Temía yo que la sesión plenaria
del lunes, por el estado emocional que sigue generando unas
letras carnavalescas, terminase como el rosario de la
aurora. Pero hete aquí que, con gran satisfacción, leo muy
de mañana que todo transcurrió mejor de lo esperado.
Entiendo, por tanto, las razones tenidas por este periódico
para pasar de puntillas por un debate que no debería ser ya
portada de ningún medio. Puesto que los hechos ocurridos no
tienen por qué condicionar la vida de la ciudad ni, por
supuesto, ser motivo permanente de cizaña entre comunidades.
Lo cual no quita para comprender las razones que en su
momento tuvo Mohamed Alí para poner el grito en el cielo.
Sin embargo, ahora me parece tan drástica como inoportuna la
frase pronunciada en el pleno por el presidente de la UDCE:
“Las letras han hecho un daño moral irreversible”.
Porque el adjetivo irreversible deja entrever que las
relaciones se han roto entre musulmanes y cristianos y jamás
serán las mismas que existían antes de producirse tan sonado
escándalo en el teatro del Instituto Siete Colinas.
Demasiado dramatismo encierran las palabras de quien está
obligado a buscar en la moderación el único camino que
permita vivir en armonía a todos los españoles y sin que la
religión profesada se convierta en traba.
Y esa no es la actitud que ha de mantener Mohamed Alí:
político con capacidad suficiente como para no tener que
recurrir a la demagogia. Ya que él es consciente de que la
mayoría musulmana lo único que desea es vivir en paz y que
sus hijos puedan acceder a unos estudios como los que a él
le dieron sus padres, mediante grandes esfuerzos y no pocas
privaciones.
Y debido precisamente a esa situación, el hombre de la UCDE
tiene una misión: moderar, allanar, reconciliar... En
definitva: poner todo el empeño del mundo en tejer lazos de
unión entre las diversas comunidades.
Es un papel que debe asumir, cuanto antes, sin que ello le
haga perder ni un solo minuto en la defensa de los más
necesitados ni en alzar la voz contra cualquier acto
injurioso. Y debe asumirlo porque disfruta de una posición
inmejorable.
No obstante, y dicho con todos mis respetos, Mohamed Alí
está revestido de una seriedad apabullante. Por ello, y en
vista de que a mí me cae la mar de bien, me va a permitir
que le lea lo que dice un tal Robert Escarpit: “En nuestro
mundo tenso hasta el punto de romperse, no hay nada que
pueda sobrevivir a una excesiva seriedad. El humor es el
único remedio que destiende los nervios del mundo sin
adormecerlo, que le da su libertad al espíritu sin volverlo
loco, y pone en mano de los hombres, sin aplastarlos, el
peso de su propio destino”.
Hágame caso: bueno, no a mí; sino a quien recomienda el
humor como terapia imprescindible para aliviar tensiones y
evitar estar siempre predipuesto a saltar a las primeras de
cambio y, en ocasiones, por un quítame allá esas pajas. Que
no es, naturalmente, el caso de lo acontecido en esa ya
noche aciaga del Siete Colinas. Quede claro.
Y hablando de humor, sepa que no es usted el único diputado
de la Asamblea que parece desdeñarlo, de ningún modo. Y es
que viendo las imágenes que de los plenos nos ofrece la
televisión, uno cae en la cuenta de que parecen ustedes
personas estragadas o estreñidas, en cuanto toman asiento en
sus escaños. Lo cual les impide hacer uso de la ironía, de
la parodia, y hasta del sarcasmo plausible.
Por tal motivo, a mí hace mucho tiempo que dejó de
interesarme la asistencia a los plenos. Porque, créame, no
dan ustedes la talla para hacer una crónica parlamentaria
que pueda alegrar la vida de los ciudadanos. Triste sino
¿Verdad?...
|