Terminar el Magisterio no era suficiente para obtener el
título. Teníamos que disponer de un certificado o diploma
que nos acreditara como Instructor Elemental del Frente de
Juventudes, según el apartado c), artículo 20 del Estatuto
del Magisterio Nacional Primario, aprobado por decreto de 24
de Octubre de 1.947. Para conseguir el citado certificado
era necesario realizar un curso en un Campamento con toda la
parafernalia que reunía las actividades del Frente de
Juventudes. El curso había que llevarlo a cabo en un
“campamento estable” en la localidad gaditana de Chipiona.
Su nombre era “Hernán Cortés”, una zona paradisíaca rodeada
de pinos y muchos insectos variados, que hacían imposible el
desarrollo normal de nuestras vidas, con la presencia de una
colonia de camaleones. Estos permanecían “impasibles el
ademán”, seguramente acostumbrados a las continuas
presencias de “futuros instructores” o flechas de la OJE.
Previamente, los futuros “acampados” teníamos que llevar
todos los preparativos para una convivencia de veinte días.
Juntos al vestuario y elementos de aseso, nos recomendaban
que incluyéramos una cuerda de varios metros, que según
decían sería utilizada para fines distintos (¿). Todo era
precario. El alojamiento, unas diminutas tiendas de
campañas, donde de forma apretada nos alojábamos seis
futuros maestros; la comida, poca y mala, aunque no faltaban
“jaleadores” vitoreando a los cocineros, hecho del todo
increíble. Del agua, mejor no hablar: contaminada, siendo
necesario tratamiento preventivo para no contraer el tifus.
Lo que más nos fastidiaba era, que para cualquier actividad
nos movilizaban al toque de corneta. El instrumentista era
un chico muy joven, un flecha, virtuosos en producir sonidos
musicales. El que más molestaba era el “toque de diana”, muy
madrugador, el amanecer. Inmediatamente nos dirigíamos a los
“aseos” y a colocarnos el “uniforme de gala”, para el izado
de la bandera, donde el “niño corneta” se esmeraba y el cura
nos obsequiaba con una breve oración. El acto se repetía con
el arriado, con la misma ceremonia, y, nosotros,
uniformados. El vestuario nuestro estaba formado por el
“uniforme de gala, pantalón gris y camisa de gris claro, con
un emblema de la Falange en el bolsillo y zapatos negros; el
uniforme de faena” estaba formado por una camiseta de mangas
cortas, de color tierra, y pantalón corto azul, con
zapatillas de deportes. Una jornada de campamento se
iniciaba con el izado de bandera, “desayuno”, ejercicios de
educación física, baños en la playa, denominada “Virgen de
Regla”, que para desplazarnos teníamos que recorrer unos
cuatro km. A la ida y los mismos a la vuelta; después, venía
la comida, mala, malísima, por lo que a la salida del
comedor, y una vez en la tienda, había que “compensarla” con
algunas conservas. Teníamos un tiempo de descanso, donde se
permanecía en la tienda o debajo de los pinos, con el riesgo
de las picaduras de insectos era previsible, o que encima se
nos cayeran algunas procesionarias. Después del descanso o
ligera siesta, venían las clases teóricas y manualidades,
que iban orientadas en la misma dirección: “las bondades del
Régimen del Estado Español surgido de la cruzada”. Se
continuaba con el arriado de la bandera, donde previamente
se procedía a la lectura de los “buenos” y los “malos”,
menciones especiales para los primeros, y al servicio de
limpieza los segundos. Finalizaba la jornada con la “cena”,
otra dura prueba para nuestros estómagos, seguido de un
corto tiempo de descanso, y a la colchoneta, porque el chico
de la corneta interpretaba el toque de silencio. En algunas
ocasiones, pocas, se organizaba la actividad denominada
“fuego de campamento”, aunque nuca llegamos a entender los
del “fuego”, ya que éste no aparecía por ningún sitio. Se
formaba un corro, y en el centro se presentaba algún
decidido con ánimo de poner de manifiesto algunas de sus
habilidades: magia, chistes, rapsodas, etc., y el cura
tocaba el violín. Las anécdotas fueron muchísimas, pero
narrarlas haría muy exhaustivo este trabajo. Como muestra
ésta. Un grupo de trabajo, con mayoría de acampados de
Ceuta, elaboraron un mural que pusieron por título “ABYLA”.
En ello estaban, cuando uno de los monitores, ignorando que
se trataba de ÁVILA, y por lo tanto estaba mal escrito,
argumentando que cómo unos futuros maestros habían cometido
una falta de ortografía tan grave. Aclarado el asunto, todos
a sonreir. Entre otras actividades se encontraban memorizar
las consignas diarias: ¡España es una bendición de Dios!
¡Hoy renace el Imperio de España! ¡Y surgió el Salvador, el
Caudillo! ¡España, única nación que pudo con los
comunistas!... Y el canto de las canciones clásicas como el
clásico “Cara al Sol”, “Montañas Nevadas”, “Himno del
campamento”, que empezaba así: “Contra viles injurias/ del
martillo y la hoz…
Y en una ocasión, apunto de finalizar el campamento,
tuvieron que soportar una conferencia dictada por un
catedrático de la Universidad de Servilla, Sr. Claro
Arévalo, que después sería Ministro de la UCD. Rompió todo
tipo de protocolo, presentándose como un futuro maestro en
plena faena de campamento: pantalón corto y camisa de mangas
cortas. El tema, como no podía ser de otra forma, quiero
recordar que trató sobre la figura de José Antonio,
destacando, aparte de una exposición breve de su biografía,
su selección del camino del sacrificio, fundación de la
Falange, su encarcelamiento, testamento,…. Y como colofón a
todo, la marcha sobre “Los veinticinco años de Paz”. Corría
el año 1964, y se conmemoraba 25 años de la Victoria del
bando vencedor de la Guerra Civil. Los organizadores de las
actividades no tuvieron otra cosa en qué pensar que
planificar una marcha. No quisiera equivocarme pero creo que
fueron de 25 km., un Km. por año. Un fastidio, porque ya
nuestros cuerpos no estaban para marchas de ninguna clase.
Se hizo desde el Campamento hasta Sanlúcar de Barrameda. El
regreso fue para estar varios días en cama. Los pies con
ampollas y escoceduras por todas partes, porque se hizo con
el uniforme de gala”.
Finalizada nuestra experiencia, sólo nos quedaba en el
recuerdo la figura del corneta, el rubio flecha, que dejó
grabada en nuestras mentes las notas de su diana, fajina y
silencio.
|