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OPINIÓN - JUEVES 23 DE MARZO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Misantropía peligrosa
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los hay emperrados en convencerme de que acepte hacer un programa de fútbol en la televisión. Y yo siento mucho no poder complacer a la persona que más avala esa propuesta. Por razones varias. A pesar de que tengo las ideas muy claras al respecto y, sin ningún tipo de rubor, puedo decir que sería un espacio muy visto en una ciudad donde la opinión futbolística carece de relieve en los medios. Espero que no haya tontos que se me encabriten por recordar que aquí existe un vacío en lo tocante a contar cosas con tendencias didácticas en los espacios dedicados al bien llamado deporte rey.

Una de esas personas que nunca desaprovecha la ocasión para insistirme en que haría muy bien en ponerme al frente de ese cometido, no entiende que yo deseche la oportunidad de ganar más dinero. Y, sobre todo, de dejar muy claro que en el fútbol hay que comentar lo que todo el mundo comenta y decir lo que nadie ha dicho. Con pases de imágenes, muchas imágenes, y no cubriendo la pantalla de posturistas, mimos, y toda clase de visajes que bien podrían valer para anunciar cremas que les vayan bien a quienes tienen la cara de cemento. Mas a mí, por más que me lluevan cantos de sirena, será difícil sacarme el sí para que me ponga al frente de un proyecto que dejó de interesarme hace ya mucho tiempo. Porque, salvo cuatro apuntes espaciados, jamás he querido agenciarme un espacio de fútbol diario ni tan siquiera en los periódicos.

También fui reacio a dar el visto bueno a muchas de las proposiciones que me hicieron en el medio en el que estuve más de una década: El Faro. Y mira que hubo un tiempo en el cual trabajé a destajo. Y todo, la verdad sea dicha, porque tuve la mala suerte de coincidir con algunos directores que tenían asumido que el trabajo es un azote de Dios. Cierto que esa dejadez de ellos, una especie de astenia crónica, me sirvió a mí para ir aprendiendo un oficio con la voluntad enorme de los autodidactos y poniendo a contribución esa experiencia de lo vivido en el asfalto.

En El Faro compartí tarea con muy buenos redactores, cuyos nombres creo conveniente reservarme en esta ocasión. Y presencié la llegada de los primeros becarios a la redacción. Hubo una hornada muy buena; me atrevo a decir que excelente. Y en ella estaba Carmen Echarri. De quien debo decir que empezó pronto a distinguirse como la menos preparada del grupo en todos los aspectos. Un problema que a ella le costaba digerir y que la mantenía siempre en un estado de inquietud y, desde luego, predispuesta en todo momento a hacerse la víctima. Y lo tuvo claro: decidió ganarse la amistad de quienes podían ir al jefe con la cantinela de que la navarra era muy trabajadora y, desde luego, lo ponían al tanto de que sólo le faltaba dormir en la redacción. Famosas se hicieron algunas de sus lipotimias cuando don Rafael, como ella lo llamaba, estaba en su despacho. Y allá que acudían todos, menos los becarios válidos, a darle palmaditas en el rostro y a rociarle éste con agua fresquita.

Actuando así, la navarrica se dio cuenta de que se camelaba al editor y, de paso, urdía ya su venganza contra aquellos becarios que le daban sopas con onda. A partir de entonces, su ascenso fue imparable y se sentó en un despacho con la orden de mantener el orden entre los plumillas. Aunque sometida a la voluntad de un dueño que hacía sus gracietas sobre ella y destacaba, cada dos por tres, los muchos complejos que tenía la Echarri. Una Echarri que padece de misantropía. Y esa aversión que tiene por los demás la convierte en una persona dispuesta a meterse en muchos jardines. Ahora, en vista de que no sabe salir del dédalo en que se encuentra, trata de escupir hacia arriba. Seguro que, antes o después, su bilis le caerá encima.
 

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