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OPINIÓN - SÁBADO 25 DE MARZO DE 2006

 
OPINIÓN / Al toque de corneta

Al toque de corneta

Por ANDRÉS GÓMEZ FERNÁNDEZ
 

Terminar el Magisterio no era suficiente para obtener el título. Teníamos que disponer de un certificado o diploma que nos acreditara como Instructor Elemental del Frente de Juventudes, según el apartado c), artículo 20 del Estatuto del Magisterio Nacional Primario, aprobado por decreto de 24 de Octubre de 1.947. Para conseguir el citado certificado era necesario realizar un curso en un Campamento con toda la parafernalia que reunía las actividades del Frente de Juventudes. El curso había que llevarlo a cabo en un “campamento estable” en la localidad gaditana de Chipiona. Su nombre era “Hernán Cortés”, una zona paradisíaca rodeada de pinos y muchos insectos variados, que hacían imposible el desarrollo normal de nuestras vidas, con la presencia de una colonia de camaleones. Estos permanecían “impasibles el ademán”, seguramente acostumbrados a las continuas presencias de “futuros instructores” o flechas de la OJE. Previamente, los futuros “acampados” teníamos que llevar todos los preparativos para una convivencia de veinte días. Juntos al vestuario y elementos de aseso, nos recomendaban que incluyéramos una cuerda de varios metros, que según decían sería utilizada para fines distintos (¿). Todo era precario. El alojamiento, unas diminutas tiendas de campañas, donde de forma apretada nos alojábamos seis futuros maestros; la comida, poca y mala, aunque no faltaban “jaleadores” vitoreando a los cocineros, hecho del todo increíble. Del agua, mejor no hablar: contaminada, siendo necesario tratamiento preventivo para no contraer el tifus. Lo que más nos fastidiaba era, que para cualquier actividad nos movilizaban al toque de corneta. El instrumentista era un chico muy joven, un flecha, virtuosos en producir sonidos musicales. El que más molestaba era el “toque de diana”, muy madrugador, el amanecer. Inmediatamente nos dirigíamos a los “aseos” y a colocarnos el “uniforme de gala”, para el izado de la bandera, donde el “niño corneta” se esmeraba y el cura nos obsequiaba con una breve oración. El acto se repetía con el arriado, con la misma ceremonia, y, nosotros, uniformados. El vestuario nuestro estaba formado por el “uniforme de gala, pantalón gris y camisa de gris claro, con un emblema de la Falange en el bolsillo y zapatos negros; el uniforme de faena” estaba formado por una camiseta de mangas cortas, de color tierra, y pantalón corto azul, con zapatillas de deportes. Una jornada de campamento se iniciaba con el izado de bandera, “desayuno”, ejercicios de educación física, baños en la playa, denominada “Virgen de Regla”, que para desplazarnos teníamos que recorrer unos cuatro km. A la ida y los mismos a la vuelta; después, venía la comida, mala, malísima, por lo que a la salida del comedor, y una vez en la tienda, había que “compensarla” con algunas conservas. Teníamos un tiempo de descanso, donde se permanecía en la tienda o debajo de los pinos, con el riesgo de las picaduras de insectos era previsible, o que encima se nos cayeran algunas procesionarias. Después del descanso o ligera siesta, venían las clases teóricas y manualidades, que iban orientadas en la misma dirección: “las bondades del Régimen del Estado Español surgido de la cruzada”. Se continuaba con el arriado de la bandera, donde previamente se procedía a la lectura de los “buenos” y los “malos”, menciones especiales para los primeros, y al servicio de limpieza los segundos. Finalizaba la jornada con la “cena”, otra dura prueba para nuestros estómagos, seguido de un corto tiempo de descanso, y a la colchoneta, porque el chico de la corneta interpretaba el toque de silencio. En algunas ocasiones, pocas, se organizaba la actividad denominada “fuego de campamento”, aunque nuca llegamos a entender los del “fuego”, ya que éste no aparecía por ningún sitio. Se formaba un corro, y en el centro se presentaba algún decidido con ánimo de poner de manifiesto algunas de sus habilidades: magia, chistes, rapsodas, etc., y el cura tocaba el violín. Las anécdotas fueron muchísimas, pero narrarlas haría muy exhaustivo este trabajo. Como muestra ésta. Un grupo de trabajo, con mayoría de acampados de Ceuta, elaboraron un mural que pusieron por título “ABYLA”. En ello estaban, cuando uno de los monitores, ignorando que se trataba de ÁVILA, y por lo tanto estaba mal escrito, argumentando que cómo unos futuros maestros habían cometido una falta de ortografía tan grave. Aclarado el asunto, todos a sonreir. Entre otras actividades se encontraban memorizar las consignas diarias: ¡España es una bendición de Dios! ¡Hoy renace el Imperio de España! ¡Y surgió el Salvador, el Caudillo! ¡España, única nación que pudo con los comunistas!... Y el canto de las canciones clásicas como el clásico “Cara al Sol”, “Montañas Nevadas”, “Himno del campamento”, que empezaba así: “Contra viles injurias/ del martillo y la hoz…

Y en una ocasión, apunto de finalizar el campamento, tuvieron que soportar una conferencia dictada por un catedrático de la Universidad de Servilla, Sr. Claro Arévalo, que después sería Ministro de la UCD. Rompió todo tipo de protocolo, presentándose como un futuro maestro en plena faena de campamento: pantalón corto y camisa de mangas cortas. El tema, como no podía ser de otra forma, quiero recordar que trató sobre la figura de José Antonio, destacando, aparte de una exposición breve de su biografía, su selección del camino del sacrificio, fundación de la Falange, su encarcelamiento, testamento,…. Y como colofón a todo, la marcha sobre “Los veinticinco años de Paz”. Corría el año 1964, y se conmemoraba 25 años de la Victoria del bando vencedor de la Guerra Civil. Los organizadores de las actividades no tuvieron otra cosa en qué pensar que planificar una marcha. No quisiera equivocarme pero creo que fueron de 25 km., un Km. por año. Un fastidio, porque ya nuestros cuerpos no estaban para marchas de ninguna clase. Se hizo desde el Campamento hasta Sanlúcar de Barrameda. El regreso fue para estar varios días en cama. Los pies con ampollas y escoceduras por todas partes, porque se hizo con el uniforme de gala”.

Finalizada nuestra experiencia, sólo nos quedaba en el recuerdo la figura del corneta, el rubio flecha, que dejó grabada en nuestras mentes las notas de su diana, fajina y silencio.
 

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