Me llama un conocido de
Cádiz, que ha leído este fin de semana, es la ventaja que
tiene la Internet, lo que escribí acerca de Teófila
Martínez, cuando ésta vino a Ceuta para hermanarla con la
capital gaditana. Tras los saludos al uso y después de
ponerme al tanto del nombre de la persona que le ha
facilitado el número de mi teléfono, va al grano: “¿Es
verdad todo lo bueno que se dice del presidente de la Ciudad
Autónoma de Ceuta?”.
Antes de continuar, debo decir que mi conocido, político
curtido en diversos cargos, lo que se dice todo un
profesional de la cosa, deja entrever un interés especial en
oírme lo que pienso de Juan Vivas. Pues alguien debe haberle
contado que yo, sin deberle nada, nada en absoluto, tengo un
buen concepto de él. Si bien ello no me impide reconocer, y
airear cuando creo que procede, que le cuesta lo indecible
el tomar decisiones necesarias y con la rapidez que sería
conveniente.
Uno entiende que la prudencia en la política, o en cualquier
otra faceta de la vida, es de un valor incalculable. Y que
las decisiones de quienes mandan han de ir revestidas de
sensatez y moderación, a fin de evitar daños innecesarios.
No obstante, cuando la prudencia traspasa límites y se
convierte en falta de atrevimiento, más que bien lo que
causa es perjuicio. Como todo exceso.
Se puede ser prudente por condición, pero jamás por
prejuicios. Sobre todo en quienes ocupan cargos. Porque si
los prudentes llevaran siempre razón, a buen seguro que
ninguna verdad, tenida por locura, hubiera podido salir
adelante en un mundo donde hay que reprobar no el sentido
común, sino el deseo de que todo salga bien por arte de
birlibirloque.
Juan Vivas lleva muchos años sin perder un ápice del
prestigio que comenzó a fraguarse desde el primer día que
entró a formar parte de la Administración Local. No sólo por
su hacer profesional, sino también por su manera de
comportarse. Negarle ambas cualidades a Vivas sería además
de una injusticia un error que, indudablemente, repercutiría
en contra de quienes no lo entendieran así.
C uestión distinta es, desde luego, que se niegue que en su
caminar no haya tenido comportamientos tan absurdos como
lamentables. Yo mismo podría enumerar algunos. De lo
contrario, estaríamos hablando de un ser superior. Y ni
siquiera Florentino Pérez, en versión Butragueño, ha podido
sobrellevar tan pesada carga.
Por lo tanto, conviene aclarar que Vivas es un señor bajito,
cuya simpatía, forzada o no, ha calado hondo entre unos
ciudadanos que, casi mayoritariamente, han asumido que es la
persona más cualificada para regir los destinos de la
ciudad. Una verdad incuestionable y que tuvo su
manifestación en las urnas.
Y aunque gobernar lleva consigo el lógico desgaste, en el
caso que nos ocupa no se está produciendo tal circunstancia.
Ya que el presidente, máxime si nos atenemos a la última
encuesta del CIS, sigue siendo el político más valorado en
todos los aspectos. Una situación que celebran en su partido
y que permite proclamar a sus dirigentes que ello demuestra
que se está gobernando como los ciudadanos desean.
Lo cual no es cierto. Aunque parezca una contradicción. Y no
lo es, porque si bien al Partido Popular le basta y le sobra
con el reclamo de Vivas para volver a ganar holgadamente las
próximas elecciones, los ciudadanos no se pueden permitir el
lujo de ver cómo un señor que goza de tan grande
beneplácito, y en el que se han depositado tantas
esperanzas, muchas veces se la coge con un papel de fumar.
Hay una ventaja en ser presidente: nadie te dice dónde te
tienes que sentar. Lo dijo Dwight D. Eisenhower. A ver si el
presidente toma nota.
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