborda cuando, a lo lejos, se adivinan los sones de una banda procesional. Allí acudimos a emocionarnos colectivamente, sobre todo nuestros primos de las repúblicas de arriba, que se chalan y se santiguan del revés al paso de las imágenes ¡Y no digamos los sudacas! Esos compiten en devoción ante la Madre, porque son muy como nosotros y han mamado y remamado idénticas religión y cultura.

Por eso viven la Pasión apasionadamente y se deleitan con los aromas semanasanteros que son de azahar de naranjo y limonero, de incienso fragante, de corazón de piedra catedralicia y de calima marinera. Síndrome de Stendhal Nazareno por doquier ¿Qué ustedes también se impactan emocionalmente ante los prodigios de imaginería y orfebrería? Normal. Es dolencia común, pandemia de la Cristiandad y contra esa patología, no caben vacunas. Ni queremos vacunarnos ¡Faltaría más!.
 

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