En mi anterior periódico, un
diario controlado por ateos y ya se sabe que, los ateos
practicantes suelen ser muy extremistas, porculeros e
intransigentes ¿Qué eso no lo sabían ustedes? Bueno, ya les
contaré en otra ocasión, pero a lo que iba, que en mi
anterior empleo, a cambio de un mísero estipendio, yo
ejercía de incómodo comodín y entre otros menesteres, cubría
absolutamente todos los temas relativos a inmigración Claro,
tenía que viajar y viajaba al centro de la noticia, hasta
acabar aborreciendo muchas frutas, hortalizas y verduras y
no porque sea una purista que me obstine en consumir los
carísimos y para mi inaccesibles, alimentos ecológicos, no,
es que eran demasiadas penas en las raíces de cada tomate,
de cada brócoli, de cada olivo, demasiada amargura en cada
fresa…
Recuerdo los campos de Huelva y me entra una especie de
sentimiento de pesar profundo. Miles de inmigrantes al olor
de la cosecha fragante, hombres cansados, jornaleros, mis
paisanos, que paisanos míos son los campesinos, que no los
moritos pijos que se mueven en Mercedes… Hombres agotados
mendigando un contrato, un jornal, una esperanza. Porque les
merecía la pena, aunque el alojamiento fueran unos
plásticos, un cortijo abandonado o una nave sin cagadero,
merecía la pena el jornal bien sudado y enviarlo a la
familia por Western Union, pese a la carísima comisión, que
hay mucho mamón encubierto bajo las siglas de agencias,
sangrando a los inmigrantes.
Mis paisas los jornaleros, no son moros altivos y
reivindicativos, ni ondean cuan estandarte su lista de
agravios, son personas sencillas que no se hacen odiosas y
no son marginales profesionales, sino sencillamente pobres.
Me oigan, buena gente esos jornaleros que recorren España de
cosecha en cosecha, sin dar por culo a nadie, sin
integrismos ni hostias, sin ejercer de caricaturas étnicas,
buena gente. Yo estaba allí y lo sentía, la bonhomía se
palpa, estaba allí como periodista y ejerciendo de rifeña,
que alguna ventaja tiene que tener el haber nacido en Nador,
por más que en los controles de los aeropuertos me miren
malamente y me registren a fondo, ejerciendo de rifeña y
observando una realidad fluctuante : donde ayer trabajaban
los moros hoy recogen la fresa lozanas polacas contratadas
por los empresarios en origen.
Hay que comprenderlo, las lozanas son rubias y rosadas, con
aspecto de acabar de salir de la ducha, discretas y
católicas que no se pierden una misa. A mis paisas, a los
mauritanos y a los negros, perdón, he querido decir “hombres
de color” ¿Qué si son de color verde como los alienígenas?
No, son de color negro y para ellos todos nosotros somos
“los blancos” falso concepto porque, los hispanos somos
entre color beige, morenos de verde luna y cetrinos, de
blancos nada, monada, en fin, que a esos hombres cansados y
polvorientos, les contratan o no les contratan, según les de
el viento a los patrones… Dicen que son sucios, pero es que
no tienen agua para lavarse, ni duchas, cocinan en
infiernillos y subsisten con lo mínimo, como pueden,
reuniéndose al alba en las plazas de los pueblos o en el
arcén de la carretera, hasta que llega el patrón con la
furgoneta “A ver ¿Tienes papeles? ¿No? Pues nada, tu si, tu
no”. Dios ¿Cómo no van a amargar las fresas y los tomates si
son recogidos por hombres de miradas tan desesperadas?. Para
mi, después de haber visto lo que he visto, todas las fresas
de nuestra España están amargas.
Y miro al colectivo islámico ceutí, que parece perpetuamente
agraviado y enfadado, como si les debieran y no les pagaran,
cuando lo tienen todo, les miro y no puedo menos que
murmurar “¡Ay joíos!¡No sabeis la suerte que teneis!” Porque
para ellos, no hay riesgo de desesperación ni de que los
tomates amarguen.
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